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Cuando un cura tramposo no quiso pagar su deuda de juego

En la fiesta de Sumalao de 1792, los caballos del padre Arce, de Chicoana, cayeron derrotados en las cuadreras.
Domingo, 11 de junio de 2023 02:31
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A escasos días de la Fiesta de Sumalao, ahora llamada "grande", vale la pena recordar un hecho que según don Bernardo Frías ocurrió a fines del siglo XVIII, cuando las ferias de mulas se hacían en los aledaños de la ciudad. "La más importante -cuenta- era la de Sumalao, que convocaba tanto a hacendados de Tucumán, Córdoba, San Juan, San Luis y La Rioja como a mercaderes de Lima y el Alto Perú. Todos venían trayendo o buscando las mulas de la región".

Pero, además de concretar negocios, estos hombres adinerados solían entregarse con harta frecuencia al juego, ganando o perdiendo verdaderas fortunas que por entonces se contaban en onzas de oro. Pero no solo los acaudalados hacendados y mercaderes se entregaban en Sumalao al vicio y al pecado del azar. También lo hacían algunos curitas y, si no, leamos lo que dispuso el ilustrísimo obispo del Tucumán, monseñor Ángel Mariano Moscoso, el 3 de julio de 1793, a los fines de impedir que los curas anden mal entretenidos y metiéndose en disputas por juegos de azar.

Cura tramposo

Todo se originó cuando un cura -párroco de Chicoana- hizo trampa en una cuadrera de Sumalao y el perjudicado lo denunció ante los estrados del obispo del Tucumán. Ante ello la máxima autoridad eclesiástica de la gobernación resolvió cortar por lo sano y prohibir "aeternum" la participación de sus pastores en esas jornadas propias del Jockey Club. Prohibición, a decir verdad, que se cumplió hasta por ahí nomás, ya que siguió en plena vigencia aquel viejo principio colonial de "se acata pero no se cumple".

Detalles del conflicto

El entredicho surgió en la Feria de Sumalao de 1792, a causa de unas apuestas de carreras de caballos entre el presbítero Pedro Ignacio de Arce, cura párroco de Chicoana, y el señor Martín Saravia y Jáuregui. En esas cuadreras ganaron los caballos de Saravia, pero el curita, ni lerdo ni perezoso, cuestionó el resultado, negándose a pagar lo pactado. Y, como es de imaginar, había mucho dinero en juego.

Ante la negativa del cura, don Martín resolvió cortar por lo sano y así fue que a poco elevó sus quejas por escrito ante el ilustrísimo del Tucumán, monseñor Moscoso: "Don Martín Saravia y Jáuregui, vecino de la capital de Salta ante Vuestra Señoría Ilustrísima, como haya lugar en derecho digo: que cuando en el paraje de Sumalao a fines del mes próximo pasado con el presbítero José Ignacio Arce concertamos a presencia de un numeroso concurso de gente honrada correr dos carreras de caballo bajo ciertas ajustadas condiciones para que en ellas no interviniese malicia, de conformidad que si esta se advierte, haría perder la apuesta a la parte que se reconociere, aunque fuere por medio de un corredor.

"El supuesto estafado por el cura de Chicoana realizó una denuncia ante el obispo de Tucumán. Todo el lío por una cuadrera".

Efectuadas que fueron ambas carreras -prosigue Saravia-, le gané la primera con tanta claridad con uno de mis tres caballos que le propuse, y él no rehusó, que a nadie se le ocurrió oponer dificultad y así, se vio en la necesidad de satisfacerme el dinero que perdió en ella, a pesar de su manifiesta repugnancia a pagar.

Dominando de esta carrera y no encontrando otro arbitrio que le facilitara la restauración de su dinero perdido, fraguó maliciosamente el de afirmar públicamente contra mi acreditada conducta, la que había procedido faltando enteramente a lo pactado, echándole otro distinto caballo y en los corrillos, expresando con denigrativas palabras hacia mí persona, que tiene que sustanciarme pleito por esto.

En la segunda carrera también le gané justamente a verdad de las condiciones que estipulamos, pero aunque no se corrió hasta el término de que se tenía asignado, a poca distancia de haber soltado y castigado los caballos, se vio que el padre Arce atravesó su corredor al mío, de tal manera que le imposibilitó seguir, y así es que por ese extraño modo de carrerear le gané justamente los 175 pesos que apostamos y ahora se resiste a pagármelos, alegando frívolos argumentos. En cuya atención -continúa Saravia en su alegato- y para que lo pueda hacer ver las falsas e importunas palabras con que el maestro Don Pedro Ignacio de Arce ha lastimado mi honor y pedir contra él hasta su consecución, cuanto haga a mi derecho, así sobre calumnias como la otra cantidad de 175 pesos, que por su defecto de voluntariedad se niega a pagarme.

"Con argumentos frívolos, el cura párroco se negaba a pagar los 175 pesos que había apostado y perdido".

A Vuestra Señoría Ilustrísima pido y suplico se sirva dar la bastante comisión a derecho eclesiástico de su satisfacción para que me administre justicia, mandando que entretanto no se ventile el asunto, no permita que salga de esta capital dicho maestro cura de Chicoana, en sus pies ni en los pies ajenos, por tener que hacer en él posiciones. Juro -concluye- no proceder con malicia y para ello firmo: Martín Saravia".

Ilustrísima repuesta

Habiendo tomado conocimiento el obispo de esta demanda, proveyó a continuación: "Pase a conocimiento del vicario juez eclesiástico de la ciudad de Salta, con la comisión necesaria para que sustancie y determine esta causa y, con las diligencias que actúe, nos dé cuenta para librar las providencias que más convengan, como así también evitar que los eclesiásticos no se vuelvan a mezclar en semejantes apuestas, que tanto desdicen de su estado".

Y concluye el expediente con este agregado notarial: "Lo proveyó y firmó el Ilustrísimo Sr. Don Ángel Mariano Moscoso, Ilustrísimo obispo del Tucumán, del Consejo de Su Majestad ante mí, en esta Hacienda de Cobos, jurisdicción de Perico, 3 de julio de 1793, del que doy fe. Tomás Montaño – Notario eclesiástico".

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