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La crisis de Ucrania permitió focalizar la atención en el hecho de que el aislamiento geográfico puede erigirse en una ventaja estratégica. América Latina, cuyo territorio fue ajeno a las dos grandes guerras mundiales del siglo XX y a conflictos como la guerra de Corea, el enfrentamiento Irán - Irak y las guerras de Medio Oriente, encuentra que tal vez esta emergencia alumbre una nueva oportunidad. Su posicionamiento estratégico vuelve entonces a estar en el centro de su debate político.
En 1987 el historiador francés Alain Rouquié publicó su libro "América Latina: Extremo Occidente". Explicaba que hasta el descubrimiento de América, ese término, vinculado con el de "Finisterre" (fin del mundo), estuvo asociado a un antiguo mito sobre la geometría de la Tierra.
La expresión era usada para definir a la Península Ibérica, a España y Portugal. La suposición era que una vez traspasado ese límite los barcos desaparecían en lo desconocido. Pero Colón, que pretendía llegar a las Indias, "chocó" con América y ese acontecimiento amplió los límites de Occidente y modificó el curso de la historia mundial.
"Fin del mundo"
No resultó entonces casual que el 13 de marzo de 2013, cuando el cónclave de cardenales ungió al cardenal Jorge Bergoglio como sucesor de Benedicto XVI, el Papa Francisco, primer pontífice latinoamericano, en su presentación ante la multitud congregada en la plaza de San Pedro, señaló que para elegirlo " los hermanos cardenales fueron casi hasta el fin del mundo".
Rouquié sostiene que América Latina es, ante todo, una "realidad cultural". Esa conceptualización adquiere relevancia para analizar el posicionamiento geopolítico de la región. Porque esa ubicación está signada por esa identidad cultural. Según Rouquié, América Latina puede concebirse como "el Tercer Mundo de Occidente" o el "Occidente del Tercer Mundo".
La proyección estratégica de esa identidad cultural ya fue planteada con claridad en la obra de Alberto Methol Ferré, un notable intelectual uruguayo de extensa trayectoria, exdirector del Departamento de Laicos de la Conferencia Episcopal para América Latina (Celam), cuyo pensamiento influyó en la formación de Francisco.
En su visión, América Latina es Iberoamérica, una amalgama de España y Portugal. Su historia responde a la evolución de esas dos vertientes. La rama portuguesa, encarnada por Brasil, conservó su unidad. La vertiente hispánica sufrió un proceso de balcanización que derivó en su fragmentación en una veintena de repúblicas.
Para Methol, Latinoamérica está compuesta por dos realidades: América del Sur, cuyo epicentro es el vínculo entre Brasil y la Argentina, y México y Centroamérica, con una economía integrada con Estados Unidos.
Pero el punto de partida de la integración latinoamericana está en América del Sur, lugar de encuentro entre la América portuguesa y la América hispana: "América del Sur es la zona más decisiva de América Latina. Sin Brasil no habría América Latina, solo Hispanoamérica".
Al respecto, puntualizaba que en términos prácticos "la única frontera histórica de Brasil con Hispanoamérica es la Cuenca del Plata. Este es el sitio de encuentro y conflicto de medio milenio entre lo luso - mestizo y lo hispano - mestizo. Solo allí está el mayor poder hispanoamericano de América del Sur, la Argentina. Así, la única frontera verdaderamente bifronte, en rigor la primera gran frontera latinoamericana, es la de Brasil y la Argentina".
Por ese motivo, subrayaba que "el Mercosur es la vía necesaria para el estado continental nuclear de América Latina", en una era signada por la emergencia de grandes espacios continentales (o "países continentes"), básicamente Estados Unidos, China, la Unión Europea y Rusia, nómina en la que el pensador uruguayo imaginaba insertar a América Latina.
Mercosur y Alianza del Pacífico
Guzmán Carriquiry, el principal discípulo de Mehol Ferré y otro antiguo amigo de Francisco que se desempeñó como secretario de la Comisión Pontificia para América Latina, hoy es embajador de Uruguay en la Santa Sede. Él avanzó en una actualización de la perspectiva de su maestro en función de los cambios experimentados en los últimos años en el mapa continental.
Guzmán asevera que "lamentablemente, el Mercosur, proyecto histórico fundamental desde una alianza brasileña argentina y chilena, único eje de conjugación y atracción y propulsión a nivel sudamericano, se ha ido empantanando". Advierte que el bloque regional "tendrá que saber conjugar bien con la Alianza del Pacífico, que ha emprendido un camino de integración que habrá que seguir con atención".
La Alianza del Pacífico, nacida en 2012, nuclea a las economías más abiertas de la región. Sus cuatro socios fundadores, México, Colombia, Perú y Chile, tienen acuerdos de libre comercio con Estados Unidos. Chile y Perú celebraron también similares con China.
Chile suscribió asimismo acuerdos de libre comercio con la Unión Europea y con países que en su conjunto representan el 90% del producto bruto mundial.
Esa convergencia entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico representa el camino posible para la unidad latinoamericana.
Ambos bloques concentran más del 90% de su población, el producto bruto interno y la inversión extranjera directa de sus economías. Esa confluencia permitiría a México adquirir un mayor protagonismo en la construcción política de la región sin afectar sus vínculos con Estados Unidos.
América Latina necesita intervenir en la construcción del nuevo sistema de poder mundial, cuyo eje gira en torno a una nueva bipolaridad, expresada en el complejo vínculo de competencia y cooperación entre Estados Unidos y China. Antes que reiterar alineamientos automáticos, esa realidad torna recomendable una política realista y pragmática, fundada en la asociación de intereses.
Articulación
La realidad de América del Sur exige articular una asociación económica con China con una intensa cooperación con Estados Unidos en materia de seguridad hemisférica, de inversiones y de vinculación con la comunidad financiera internacional. México y América Central necesitan compatibilizar su intercambio con China con su integración en la economía norteamericana.
Pero ser “Extremo Occidente” implica ser parte de Occidente, que también es una “realidad cultural”, de raíces europeas, con una escala de valores comunes.
América Latina integra, además, junto a Estados Unidos y Canadá, el sistema interamericano, corporizado en instituciones como la Organización de Estados Americanos y el Banco Interamericano de Desarrollo y en tratados hemisféricos, desde los acuerdos de seguridad colectiva como el Tratado Interamericano de Defensa Reciproca (TIAR) hasta la Carta Democrática de la OEA.
En la década del 60, en plena “guerra fría”, cuando irrumpió el Movimiento de Países No Alineados, solía decirse que el “tercerismo “ de la China de Mao Zedong consistía en estar tan lejos de Estados Unidos como de la Unión Soviética, mientras que el “tercerismo” de la Yugoslavia del mariscal Tito buscaba situarse igualmente cerca de ambas superpotencias.
Frente a esta nueva bipolaridad entre Estados Unidos y China, América Latina puede recrear aquella estrategia.
Carlos Fortin, Carlos Ominami y Jorge Heine, tres autores chilenos, acaban de publicar un libro titulado “El no alineamiento activo y América Latina: una doctrina para el nuevo siglo”. El escenario mundial habilita hoy el desarrollo de un “tercerismo convergente”, de carácter asociativo, centrado en la cooperación y no en la confrontación.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico