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Un momento crucial, perocon recursos para superarlo

Jueves, 25 de mayo de 2023 00:00
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Existen situaciones especiales que condensan en un solo punto una multiplicidad de factores que confluyen en una explosión. Cuando ello ocurre, proliferan las explicaciones superficiales sobre las causas que eluden el análisis de su naturaleza profunda. Esto es precisamente lo que ocurre hoy con la política argentina.

Los tres últimos mandatarios constitucionales de la Argentina, incluidos los líderes de las dos coaliciones que se alternaron en el gobierno durante los últimos doce años, comunicaron que están fuera de la carrera por la sucesión presidencial. Esa coincidencia, para nada casual, abre la posibilidad para una reconfiguración de un sistema político crecientemente distanciado de las expectativas de la sociedad.

Pero el anuncio de Alberto Fernández tuvo un efecto colateral mucho más vasto que su contenido en sí. Ningún actor relevante de la política argentina imaginaba realmente al actual presidente como candidato. El consenso generalizado era que su persistencia encubría la intención de sostener los escasos y menguantes retazos de poder que trabajosamente retenía. De allí que, más que una renuncia simbólica a una postulación absolutamente inviable, este hecho impactó como una dimisión implícita a lo único que Fernández estaba en condiciones efectivas de ceder, esto es la Presidencia de la República.

Ante la virtual acefalía presidencial, que incluye la imposibilidad política para que la vicepresidenta asuma las riendas del gobierno, el ministro de Economía busca un adelanto de los préstamos del FMI, en una decisión que requiere indispensablemente la autorización previa de la Secretaría del Tesoro estadounidense, y por lo tanto de la Casa Blanca, para evitar, o al menos postergar, un estallido que aparece inminente.

Casi "in articulo mortis", Massa procura la aprobación de Joe Biden para salvar al gobierno del colapso. Al margen de cualquier consideración -todavía demasiado prematura sobre los resultados de su gestión en materia económica- el ministro se ha mostrado, hasta ahora, como un excelente canciller. Para confirmarlo, alcanza con destacar el hecho de que, en medio de esa misma negociación con el FMI, haya podido acordar con Beijing la utilización de las reservas monetarias en yuanes para pagar exportaciones chinas.

Para completar esta secuencia de acontecimientos, la vicepresidenta se vio obligada a elogiar los esfuerzos de Massa por sortear el abismo y avalar con su silencio el compromiso de impulsar un mayor ajuste fiscal asumido por el ministro de Economía ante el FMI para compensar la hemorragia de divisas del Banco Central, dirigida a evitar una mayor devaluación del peso. Esta justificación de una política económica opuesta al clásico "relato" ideológico del "kirchnerismo" certifica el agotamiento del ciclo histórico iniciado hace veinte años.

La excepción paraguaya

En este escenario tan desfavorable, el peronismo podría prestar atención a la excepción paraguaya. En las últimas quince elecciones presidenciales celebradas en América Latina en catorce ganaron candidatos opositores. La única excepción había sido Nicaragua, donde la reelección de Daniel Ortega, lograda con la inhabilitación legal, aquí sí real, de los principales candidatos opositores, fue desconocida por gran parte de la comunidad internacional. Los oficialismos resultan derrotados en las urnas.

Esta regla rige tanto para los gobiernos de derecha como de izquierda. Así sucedió en las dos últimas elecciones presidenciales en Brasil y la Argentina. La razón es que ninguno de esos gobiernos, más allá de su signo ideológico, no lograron satisfacer las expectativas de los votantes.

En cambio, Santiago Peña, candidato del Partido Colorado, que gobierna Paraguay casi ininterrumpidamente desde 1947, durante 72 de los últimos 76 años, derrotó con el 43% de los votos a la coalición opositora encabezada por el candidato del Partido Liberal, Efrain Alegre, que obtuvo el 27%. Esa victoria encierra empero una sugestiva particularidad: Peña le había ganado previamente las elecciones internas del oficialismo a Arnoldo Weins, el precandidato apoyado por el presidente Mario Abdo Benítez.

La campaña de Peña tuvo, además, un sesgo abiertamente crítico con el gobierno de su propio partido, por lo que en términos clásicos su victoria no puede atribuirse al oficialismo, aunque tampoco a la oposición. Otra singularidad fue que Payo Cubas, un candidato "outsider" del Partido Cruzada Nacional, quien basó su campaña en la denuncia de la corrupción del sistema político y fue caracterizado periodísticamente como "el Milei paraguayo", sorprendió con el 23% de los votos y se colocó muy cerca del segundo puesto.

Esta referencia es oportuna porque el creciente vacío de poder y la perspectiva de una derrota electoral colocan al peronismo en su conjunto frente a la exigencia ineludible de redefinir su estrategia política para afrontar las elecciones presidenciales. Ese replanteo abre un debate interno y un amplio abanico de opciones, por adentro y aún por afuera del Frente de Todos. Allí cabe inscribir el formalizado lanzamiento del gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, pensado en términos de una nueva construcción política.

Dentro del Frente de Todos, la mayor expectativa está puesta sobre Massa, cuya posible candidatura choca, sin embargo, con una dificultad objetiva: la situación de emergencia torna enormemente difícil la compatibilización entre las funciones de ministro de Economía y la condición de candidato presidencial. Con un agravante: Massa hoy no puede dejar de ser ministro porque, como lo expresa muy gráficamente un tweet reproducido por Malena Galmarini, "Massa se queda hasta el final porque el final es cuando se vaya Massa".

La mirada internacional

La actual coyuntura internacional juega a favor de la Argentina. El gobierno de Biden, que recela de la política de Lula de acercamiento a China y teme un estallido social en la Argentina que podría llegar a desestabilizar a la región, respalda a Massa en la renegociación del acuerdo con el FMI. Este acompañamiento tiene un justificativo adicional, de carácter doméstico: para la administración demócrata, Milei es una versión argentina de Donald Trump, quien probablemente volverá a confrontar con Biden en la elección presidencial estadounidense de 2024. Esa apreciación hace que Milei no sea actualmente bien visto en la Casa Blanca y refuerza el apoyo a Massa en la renegociación del acuerdo con el FMI. Es paradójico que Milei preocupe hoy en Washington más que Cristina Kirchner.

En 1968, en su clásico libro "La Hora de los Pueblos", publicado hace ya más de 65 años, cuando la palabra "globalización" aún no figuraba en el diccionario económico ni político mundial, Perón decía: "En el mundo de hoy, la política puramente nacional es una cosa casi de provincias. Lo único importante es la política internacional, que juega desaprensivamente por adentro y por afuera de los países". Por ese motivo, y aún caminando al borde del abismo, con un ministro trapecista haciendo equilibrio en una situación política extremadamente frágil, una inflación anual de tres dígitos, un fuerte aumento del índice de pobreza y en medio de un proceso electoral incierto, el escenario mundial ofrece a la Argentina una nueva oportunidad, que puede sintetizarse en el aprovechamiento integral de nuestra gigantesca potencialidad productiva, básicamente centrada en el complejo agroalimentario (uno de los tres más competitivos del mundo), la energía (en particular el gas de Vaca Muerta y la explotación "off shore" en la costa atlántica), la minería sustentable (en especial el litio, esencial en el tránsito mundial hacia los automóviles eléctricos), y la industria del conocimiento, un rubro estratégico en que somos líderes en América Latina.

Antonio Machado, aquel célebre escritor español, decía que "en política sólo triunfa el que pone la vela donde sopla el viento, jamás quien pretende que sople el viento donde pone la vela". Hace falta poner la vela.

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