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Hegel, en "Lecciones sobre la filosofía de la historia universal", constata en los chinos una tendencia a la mentira y los acusa de una "gran inmoralidad". "Los chinos son conocidos por mentir allí más que nadie" afirma Hegel, y le sorprende que, en China, nadie se tome a mal la mentira una vez que es descubierta. Añadirá: "Los chinos se comportan de manera astuta y taimada". Hegel no conocía a los argentinos.
Hegel trata de entender esta conducta y se remite al budismo, que entrona a "la nada como lo supremo y absoluto" y que "exige el menosprecio del individuo como máxima perfección"; para sugerir que tras la negatividad del vacío budista se esconde una "nada nihilista". Esta nada nihilista, plantea Hegel, no admite ningún compromiso, conclusión ni constancia. La "nada nihilista" se opone a cualquier cosa que represente la verdad y la autenticidad y, por esto, la hace responsable por la "gran inmoralidad" que muestran los chinos.
Pensándolo así, quizás tengamos que admitir que nosotros, a pesar de todas nuestras declamaciones en contrario, también nos aferramos a una "nada nihilista" algo similar; que no se basa en el desapego al que aspira el budismo o que tenga raíz en una búsqueda filosófica. Nuestra "nada nihilista" solo nace como respuesta a una profunda falta de compromiso con la verdad y para con realidad que nos maltrata.
Salvando la abismal distancia filosófica, histórica y temática, algo parecido dijo el exdirector del Departamento del Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional (FMI), Alejandro Werner, cuando evaluó que el organismo fue "ingenuo" en la última revisión que hizo antes de desembolsar 7.500 millones de dólares que luego el ministro candidato utilizaría para políticas de campaña. "No se imaginaban la magnitud y la hipocresía", señaló el exfuncionario.
Como Werner, quizás nosotros tampoco somos capaces de dimensionar la enormidad de la podredumbre que nos aqueja ni su extensión; tampoco la profunda raigambre que atraviesa generaciones y estratos sociales, o sus ramificaciones en los sectores políticos, empresariales, sindicales y judiciales. No somos capaces de dimensionar lo que significan la profusión de síntomas ni la hipocresía que suponen las reacciones siempre tardías; siempre salvajes e -invariablemente- dislates conceptuales y absurdos morales.
Desde la oscuridad de lo sucedido a María Soledad Morales -allá en la prehistoria de la decadencia argentina- en el feudo de Catamarca; Milagro Sala en Jujuy; Emereciano Sena en Chaco; Gisdo Insfran en Formosa; los bolsos llenos de millones de dólares que José López buscó ocultar en un convento; el vacunatorio VIP de Ginés González García; o la "fiesta de Olivos", que se remendó con una insultante sanción pecuniaria -qué torpeza pensar que se pueda compensar una afrenta moral con una multa dineraria sin entender que, quizás, las afrentas morales no se compensan nunca-. La lista sería devastadora e interminable si la hiciera en detalle y hoy, y por ahora, culmina en "Chocolate" Rigau y Martín Insaurralde.
Lo que hay que entender es que en ningún caso se trata de casos aislados de corrupción; así como no se trata solo de algunas personas corruptas. Por el contrario, son emergentes cabales de una forma de conceptualizar y de construir el poder. Son la matriz del problema; el huevo de la serpiente. Es la hipocresía, la mentira y la falsificación ideológica constante como sistema. Todos los nombrados y los casos que no entraron por razones de espacio son emergentes de este sistema. Complejo y perverso. Pero un sistema.
Que la causa de "Chocolate" Rigau se "cerrara" de forma tan abrupta, expeditiva y con tanto silencio por parte de todos los espacios políticos de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires es una muestra cabal de la extensión de esta práctica. "Chocolate" Rigau evidencia cómo se financia el sistema. Insaurrale, cómo los capitostes del sistema, gasta esa recaudación fastuosa. El silencio de todos los espacios políticos es prueba implícita de su complicidad y de la participación de todos los espacios en el mecanismo. Que en los dos sucesivos debates estos temas solo hayan rozado la agenda de manera tangencial y forzada demuestra esta afirmación; nadie quiere entrar en aguas borrascosas sabiéndose con la "cola sucia".
Guillermo Moreno, en un sincericidio de esos a los que nos tiene acostumbrados, dijo: "Los conservadores de antaño no te escupían la riqueza en la cara. Tomaban Dom Perignon, pero antes de sacarla a la basura, rompían la botella. Estos muchachos venidos de los 90 lo que hacen es tomar Dom Perignon y sacar la botella a la vereda. Son unos imbéciles porque empiezan a exteriorizar la riqueza y no son capaces de disimularla". Para el sistema el problema no es el pecado; es haber sido descubierto realizándolo. No haberlo disimulado. En su arrogancia sistémica, creen que con la renuncia de Insaurralde queda resuelto el problema. En su fe doctrinaria creen que "muerto el perro, acabada la rabia".
Como los chinos, nosotros tampoco reaccionamos ante la mentira una vez expuesta, sumidos como estamos en esta extrema anestesia hacia la realidad que nos impregna; esta anestesia para la realidad que nos paraliza y nos anula. Que nos hace ser esta sociedad enferma y rota que sufre de falta de empatía y de falta de amor por nosotros mismos.