¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
25 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Varios frentes en el vínculo de EEUU e Israel

Martes, 24 de octubre de 2023 00:00

A diferencia de lo que sucedió históricamente, cuando la solidaridad de Estados Unidos con Israel era una constante inquebrantable, el actual conflicto en Medio Oriente generó una larvada controversia que divide a la política estadounidense. Si bien resultaba obvio que la administración demócrata de Joe Biden tenía que respaldar decididamente la postura israelí ante la agresión terrorista de Hamas, la Casa Blanca no ocultó su honda preocupación ante la posibilidad cierta de que el gobierno ultraderechista de Benjamín Netanyahu desencadene una ofensiva militar terrestre en la franja de Gaza que provoque la generalización del conflicto.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

A diferencia de lo que sucedió históricamente, cuando la solidaridad de Estados Unidos con Israel era una constante inquebrantable, el actual conflicto en Medio Oriente generó una larvada controversia que divide a la política estadounidense. Si bien resultaba obvio que la administración demócrata de Joe Biden tenía que respaldar decididamente la postura israelí ante la agresión terrorista de Hamas, la Casa Blanca no ocultó su honda preocupación ante la posibilidad cierta de que el gobierno ultraderechista de Benjamín Netanyahu desencadene una ofensiva militar terrestre en la franja de Gaza que provoque la generalización del conflicto.

Por ese motivo, la visita de Biden a la región tuvo como objetivo principal la búsqueda de una vía alternativa para evitar que la liquidación de Hamas implique una catástrofe humanitaria y abra el camino para la intervención de los guerrilleros chiitas de Hezbollah desde el sur de El Líbano y de los efectivos de la Guardia Republicana iraní estacionados en Siria. Biden advirtió sobre la inconveniencia de "reacciones exageradas", al estilo de la invasión norteamericana a Irak dispuesta en 2001 por George W. Bush después de los atentados terroristas del 11 de septiembre.

En ciertos círculos diplomáticos y militares de Washington crece el temor ante la hipótesis, nada desdeñable, de una "guerra en dos frentes". Según esa apreciación, la suma entre la guerra de Ucrania y una presumible escalada bélica en Medio Oriente colocaría a Estados Unidos en una situación de fragilidad estratégica que beneficiaría, en distinto grado, a todos sus enemigos, adversarios y/o competidores, desde las guerrillas islámicas hasta Irán, pasando por Rusia y también por China, que sin realizar ningún esfuerzo se vería favorecida por el desgaste de su rival.

Para conjurar ese peligro, el Departamento de Estado estadounidense alienta la reanudación de las negociaciones entre Israel y Arabia Saudita, interrumpidas por el ataque de Hamas, para lograr un entendimiento que implique el reconocimiento del derecho a la existencia del Estado de Israel, la apertura de relaciones diplomáticas entre los dos países y la formación de una fuerza multinacional de paz, integrada por tropas de las monarquías petroleras de Golfo Pérsico, que garantizaría la seguridad en la franja de Gaza, cuyo control volvería a estar en manos de la Autoridad Nacional Palestina.

Este acuerdo pergeñado por Washington incluiría también el lanzamiento de un "Plan Marshall", financiado por Arabia Saudita y los demás estados del Golfo, para promover el desarrollo de Cisjordania y la franja de Gaza, de modo de viabilizar económicamente la existencia de un estado palestino reconocido por Israel.

El frente interno

Pero todas estas consideraciones de "alta política" están entremezcladas con los acuciantes desafíos de la política doméstica. Nada de lo que ocurre hoy en Washington está desvinculado de las elecciones presidenciales de 2024, en las que, de no mediar ningún imponderable, volverán a competir Biden y Donald Trump, en una contienda áspera de resultado incierto y en cualquier caso de fuerte impacto en el escenario internacional.

En el terreno de la política exterior, las diferencias entre ambos rivales son abismales. Durante su gobierno, Trump intentó seguir los consejos de Henry Kissinger de impulsar un acercamiento entre Estados Unidos y Rusia para contener la expansión de China. Mantuvo una cordial relación con Putin y siempre recomendó cautela en el conflicto de Ucrania. Al mismo tiempo, fue el presidente más pro-israelí de la historia estadounidense. Bajo su mandato trasladó la sede de la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén, a la que reconoció como capital del estado judío, y nunca ocultó su simpatía y su afinidad ideológica con Netanyahu.

La administración de Biden actuó virtualmente a la inversa. Su estrategia, orientada a la configuración de una "Alianza de las Democracias", agudizó la confrontación con Moscú y promovió un fortalecimiento de los vínculos con el gobierno pro-occidental de Volodimir Zelenski en Ucrania. Ese compromiso terminó por signar su mandato. Al contrario, la concepción de una "Alianza de las Democracias" genera cierta tensión con la tónica autoritaria del gobierno ultraderechista de Netanyahu, en particular con su ofensiva para subordinar al Poder Judicial.

Esta contraposición entre las actitudes de Biden y Trump se yuxtapone con los cambios experimentados en el protagonismo político de las comunidades judía e islámica. Un sector significativo de la colectividad judía neoyorquina, tradicionalmente demócrata, que ejerce una marcada influencia en los círculos financieros de Wall Street, protagoniza desde hace varios años un viraje derechista, que coincide con el avance en su seno de un fundamentalismo religioso y converge con el conservadurismo republicano encarnado por Trump.

Entretanto, la creciente diversificación de la sociedad norteamericana y su impronta multicultural posibilitaron la irrupción en el escenario de la comunidad islámica. Si bien los musulmanes no representan más del 1% de la población norteamericana, su número es considerable en los principales estados del campo de batalla de los "swings states", que por el hecho de cambiar de color partidario entre una y otra elección despiertan mayor interés de los candidatos presidenciales de ambos partidos, que pugnan por la mayoría en el Colegio Electoral.

Mientras la colectividad judía mutaba hacia el conservadurismo republicano, la islámica fue ganando terreno en el Partido Demócrata.

La izquierda demócrata

El giro derechista de la colectividad judía y el mayor protagonismo de la comunidad islámica confluyeron en un fenómeno en su momento apenas perceptible, pero que adquirió ahora una inédita visibilidad: la influencia de los grupos islámicos en el ala izquierda del Partido Demócrata. Bernie Sanders, el precandidato derrotado por Biden en las elecciones primarias de su partido, estuvo presente en la convención demócrata anual de la Sociedad Islámica de América del Norte, celebrada en Houston.

Ya en febrero de 2016, tras un atentado terrorista en San Francisco y tras el llamado del entonces presidente Trump para restringir los viajes desde algunos países musulmanes, el propio Barack Obama visitó la Sociedad Islámica de Baltimore, vinculada con los Hermanos Musulmanes, la secta fundamentalista egipcia cuya "sección palestina" promovió en 1987 la fundación de Hamas. Entre sus actividades figura el respaldo a los "Comités Palestina", abiertamente anti-israelíes.

En esa presencia islámica en la izquierda demócrata adquirió especial relevancia la figura de Keith Ellison, un musulmán converso que fue el primer ciudadano islámico en el Congreso estadounidense, al que accedió en representación del estado de Minnesota. En 2017 Ellison llegó a ser vicepresidente del Comité Nacional del Partido Demócrata. En 2020, durante su campaña electoral, Biden fue el primer candidato presidencial que expuso en la reunión de "Un Millón de Votos Musulmanes", un cónclave de delegados islámicos del Partido Demócrata.

Con semejantes antecedentes, no puede llamar la atención que, en coincidencia con el viaje de Biden a Israel, varios miles de manifestantes, incluido un grupo de militantes de la izquierda sionista, se movilizaran en Washington en una ruidosa defensa de la causa palestina. Tampoco cabe sorprenderse de que Trump y los republicanos asuman como propia la causa israelí y la enarbolen como bandera electoral para la próxima elección presidencial.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD