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Ser opositor

Jueves, 17 de marzo de 2022 00:00
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Tal vez la historia no se repite idéntica, pero sí presenta inicuas simetrías que enseñan. Y enseñan mucho. Por eso es que Cicerón la llamaba "magister vitae" (maestra de la vida), por oposición al Macbeth de Shakespeare, que la entendía, desde la desidia y la incomprensión, como un cuento de un loco para un idiota.

El contexto político en Argentina es excepcional por donde se lo mire: como pocas veces, la oposición es una coalición de partidos. Varias miradas que se deben armonizar en exceso a los contornos que impone una organización partidaria. Lo mismo pasa en el gobierno, aunque vemos ahí algo extraordinario por sobre lo extraordinario: es un mismo partido que parece una coalición, con un presidente que parece vice y una vice que parece presidente. Nada es allí lo que es y todo lo que parece.

Ese dato es central para entender las tensiones en la dinámica política. El voto en Diputados por la refinanciación del FMI las evidenció al extremo. Y hay que destacar que la oposición cumplió con creces su rol de lealtad: al sistema y a la institucionalidad.

Controló, que es su principal función, y responsablemente consideró el turno, el reverso de la moneda, que es prepararse para gobernar. Todo eso a pesar de que el gobierno hizo de todo (y más) para obstruir (se) el objetivo de lograr la aprobación legislativa.

Pero es tan solo un primer paso y apenas el inicio de un desafío mayúsculo para el conglomerado opositor.

Y si hay un partido que tiene algo para aportar y por eso mismo una enorme responsabilidad, es la centenaria Unión Cívica Radical. Por tres razones: tiene probada democracia interna; está organizada en cada pueblo del país y, lo más importante, por su larga historia, es un factor de estabilidad institucional y un canal insustituible de pacíficas transferencias de valores políticos.

Para entender aún mejor la necesidad de su protagonismo, qué mejor que hacerle caso a Cicerón y volver la vista atrás.

Uno de los peores momentos del radicalismo fue en 1946, cuando comprobó el error de haber sido cómplice vergonzante del régimen concordancista. No muchos recordarán, pero renunció malamente a su rol opositor para rendirse ante el régimen conservador. Perdió allí por primera vez virtud mayoritaria. Llevó mucho tiempo para recuperar la oportunidad; hoy, después de muchas vicisitudes, se está reinventando con razonable éxito, pero con debilidades incomprensibles que lo ponen todo en peligro.

Ni halcones ni palomas. Como dijo uno de sus grandes líderes (Ricardo Balbín), sin que nadie deponga lo suyo, hay que llegar a un compromiso de coincidencias mínimas, nunca máximas. Ser opositor no es entregarlo todo y menos ser cómplices de los regímenes conservadores de otro o este tiempo (salvando distancias de honorabilidad y preparación).

Se trata de ser distinto, especialmente ante valores como la república y la libertad. Tan banales para algunos, tan concretos y fundamentales para otros.

Ojalá que el radicalismo nos enseñe y que no repita, tristemente, la historia.

 

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