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El país atraviesa horas decisivas. Esta noche se realizará la segunda parte del debate entre los cinco postulantes a presidir una Argentina encerrada en un laberinto de empobrecimiento y desencanto.
Todos, ciudadanos comunes y candidatos, necesitamos lucidez para ver y evaluar la realidad y fuerza moral para salir adelante.
Es hora de que la racionalidad y la verdad ganen espacio en la vida política y que desplacen a los mitos, las ambiciones mezquinas y cualquier forma de mesianismo.
La grieta que nos divide desde hace veinte años debe cerrarse para que se allane el camino de la construcción de un futuro mucho mejor para el país y para todos.
El tradicional Coloquio del Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (IDEA) se desarrolló hasta el viernes en Mar del Plata con una consigna que toma como referencia el campeonato mundial alcanzado por el equipo de Lionel Scaloni: "Argentinos, volvámonos a ilusionar. Hagamos que valga la pena". El país cuenta con capital humano y recursos materiales y tecnológicos para avanzar en otro camino, por la senda de la democracia, la división de poderes y el respeto a la ley. Mientras subsista la grieta, esto será imposible.
Con 18 millones de personas pobres y una década de estancamiento en el crecimiento, es imprescindible tomar medidas drásticas, pero sobre todo inteligentes, para superar la crisis macroeconómica, construir una Argentina competitiva y correctamente instalada en el comercio internacional.
Para que un plan económico sea exitoso debe garantizar la paz social. Hoy no solo falta empleo genuino, sino que hay generaciones enteras sin capacitación laboral y sin habitualidad para el trabajo. Ese es el gran desafío educativo: una escuela pública con solidez pedagógica y capacidad de retención de los adolescentes, que garantice a todos una preparación de calidad, adecuada a las exigencias del mundo contemporáneo. Pero, además, un sistema educativo que permita el acceso a conocimientos técnicos y el paso a la actividad real registrada de millones de personas, hoy dependientes de planes y subsidios. Un objetivo impostergable y alcanzable.
Al mismo tiempo, que el Estado, o más bien la política, deben dejar de interferir en las negociaciones paritarias entre los sindicatos y la patronal. El Gobierno y el Congreso deben evitar acciones demagógicas, como beneficios y subsidios sin presupuesto, solo contribuyen a alimentar la industria del juicio y terminan destruyendo empleo.
Hoy solo el 30% de los empleados del sector privado y cuentapropistas están registrados, mientras el 37% se desempeña "en negro", a lo que debe sumarse un número impreciso de personas que se mantienen con economías de subsistencia. Hay 7,8 millones de trabajadores informales, en tanto que 6,4 millones son de formales privados.
Según el Indec y la OIT, hay 8 millones de personas inactivas en edad de trabajar, que tampoco buscan empleo y, entre ellas, 5,4 millones que no dispone de ninguna fuente de ingresos.
El desempleo no se resuelve inventando cargos en el Estado sino alentando la inversión privada. Este escenario social se ha ido agravando con el constante incremento de la presión impositiva, con gravámenes superpuestos entre el Estado nacional, las provincias y los municipios. Generar empleo, en esas condiciones, se hace cada vez más difícil. Los prejuicios ideológicos, que no distinguen entre capital productivo y ganancias, solo siembran miseria. El empleo genuino es el recurso más poderoso para la plena inclusión social. Y las empresas son, en este punto, protagonistas centrales.
Es muy fuerte la transformación que requiere nuestro país, como Estado y como sociedad. Con grietas como la que hoy predomina, que destruye el diálogo político y degrada a los poderes del Estado, será utópico aspirar a un futuro más esperanzador para todos.