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Durante los tiempos de la Unión Soviética surgió la "kremlinología" para caracterizar la tarea de indagar los secretos de la hermética cúpula comunista. Era habitual que los analistas estudiaran las imágenes oficiales del palco principal en los desfiles del Ejército Rojo los 1§ de mayo para interpretar, según la cercanía al centro de la foto de cada uno de los miembros del Politburó del Partido Comunista, su posicionamiento relativo en el sistema de poder. Treinta años después, los "kremlinólogos" han reaparecido para tratar de develar la configuración del poder real y precisar quiénes son los hombres que integran el "círculo de hierro" del presidente Vladimir Putin.
La consolidación de Putin fue acompañada por un contraste cada vez más abrumador entre el poder formal y el poder real. En términos constitucionales, existe una estructura institucional de una complejidad inigualable, derivada de su extraordinaria singularidad geográfica, que constituye un desafío a la gobernabilidad. Rusia es el país más extenso del mundo, con un territorio de más de 17 millones de kilómetros cuadrados (una superficie que casi duplica a Canadá, que es el segundo en ese ranking), extendido desde los mares Báltico y Negro en Europa hasta las disputadas islas Kuriles en Asia Oriental, habitado por una población de 146 millones de habitantes y una enorme diversidad étnica y lingística.
Según la Constitución de 1993, Rusia es un Estado plurinacional, compuesto por 85 regiones que gozan de distinto grado de autonomía según sus particularidades. Esas regiones están divididas en 22 repúblicas, 46 provincias ("óblast"), nueve territorios ("krais") y el óblast autónomo hebreo, creado en 1928 como "distrito nacional judío". El texto constitucional, sancionado en 1993 durante la fase aperturista del gobierno de Boris Yeltsin, establece un sistema bicameral y una división de poderes similar al imperante en los países de Europa occidental, pero Putin utilizó su liderazgo carismático para consolidar un régimen de "partido hegemónico", el oficialista Rusia Unida, y transformar el andamiaje legal en un pedazo de papel.
Con la inevitable dosis de esquematismo que suele rodear a este tipo de interpretaciones, cabría señalar que, más allá de las formalidades legales, el rol del Politburó, ese reducido núcleo de dirigentes que durante la era comunista acompañaban al secretario general del Partido, es desempeñado actualmente por el Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, una institución presidida por Putin, heredada del pasado comunista, que tiene como misión el tratamiento de los temas que afectan a la seguridad nacional, un concepto amplio que tiende a incluir a todos aquellos asuntos de política exterior e interior que tienen importancia estratégica para el Estado ruso.
Las decisiones más importantes, que luego son homologadas por la Cámara de Diputados (Duma) o el Senado (Consejo de la Federación) son resueltas previamente, "de facto" y a puertas cerradas por el Consejo de Seguridad. Los miembros de ese cuerpo son los personajes más influyentes del Kremlin y las interacciones y el balance de poder entre sus distintas facciones internas determinan las líneas generales de la política rusa.
Los "siloviki", o "segurócratas", que provienen de los diferentes cuerpos y agencias de seguridad del Estado, constituyen el grupo más influyente dentro del Consejo. Esa configuración responde a la trayectoria personal de Putin, cuyo ascenso fue precedido por su rol de jefe del Servicio de Seguridad Federal (FSB), heredero de la mítica KGB soviética. Vale acotar que en las últimas dos décadas el personal de los organismos de seguridad se ha duplicado y Rusia también duplica a la Unión Europea en el promedio de policías por número de habitantes.
Espías al poder
El Consejo de Seguridad tiene miembros permanentes y no permanentes. Los primeros son más cercanos a Putin y participan en las sesiones secretas donde se toman las decisiones estratégicas de mayor relevancia, como la participación en la guerra civil de Siria o la invasión a Ucrania. Desde 2014 las sesiones plenarias del cuerpo, en las que participan la totalidad de sus integrantes, se redujeron a dos por año. Paradójicamente, esa disminución coincidió con un aumento de la importancia del organismo.
Los miembros permanentes del Consejo incluyen a figuras políticas, como el primer ministro Medvédev y el presidente de la Duma, Vyacheslav Volodin, al canciller Serguéi Lavrov, el director del FSB, Alexander Bortnikov, el director del Servicio de Inteligencia Exterior (SVR), Serguéi Naryshkin; el ministro de Defensa, general Serguéi Shoigú, y el ministro del Interior Vladimir Kolokoltsev (un excomisario de policía). Actualmente, de los diez miembros permanentes, seis provienen de los cuerpos de seguridad.
El titular del organismo es Putin y su vicepresidente Medvédev, pero operativamente su actor más relevante es el secretario del cuerpo, Nikolai Pátrushev, quien fue el antecesor y después el sucesor de Putin al frente del FSB y cumple una función muy similar al consejero de Seguridad Nacional en la Casa Blanca. Más aún: dentro de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), que reúne a Rusia con Armenia, Bielorusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán, existe un Consejo de Secretarios de los Consejos de Seguridad que reúne a Pátrushev con sus colegas y en la práctica suele sustituir en sus funciones a los respectivos cancilleres.
Pátrushev tiene una estrecha cercanía con Putin. Por sus funciones como secretario del Consejo, está formalmente a cargo de la designación de los integrantes del organismo, pero siempre bajo la atenta supervisión de Putin, quien hace que su conformación refleje un delicado equilibrio de fuerzas.
El líder ruso aplica rigurosamente el lema de “divide y vencerás” para evitar el ascenso de alguna facción o personaje que pueda erigirse en una potencial alternativa sucesoria.
Un ejemplo de esa estrategia es lo ocurrido con Shoigú. Cuando la prensa moscovita especuló con la posibilidad de que el ministro de Defensa, con un elevado prestigio en las Fuerzas Armadas, fuera ungido como candidato a la sucesión en las elecciones presidenciales de 2018, Putin ordenó como contrapeso la creación de la Guardia Nacional o “Rosgvárdia”, un cuerpo especial de 340.000 efectivos, conocido como “el ejército privado de Putin”, y confió su mando al general Viktor Zolotov, quien había sido derrotado por Pátrushev durante un conflicto entre clanes desatado en 2007 y solo había logrado permanecer a flote gracias a la protección de Putin.
Pero en cualquier circunstancia crítica Putin cuenta con el apoyo incondicional de sus antiguos camaradas del FSB.
Bortnikov, su director desde 2008, es una figura poderosa que compite en atribuciones y fondos con el Ministerio del Interior.
El FSB desarrolla operaciones contra organizaciones terroristas y grandes bandas criminales. También estuvo detrás del arresto de varios gobernadores regionales acusados de corrupción. En la historia de Rusia, los servicios de seguridad siempre desempeñaron un papel descollante. Antes que la KGB y su antecesora, la NKVD manejada por Stalin, la temible Ojrana, policía secreta del zarismo, ya había sido un pilar del orden monárquico. Putin, ante todo un oficial de Inteligencia, en este punto ha resuelto no innovar.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico