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Auge y decadencia de los grandes imperios

Domingo, 16 de abril de 2023 02:10
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Acabo de releer un libro -monumental- de Edward Gibbon: "Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano". La obra, que abarca un milenio y medio de historia cubre no solo la historia del Imperio Romano Occidental -desde los días de los primeros emperadores hasta su extinción en el 476 d.C.-, sino también el Imperio oriental (Bizantino), el que duró otros mil años hasta que fue conquistado por los turcos en 1453. Dice Borges: «Gibbon parece abandonarse a los hechos que narra y los refleja con una inconsciencia divina que lo asemeja al ciego destino, al propio curso de la historia. Como quien sueña y sabe que sueña, como quien condesciende a los azares y a las trivialidades de un sueño". La obra es cautivante. Nada de lo narrado es superfluo ni repetitivo. A las descripciones históricas también siguen reflexiones filosóficas sobre el hombre y la historia. Por eso Borges afirma en su prólogo a la edición abreviada en español: "Recorrer el «Decline and Fall" es internarse y venturosamente perderse en una populosa novela, cuyos protagonistas son las generaciones humanas, cuyo teatro es el mundo, y cuyo enorme tiempo se mide por dinastías, por conquistas, por descubrimientos y por la mutación de lenguas y de ídolos". Del Imperio Romano occidental nacieron las naciones modernas de Europa; mientras que de la tardía caída del Imperio Romano oriental surgieron los destellos de humanismo y de ciencia que iluminarían más tarde a Europa. Vista bajo esta perspectiva, la obra es una historia antigua de la civilización europea; una lectura que nos lleva a los orígenes y a las raíces de la cultura occidental.

Los grandes imperios se construyen por siglos y su declinación puede llevar períodos similares también. Hay otros imperios emblemáticos. Tomemos, por ejemplo, el imperio de los Habsburgo. Este imperio, que se refiere a los países y las provincias gobernados por la rama austríaca menor de la casa de Habsburgo desde 1700 hasta 1780 y después por la rama sucesora de los Habsburgo-Lorena hasta el 1918; surge de los restos del Sacro Imperio Romano Germánico. Entre los años 1806 a 1867 se unifica como el Imperio austríaco, y desde 1867 a 1918 como el Imperio austrohúngaro. Este imperio dominó Europa central por cientos de años, y podría haber seguido decayendo por otros cientos de años más de no haber sido derrotado en la Primera Guerra Mundial.

Otro ejemplo interesante es el Imperio Otomano. En su máximo esplendor, entre los siglos XVI y XVII, se expandía por tres continentes y controlaba una vasta parte del sureste europeo, de Oriente Próximo y del norte de África. Poseía 29 provincias, además de Moldavia, Transilvania, Valaquia y Crimea, que eran Estados vasallos. El Imperio otomano era, en muchos aspectos, el sucesor islámico de los antiguos imperios clásicos. Durante el siglo XIX, diversos territorios del Imperio otomano -en general, en Europa-, se independizaron. Las derrotas en sucesivas guerras y el auge de los nacionalismos dentro de su territorio llevaron a la declinación del poder imperial. Su participación en la Primera Guerra Mundial seguido por la ocupación de Constantinopla, así como el surgimiento de movimientos revolucionarios en Turquía, le dieron el golpe de gracia que resultó en la partición del Imperio otomano.

Como el imperio de los Habsburgo antes, el imperio otomano también languideció por décadas hasta encontrarse enredado en el lado equivocado de la guerra y acabado como tal. Las potencias europeas de la época lo denominaban "el hombre enfermo de Europa", como lo expresa varias veces Pamuk Orhan en su bella novela "Las noches de la peste".

La caída de un imperio nunca es algo para subestimar ni celebrar. Los Estados mono - étnicos que surgen como producto de la caída de estos vastos imperios multiétnicos, suelen ser radicalizados y poco estables. Una vez desaparecido el gran paraguas imperial que los forzaba a la unión, hace que estos estados se vuelvan unos contra otros en disputas ancestrales nunca superadas. El fascismo en general -y el nazismo en particular- tuvieron mucha influencia sobre la conducta criminal de muchos estados balcánicos luego de la desintegración de los imperios Habsburgo y otomano.

Según Robert Kaplan, un estudioso del tema y un analista internacional famoso, "el siglo XX fue moldeado en gran medida por el colapso de los imperios dinásticos durante las primeras décadas del siglo, tanto como por la guerra y las consecuencias geopolíticas que estas caídas produjeron durante sus últimas décadas". ¿No podría pasar algo similar en el siglo XXI?

Pensar trágicamente

Deberíamos pensar de manera trágica, como forma de evitar potenciales tragedias. Pero "pensar de manera trágica" es algo mal visto.

Es cierto que hoy no quedan grandes imperios. La Commonwealth es sólo un resabio colonial del último gran imperio moderno; el británico. El imperio británico languideció por décadas y, desde el fallecimiento de Reina Isabel II y la coronación de Carlos III, esta endeble unión de naciones - que se mantenía unida por obra y gracia de la fallecida soberana - se va a deshilvanar, dejando tras de sí una estela de consecuencias políticas, económicas y geopolíticas menores para todos excepto, quizás, para Gran Bretaña. Pero no pasa lo mismo con las otras tres grandes potencias que rigen el mundo. Si bien ninguna es un imperio, todas tienen una fuerte impronta y una herencia imperial importante. El debilitamiento de estas potencias podría tener causas y consecuencias muy distintas y forjar una geopolítica global futura que pueda tomar direcciones difíciles de prever si no se piensa en "términos trágicos".

EEUU se ha embarcado en guerras autodestructivas e inconducentes en Afganistán e Irak, error que repite desde Vietnam. Pero hoy enfrenta una situación interior inédita; una erosión institucional desde dentro, desde sus propios cimientos; además de haber perdido esa pretendida superioridad moral por la cual se autoerigía en el modelo a imitar. Un Estados Unidos débil podría ser incapaz de seguir apoyando a Europa o a sus aliados en Asia. Un Estados Unidos débil también podría sobre reaccionar y -por errores de juicio que no logra corregir- embarcarse en otras guerras a gran escala con consecuencias globales impredecibles.

Rusia también se ha embarcado en algo injustificable como la invasión a Ucrania -con la amenaza de expandirse-. Detrás existe la idea de la "restauración" de los imperios ruso y soviético. Si la guerra contra Ucrania se prolongara demasiado, toda Rusia podría implosionar y convertirse en una especie de remedo de lo que ocurrió en la ex Yugoslavia; perdiendo el control de sus territorios; y favoreciendo el nacimiento de nacionalismos extremos y reaccionarios. La fuerza de esta implosión podría ser devastadora. Y aún si Rusia evitara todo esto, va a tener que lidiar con la situación de no ser más parte de Europa -desde lo económico- y de su desacople del G7. Rusia podría ser hoy el hombre enfermo de Eurasia, tal y como lo fue antes el imperio otomano para Europa. Putin podría ser hoy un equivalente a Nerón en la Roma imperial.

China también enfrenta fantasmas no menores. La China milenaria que muestra un "milagro" económico desde su ingreso a la Organización Mundial de Comercio (OMC) -de manera anómala y como "free-rider"; o sea, alguien que usufructuó los beneficios de dicha organización sin haber pagado los costos de su "construcción"-; enfrenta el riesgo de un crecimiento más lento o, incluso, una contracción; además de fuertes pujas internas facciosas por el poder. A eso se suma una población que crece en edad pero que decrece en términos laborales; y una juventud que tiende a no adherir al sistema totalitario. Esta erosión de poder social, político y económico podría moverlos a intentar una reivindicación externa tratando de recuperar Taiwán; un eco de la ansiada hegemonía china en Asia impuesta por la dinastía Qing. Aún si resistiera a este impulso, una China debilitada en términos políticos y económicos podría llevar a situaciones de pérdida de influencia en países vecinos, algunos de ellos regímenes en pugna poco previsibles.

Para hacer más difíciles los escenarios, Estados Unidos y China se han embarcado -ambos- en una guerra económica y tecnológica. Las guerras son cajas de Pandora; pueden fortalecer o debilitar. China apoya detrás de bambalinas a Rusia. Rusia, China e Irán hacen ejercicios militares conjuntos, explícitos y visibles. Corea del Norte realiza pruebas de misiles intercontinentales y ejercicios de contraataque nuclear. La OTAN acepta a Finlandia como nuevo miembro en un proceso insólito por su rapidez. Israel y Líbano escalan su propio conflicto. Es fácil ver cómo, si los grandes polos de poder se debilitan, la inestabilidad y el desorden internacional se extiende. En este nuevo caldo de cultivo, podrían surgir nuevas formas anárquicas de poder.

No pretendo hacer futurología pero el mundo se está reordenando y cuesta anticipar cómo se distribuirá el poder en las próximas décadas. La historia muestra que cuando los poderes dominantes declinan, el caos y la inestabilidad dominan el panorama. Quizás sea tarde para Rusia. China podría revertir la situación pero tendrá que mostrar una flexibilidad ideológica que tal vez no tenga. Estados Unidos podría reasumir el liderazgo global pero, cuanto más se demore en mostrar que está dispuesto a "pensar de manera trágica" y cambiar el curso, menos probabilidades tendrá.

De Quincey dijo que la historia es una disciplina infinita, o, a lo menos, indefinida; ya que los hechos pueden combinarse, o interpretarse, de muchos maneras distintas. ¿En qué podría devenir la historia del mundo si el señorío de estos tres grandes poderes se licúa y se interrumpe como le pasó al imperio romano, al austrohúngaro y al otomano? Como siempre, no hay certezas. Solo preguntas.

 

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