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El populismo de derecha o de izquierda (las diferencias entre ambos aparecen cada vez más difusas) tiene una estrategia que se repite en cualquier parte donde logra protagonismo político: negar la realidad y reemplazarla por un relato, elegir a un enemigo y convertir a la política en una guerra. Ese enemigo es una fantasmagórica coalición de periodistas e historiadores profesionales, sumados a las empresas, la Justicia independiente y los partidos de la oposición.
Basta con observar la retórica de Donald Trump, Nicolás Maduro, Cristina Kirchner o Gustavo Petro para observar que este nuevo autoritarismo que desplaza a la democracia no repara demasiado en sutilezas ideológicas. Sí coinciden en atacar a la racionalidad de la modernidad y a la cultura occidental. Y en convertir en muletilla un tema muy delicado, como es el del llamado "discurso del odio", para descalificar a los opositores.
Según la ONU, la expresión "'discurso de odio" hace referencia a un discurso ofensivo dirigido a un grupo o individuo y que se basa en características inherentes (como son la raza, la religión o el género), y que puede poner en peligro la paz social".
A su vez, la Unesco precisa que "este tipo de discurso se utiliza como base de teorías conspirativas, así como de desinformación y negación y deformación de acontecimientos históricos, como el genocidio".
Está claro que los organismos internacionales están exigiendo que la verdad histórica no sea reemplazada por un relato.
Adolf Hitler, el gran paradigma del populismo del siglo XX, llevó el discurso del odio al rango de doctrina nacional. Pero no fue muy diferente la estrategia de los simpatizantes del fascismo y el franquismo, ni la de los populistas latinoamericanos de las tres últimas décadas.
Lo curioso en estos casos es que el "discurso del odio" es el justificador de todos los abusos de poder que ejecutan los mismos populistas. Acusan a la oposición de "vendepatria", "odiadores" "cipayos" cuando se oponen el fraude y a la eternización del poder. Ocurrió en Venezuela, en la Bolivia de Evo Morales (que debió renunciar al no lograr que el Ejército reprimiera la reacción popular contra sus atropellos a la ley electoral), pero también ocurre en la Argentina. Por algo todas estas corrientes coincidieron en apoyar -explicita o tácitamente- el exhibicionismo sanguinario de los terroristas de Hamas, que asesinaban a miles de israelíes desarmados y provocaban una guerra que solo puede terminar aniquilando a gran parte de ambos pueblos.
Luego del fracasado atentado de los "copitos" contra la vicepresidenta, de inmediato se decretó un feriado contra el "discurso del odio" -todavía, inexplicable-, y se omitió cualquier autocrítica hacia el desempeño de la custodia, y se intentó involucrar, a cualquier precio, a la oposición macrista.
En los organismos de derechos humanos el término se utiliza en el sentido inverso al que estableció la ONU. Intentan sancionar una ley contra el "negacionismo", a nivel local. Es cierto que esa ley existe en otros países para enfrentar a las corrientes antisemitas que niegan el Holocausto. En el primer mundo el racismo es un grave problema de candente actualidad.
En la Argentina se plantea una ley para sancionar a quien "ponga en duda, banalice o niegue" los crímenes de lesa humanidad cometidos por la última dictadura. Entre otras cosas, se quiere prohibir cualquier duda acerca de que fueron 30.000 las personas desaparecidas. La realidad es que, de no haber sido por la presidencia de Raúl Alfonsín, el trabajo de sus colaboradores, el esfuerzo de la Conadep y la integridad de los jueces y fiscales, en 1983 el peronismo hubiera impuesto una ley de olvido. Pero los datos de la Conadep y los resultados verificados e identificados indican una cuarta parte de esa cifra. El proyecto sería declarado inconstitucional antes de nacer, por antidemocrático.
Negacionismo
La idea de "negacionismo" es válida en las dos direcciones. Negar la lucha armada y la existencia de organizaciones combatientes es también negacionismo. Y en esa negativa se distorsiona la verdad histórica, y se rinde un mezquino homenaje a quienes combatieron a conciencia, creyendo que ese era el único camino que quedaba.
"Todo negacionismo se emparenta con los demás discursos de historia fraudulenta, porque comparten la ruptura de la sujeción ética con la verdad", dijo Félix Crous, fiscal en causas por delitos de lesa humanidad.
Cuando la memoria reemplaza a la historia construye mitologías. Hoy se intenta generar temor en la candidatura de Javier Milei, y sobre todo, la de Victoria Villarruel por su reclamo de justicia también para las víctimas de la guerrilla. Ese quizá sea el aspecto menos preocupante de Milei.
A diferencia de lo que ocurre con las nuevas formas del neofascismo, no hay peligro de una nueva dictadura militar. En cambio, Los conceptos de "patria" y "antipatria", exhumados desde el kirchnerismo, recuerdan mucho a los años duros, cuando la publicidad oficial a favor de la represión ilegal hablaba de "piratas de rojas banderas, hombres que odian por no tener Dios".