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Un presidente que asume en un país al límite

Domingo, 10 de diciembre de 2023 23:52
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Ayer comenzó un nuevo ciclo para la Argentina.

El mensaje del nuevo presidente, Javier Milei, dejó muy en claro la voluntad de transformar el país y describió con crudeza el escenario económico y social que encuentra al iniciar su mandato. Es imprescindible tener en cuenta la magnitud de los obstáculos que habrá que sortear durante, al menos, el primer año de gobierno.

La fugaz aparición de Alberto Fernández para cumplir el deber de transferir los atributos del mando a Javier Milei fue la escenificación de toda su fantasmagórica presidencia. A su vez, el gesto obsceno de Cristina Fernández dirigido a quienes la repudiaron se pareció mucho a una despedida fiel a esa personalidad dominante y despectiva, que protagonizó gran parte de estas dos décadas en las que el país se fue empantanando hasta un extremo que hoy todo el mundo percibe.

Final de fiesta. La gente sabe desde hace tiempo que el modelo de la improvisación, el acomodamiento y la retórica solo podía terminar mal. Por eso el electorado proscribió a Cristina desde mucho antes de estas elecciones. Y esta vez, con todo el presupuesto nacional a su disposición, Sergio Massa no pudo igualar "la hazaña" (o el simulacro) de la fórmula encabezada por Fernández. Cuando un relato se agota sus personajes también. Por eso, ambos, Cristina y Alberto, se habían borrado en agosto de la escena pública.

El nuevo presidente arrancó mostrando que algo aprendió de la experiencia macrista: puso en blanco sobre negro el escenario económico, sostuvo que Cristina, Fernández y Massa dejan al país al borde de una hiperinflación mucho más grave que los clásicos del Rodrigazo, de 1975, y de la debacle de 1989/1991.

"No hay plata y no vamos a seguir emitiendo", afirmó, tajante. Es cierto, el "plan platita" aplicado por Massa a partir de las PASO tiene un costo de 2,5 billones de pesos. Y, además, ya generó "estanflación"

Esa frase: no hay plata, explica su anticipo de que se paralizarán las obras públicas sin financiamiento. La realidad es que la mayoría ya están paralizadas y para reiniciarlas, o comenzar otras, se hará sin dinero público. Es muy fácil decirlo, aunque es más complejo ponerlo en práctica. De la misma manera, para la oposición se trata de una definición ideal para satanizar el proyecto del presidente, aunque nadie de esas corrientes le encontró la solución al problema. Es simple: si no hay ingresos suficientes y nadie nos da crédito, no podemos pagar, salvo con emisión.

Milei ratificó un fuerte ajuste del gasto público, sin emitir una moneda, pero asegurando que se limitará a la política. Alrededor del 5% del PBI. Toda la obra pública en marcha y la asistencia del Tesoro a las provincias no alcanzan para ese monto. ¿Cómo va a hacer para lograr el déficit cero sin tocar sueldos, jubilaciones, pensiones y planes sociales? En lo inmediato, no es visible la solución. En un poco más de tiempo, hará falta una formidable reforma tributaria, para producir más y recaudar mejor. Y se irá viendo. El 56% de los argentinos aplaude la motosierra; el resto, no.

La realidad golpea la puerta: ni los piqueteros ni la casta sindical, que hoy amenazan con la desestabilización, nacieron de un repollo. Ni el mercado ni el Estado hacen milagros.

El liberalismo es un pensamiento filosófico humanista que pone a la libertad en el corazón de la política. El maestro del presidente Milei, Alberto Benegas Lynch (h), sostiene: "El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, en defensa de la vida, la libertad y la propiedad".

El problema es que el liberalismo económico, tal como él lo expresa y tal como lo conocemos en la Argentina, es tan reduccionista como cualquiera de los estatismos.

El pensamiento que inspira a Milei es el que produjo un crecimiento alucinante en las economías de Europa y de Estados Unidos en el siglo XIX, pero gracias a un mercado que, librado a su suerte generó trabajo esclavo y pobreza urbana, y una fractura social más profunda que la de los regímenes feudales.

A todo lo que dice la frase de Benegas Lynch debe añadirse que la vida, la libertad y la propiedad no están amparadas por el mercado. La libertad económica es un valor de progreso, pero los atropellos sociales que se producían en el siglo XIX, descriptos con maestría por Víctor Hugo y verificados por la ciencia de la Historia permiten entender el surgimiento del marxismo, el socialismo y la Doctrina Social de la Iglesia de la que Milei reniega.

Las únicas sociedades donde todos los seres humanos, y no una casta, tienen acceso a la educación, a la salud pública, a la propiedad y al descanso son aquellas donde el Estado facilita el libre mercado, pero cumple su rol estabilizador. No es cierto que la Argentina que llegó a ser potencia mundial fuera un paraíso. Por algo Domingo Faustino Sarmiento hizo un censo en serio y estableció la educación universal y gratuita como política de Estado. La Argentina agroexportadora fue mucho más que libre mercado.

Con los actuales niveles de pobreza y exclusión, el flamante Presidente deberá prestar mucha atención a la tarea de construir la eficiencia del Estado, el financiamiento de sus servicios y la calidad de vida que la Constitución garantiza a todos los habitantes de la Argentina.

Es imprescindible que el Estado deje de destrozar la economía, que la legislación laboral atienda a las necesidades de los trabajadores y no al poder de los burócratas; que gobiernos de todos los niveles y los poderes legislativos dejen de ser caja de empleo y es perentorio que la asistencia a pobres y desocupados deje de estar tercerizada en organizaciones extorsivas. Es necesaria una reforma tributaria que beneficie a las empresas y estimule la inversión.

Por ese motivo, es correcto que el Presidente haya advertido que el que "corta la calle no cobra", pero al mismo tiempo, el Ministerio de Capital Humano tendrá que ocuparse en serio, y con expertos, de la enorme deuda social acumulada en la Argentina.

La perspectiva de una inflación como la que describió ayer Milei es una advertencia muy severa: es una bomba de tiempo.

Está muy bien que el Presidente haya dado un mensaje a la multitud en la Plaza de los dos Congresos, pero no debió omitir el mensaje ante la Asamblea Legislativa. Él va a gobernar con el voto popular pero las leyes las deben sancionar diputados y senadores también elegidos por el voto ciudadano. Esa es la fuente de legitimidad del poder en la democracia republicana.

Archivando para siempre la demagogia populista y la narrativa antiempresaria, el país puede llegar a un despegue extraordinario. Pero eso no lo va a hacer el mercado, sino la política, la transparencia en la administración y una nueva cultura de educación y de trabajo.

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