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Lula y los límites del pragmatismo

Miércoles, 26 de abril de 2023 02:27
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"Adonde vaya Brasil irá América Latina". Aquella añeja premonición de Henry Kissinger resuena como un latigazo en la Casa Blanca a partir de la visita a Beijing del presidente brasileño, Luis Ignacio Da Silva (Lula), quien avanzó en su iniciativa de generar, conjuntamente con China, un "grupo de paz" para negociar una salida a la guerra de Ucrania, una propuesta resistida por Washington y rechazada por el gobierno de Kiev, más aún cuando en ese mismo viaje y antes de partir para continuar su periplo en Emiratos Árabes Unidos el mandatario brasileño reclamó que "Estados Unidos debe dejar de incentivar la guerra".

Lula señaló que "es necesario formar un grupo de países dispuestos a encontrar la manera de hacer la paz. Lo hablé con los europeos, con los estadounidenses y lo hablé aquí, en China". Para los estadounidenses, esa idea está viciada de nulidad desde que semanas atrás el propio Lula sostuvo que para resolver el conflicto sería necesario que Ucrania reconociera la soberanía rusa sobre Crimea, una insinuación que despertó una feroz réplica del presidente Vladimir Zelensky.

Esas prevenciones occidentales se vieron confirmadas con la presencia en Brasilia del canciller ruso Serguéi Lavrov. John Kirbiy, vocero del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, declaró que "Brasil estuvo repitiendo como un loro la propaganda rusa y china sin mirar los hechos en absoluto".

Conviene recalcar que en 2009 China se convirtió en el principal socio comercial de Brasil. En 2022 la balanza comercial bilateral tuvo para Brasil un saldo positivo de 32.000 millones de dólares, casi la mitad del superávit comercial de ese año. Desde 2010 hasta la fecha China invirtió en Brasil cerca de 70.000 millones de dólares, casi la mitad de la totalidad de sus inversiones en América Latina.

Una pulseada geopolítica

En su tercer mandato, Lula resolvió avanzar en la profundización de ese vínculo. En su reunión con Zhao Leji, presidente de la Asamblea Popular China, resaltó la importancia de esas relaciones económicas, calificando a China como "socio preferencial" de Brasil, pero incorporó un ingrediente geopolítico: "Es con China con quien hemos tenido la mayor balanza comercial y es con China con quien intentamos equilibrar la política mundial, discutiendo los grandes temas".

Lula visitó el centro de innovación tecnológica de Huawei, la compañía líder en provisión de servicios de la tecnología de redes 5 G, cuyo avance en América Latina es resistido por Estados Unidos, que lo considera un instrumento de recolección de información del régimen de Beijing. En tono desafiante, Lula proclamó: "Visitamos Huawei para mostrar que no tenemos prejuicios contra el pueblo chino y que nadie prohibirá a Brasil fortalecer su relación con China".

En contrapartida, el consejero delegado de Huawei, Liang Hua, destacó que la empresa está dispuesta a "trabajar en una perspectiva a largo plazo para el desarrollo sostenible de Brasil". Uno de los acuerdos suscriptos en Beijing abre las puertas para proyectos de cooperación bilateral en los sectores de 5G, Internet de las Cosas e Inteligencia Artificial, casi sinónimos de "futuro".

El mayor signo político de este reacomodamiento de Brasil en el tablero mundial fue la ratificación de su apoyo a la creación de una moneda común del Brics, esa asociación comercial creada en 2009 con la participación de Brasil, Rusia, India y China, a la que adhirió Sudáfrica en 2013 y que se plantea una estrategia de incorporación de otros países, entre ellos la Argentina e Irán.

En la ceremonia de asunción de la ex mandataria brasileña Dilma Rouseff de la presidencia del Nuevo Banco de Desarrollo, el brazo financiero de los Brics, Lula defendió el proyecto de crear una moneda alternativa al dólar estadounidense para el intercambio comercial entre los países del grupo. "¿Quién decidió que fuera el dólar?", preguntó antes de exhortar a "liberarse de las ataduras y condiciones impuestas por las instituciones tradicionales", en obvia alusión al Fondo Monetario Internacional.

Thomas Shannon, un ex embajador norteamericano en Brasil con aceitados vínculos con la administración demócrata, salió rápidamente a responder: "El dólar no es una moneda global porque Estados Unidos lo impuso. Es una moneda global por el poder de la economía americana en el sistema financiero y en el orden económico global. Si Brasil, China o los Brics quieren sustituir al dólar que lo hagan. ¿Qué moneda utilizarán? ¿La moneda china, la brasileña?. OK, buena suerte".

Shannon acierta con la foto pero no necesariamente con la película. Porque lo cierto es que el Brics incluye al 43% de la población mundial y al 24% del producto bruto global. China es actualmente la segunda economía planetaria y todo indica que llegará a reemplazar en el liderazgo a Estados Unidos en menos de una década, mientras que India, que en 2022 desplazó a Gran Bretaña del quinto lugar, alcanzará el tercero en no más de veinte años y Brasil ocupa hoy el undécimo puesto en ese ranking.

La diplomacia del trapecio

Brasil tiene una larga tradición en el ejercicio de la realpolitik. Itamaraty es usado tradicionalmente como un ejemplo de continuidad en una política exterior fundada en una atenta lectura de la situación mundial. Getulio Vargas, un expresidente nacionalista que en la década del 30 era acusado de simpatizar con los regímenes del Eje, no vaciló en declarar la guerra a Alemania y mandar tropas a Europa a combatir junto a los ejércitos aliados, lo que le permitió convertir a Brasil en un aliado privilegiado de Estados Unidos en la posguerra. El propio Lula, llegado al gobierno en el momento cumbre de la unipolaridad estadounidense, gobernó durante ocho años sin confrontar con Washington.

Las críticas contra un supuesto

Lula senil que volvería a sus orígenes de izquierda para darse el gusto de enfrentar al "imperialismo yanqui" ignoran los cambios en el escenario global experimentados en los últimos años. La nueva bipolaridad, resultado del ascenso de China, brinda a Brasilia la oportunidad para reivindicar un espacio de autonomía política, en un marco de acercamiento pragmático a ambas superpotencias que no puede agradar a Estados Unidos, nada dispuesto a resignar su hegemonía en América Latina.

La decisión de Lula de reincorporar a Brasil a la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (Celac), de la que se había retirado durante el gobierno de Jair Bolsonaro, su impulso a la modernización del Mercosur y su iniciativa de recrear la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) son partes entrelazadas de una estrategia de reinserción global sintetizada en la consigna de "Brasil está de vuelta".

La intención de Lula no es en absoluto romper lanzas con Estados Unidos, sino explotar al máximo el margen de maniobra relativo que otorga la nueva situación mundial. De hecho, su primera visita internacional fuera de la región fue en febrero a Washington donde fue cálidamente recibido por Joe Biden. En todo momento el mandatario brasileño queso remarcar que este acercamiento con China no representaba un distanciamiento con Estados Unidos.

Simultáneamente, Lula anunció la voluntad de cerrar el acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur. Al tal efecto, y para desmontar las objeciones de Francia y otros países, decidió volver a ratificar la adhesión brasileña al acuerdo climático de París, un tratado que había sido denunciado por Bolsonaro.

El problema es que esa visión pragmática no es compartida por la Casa Blanca, que interpreta que Brasil está traspasando una línea roja que afecta al escenario latinoamericano, su antiguo "patio trasero". Sin embargo, este rumbo estratégico definido por el nuevo gobierno no fue cuestionado hasta ahora por ningún sector significativo del empresariado ni de la oposición parlamentaria. Es probable que Lula busque en este protagonismo global un resquicio para saltar por encima de la grieta que divide a la sociedad brasileña.

* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico

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