¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
26 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Los pormenores y los detalles de un acto político de antaño

Domingo, 07 de mayo de 2023 01:07
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Como estamos en plena etapa proselitista por las elecciones del 14 de mayo, viene al caso recordar un "mitin" de antes. Y para eso nos vamos a remontar a la campaña electoral del 18 de marzo de 1962, cuando en nuestra provincia se debía elegir gobernador y vice, legisladores y concejales.

Aquella inolvidable reunión política fue en la casa de doña Mercedes Alcalá, en San Agustín, a pocos kilómetros de Sumalao y La Merced, departamento de Cerrillos. Para el peronismo de entonces y a solo siete años de la Revolución Libertadora, el acto tenía un alto contenido político. Es que ese pequeño poblado era el bastión de un indiscutido caudillo radical, Miguel Angel Martínez Saravia, para más, exjefe de la brava policía de 1955. Quizá por eso ese "mitin" convocó a la flor y nata del peronismo de aquellos años.

Y así fue que en la tarde-noche del sábado 11 de marzo, llegaron a San Agustín, Emilio Espelta, Ernesto F. Bavio, Armando Caro, Cornejo Linares, Amadeo Sirolli, Gustavo "Poncho" Marrupe, Ricardo Falú, Juan Marocco y Cástulo Guerra, quién solía imitar la voz de Perón. De la dirigencia departamental estaban los mercedeños Florencio Choque, Anastasio Guanca y Juan Carlos Schubert, más los cerrillanos Angela Yapura, Bonifacia Puca de Cruz, Carím Masere, Casimiro Aramayo, mi padre José Luis y el suscripto que asistió en calidad de "entusiasta y chofer".

Para aquella campaña, don Emilio Espelta había adquirido para Cerrillos una "camioneta radial" Dodge 1937 y que conducía un porteño apodado "Papa Caliente". El vehículo estaba equipado con amplificador a batería, un par de bocinas, micrófono y tocadisco. Y así es que en plena marcha y a los barquinazos por esos caminos de tierra, un disco de pasta tenía escasa vida. Del lado "A", la "Marcha Peronista" de Hugo del Carril y del lado "B" "Evita Capitana". La placa era una copia que don Armando Caro hacía hecho reproducir en el Hogar de Ciegos "Corina Lona". Por otra parte, Caro había puesto a disposición de la campaña en Cerrillos a su fornido Ford V8 modelo 1938, azul oscuro y con dos ruedas de auxilio, una en la tapa del baúl y otra en su interior. Absolutamente todas en pésimo estado de conservación, a punto tal que a trasluz se podía ver el aire y calcular a ojo de buen cubero las libras que portaban. Pero aun así, esas gomas nunca dijeron basta.

En ese inolvidable acto, el que iba al volante del fornido Ford, era el suscripto y por eso estaba más contento que opa en sulky como decía el "Cuchi" Leguizamón. Tenía 17 años y por entonces manejar un V8, butacas rebatibles y palanca al piso, era un privilegio reservado para pocos.

El viaje

Como a las seis de la tarde de aquel sábado 11 de marzo de 1962, partimos de Cerrillos rumbo a San Agustín, Armando Caro, mi padre y yo al volante. En La Merced hicimos un alto para levantar a Juan Carlos Shubert, pues su camión estaba en Sumalao acercando gente para el acto. Anochecía cuando por fin llegamos a la casa esquina de veredas altas de doña Mercedes. Adentro esperaban don Emilio Espelta y el "Poncho" Marrupe, quienes supervisaban el asado de dos tamberitas de Las Blancas.

Afuera ya estaba estacionado el "auto radial" de don Arístides que tendría a su cargo la propalación del acto. En el techo del furgón Morris 1947, el hombre había instalado un palco con baranda, micrófono y dos bocinas. Se accedía por una escalerilla a esa ingeniosa "cabina de transmisión", que solo soportaba el peso de dos o tres personas menudas. De manera que cuando alguno de los robustos peronistas tenía que discursear, los menudos debían dar cancha bajándose del Morris.

El regalo de Evita

Al final de la tarde y con la noche ya encima, todo estaba dispuesto para el inicio del acto. El humo del asado había nublado el cielo de San Agustín mientras en el patio de la casona un grupo de comedidos atendían la carne tendida sobre dos improvisadas parrillas hechas con elásticos de camas dos plazas.

Y mientras el asado tomaba punto, la dueña de casa en compañía de Luisa, una cieguita del lugar, mostraba orgullosa a los recién llegados un obsequio que con harto celo guardaba bajo una florida funda de cretona: la máquina de coser que le había regalado la "Señora" como decía. Emocionada hasta las lágrimas daba detalles del regalo de Evita y con la cual había podido coser hasta la ropa de sus nietos.

El "mitin"

Por fin, los invitados salieron a la vereda alta y a la luz de tres o cuatro lámparas "Petromax" a bomba, comenzó el acto ya que por entonces San Agustín carecía de luz eléctrica. Luego de entonarse el Himno Nacional, la Marcha Peronista y hacer un minuto de silencio por Evita, por los caídos en Plaza de Mayo y los fusilados de 1956, llegó la hora de los discursos. Casi todos cargados de recuerdos, emociones, nostalgias. Ahí vi rodar lágrimas sobre rostros curtidos por la intemperie. Sentí sollozos de hombres y mujeres cuando sonó la música de una época pasada. En fin, hubo discursos vibrantes anunciados previamente por la inconfundible y emotiva voz de Cástulo Guerra. Al concluir el acto donde hablaron casi todos los invitados, llegaron los "vivas" y la promesa de "reventar las urnas…" el próximo domingo.

El regreso

Había comenzado a llover y el "Poncho" Marrupe pidió que de vuelta a Cerrillos lo acercáramos a su casa de La Candelaria. Y así fue que ya casi a la medianoche partió el Ford V8 con cinco tripulantes: adelante mi padre y el suscripto al volante mientras que en el asiento de atrás iban Caro, Marrupe y Schubert. Por instrucciones del "Poncho", baquiano del lugar, tomamos el viejo camino a Salta (ruta 21) de ripio y ahora atravesado por innumerables correntadas por la lluvia que caía. Y como el coche solo tenía una escobilla, mi acompañante de nada servía pues viajaba casi a ciegas. Por el estado del camino nuestra marcha era lenta y como a una hora de viaje sentimos que una goma estaba en llanta. Y no había otra que bajar y cambiar la rueda averiada. Y por supuesto, yo como era el más joven del grupo debí ocuparme bajo la lluvia y la oscuridad, calzar el auto, colocar el gato y cambiar la goma. Más de media hora nos llevó el contratiempo y ya de vuelta en la huella, "Poncho" indicó tomar por El Zanjón y así rumbear para La Candelaria. Se trataba de un callejón de unos 5 o 6 kilómetros, que era un verdadero lodazal. Cuando por fin logramos acceder al camino que nos llevaría a la finca del "Poncho", otra goma nos dejó a pie. La lluvia no amainaba y de nuevo debí repetir el trámite de cambiar el último auxilio en medio del agua, el barro y la oscuridad. Y cuando a tientas intentaba ubicar el gato bajo del auto, don Armando Caro con su inconfundible vozarrón me animó: ¡Chango, puteá chango, puteá…! Y así fue que luego de otra media hora de poner y sacar gato y ajustar y desajustar tuercas, de nuevo estábamos camino a La Isla y mojados hasta los huesos.

A poco llegamos a La Candelaria. No sé cuanto duró aquella travesía de hace 61 años pero cuando ingresamos a Cerrillos los pájaros ya anunciaban el amanecer. Una semana después, el peronismo ganó en casi todas las provincias, elecciones que luego fueron anuladas. Pero en San Agustín los radicales de Miguel Angel Martínez Saravia habían vuelto a triunfar.

 

 

Temas de la nota

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD