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Ante las crisis, no hay que esperar soluciones mágicas. Hace falta una visión realista y capacidad de acuerdos. El yacimiento de Vaca Muerta, como el litio o el cobre, son grandes oportunidades, siempre que se enmarquen en un cambio de conductas y un proyecto de país.
La inauguración del primer tramo del gasoducto que une a Vaca Muerta con Salliqueló y en unos días, cuando los caños se llenen y todo funcione, lentamente comenzará a incrementar el flujo de combustible que llega al Área Metropolitana, el corazón del poder central. El destino destacado por Cristina Kirchner en su discurso inaugural. Entre tanto, el gasoducto del NEA, anunciado por Néstor Kirchner en 2006, sigue abandonado. Estaba destinado a proveer de gas domiciliario a Formosa, Chaco, Misiones y Corrientes. El fluido lo iba a suministrar la Bolivia de Evo Morales, pero ahora ya se quedó sin gas. 17 años es mucho tiempo y, al parecer, todos los modelos intervencionistas de producción de hidrocarburos fracasan. En Bolivia se quedaron sin inversores en exploración, tal como había ocurrido en la Argentina desde la llegada de Kirchner al poder. Mientras tanto, entre Chávez y Maduro fundieron a PDVSA.
Pero tampoco está licitado todavía ni el tramo que falta hasta el sur de Santa Fe ni, tampoco, la obra técnica para terminar de poner en funciones el gasoducto del NEA, que también deberá recibir el gas de Vaca Muerta.
En esta inauguración del 9 de julio, este primer tramo fue presentado como una inversión histórica, o una obra pública incomparable. La realidad es que el fracaso del gasoducto del NEA y la postergación de casi diez años en el de Vaca Muerta no habilitan a hablar de "tiempo récord", ya que Fernández paralizó el proyecto que Macri había dejado listo para la licitación. Dos años y US$ 6.000 millones perdidos, porque se siguió importando gas licuado hasta para cubrir todo este invierno. Se estima que en los últimos 12 años, la Argentina importó GNL y otros combustibles por US$ 75.000 millones.
Tampoco es para felicitarse entre ellos por su coraje y mucho menos para bautizar al entubado como Néstor Kirchner, uno de los grandes responsables de la crisis energética que lleva dos décadas.
El acto, concebido para construir una imagen de unidad, fue demasiado opaco. Y si el de Sergio Massa fue un discurso de campaña, el de Fernández, un relato como para disimular la realidad de su gobierno, que no va a ser recordado por obra alguna, sino por la inflación, la pobreza, el deterioro del trabajo y la permanente violencia verbal que solo añade fastidio a la gente.
Pero el de Cristina Kirchner incluyó una frase arrabalera que sorprende por el absurdo: "Yo no sé qué pasa cuando se juntan los empresarios, hacen concursos para ver quién dice la boludez más grande", dijo en la inauguración, la fiesta patria y el lanzamiento de campaña de Massa.
Se dirigía al empresario Eduardo Eurnekian, dueño de Corporación América, que en el cierre del Encuentro Anual para el Desarrollo del Comercio y los Servicios había dicho que "la dirigencia política ha tomado durante muchos años las decisiones equivocadas que nos han llevado a las circunstancias en las que hoy nos encontramos" y añadió: "La clase política es la responsable de nuestra realidad actual".
"Son consecuencia de esos errores los malos resultados económicos, la pobreza, la baja calidad de vida, la inseguridad, la mala calidad educativa -siguió diciendo - También es consecuencia de esos desaciertos que tantas organizaciones no gubernamentales ocupen cotidianamente lugares públicos con sus protestas y reclamos".
Poco antes, en la misma reunión, el presidente de la Cámara Argentina de Comercio, Mario Grinman, había destacado que "en el programa del encuentro de hoy no incluimos a ningún político". Y explicó: "el objetivo de este encuentro no es escuchar discursos de funcionarios ni candidatos… Todos saben lo que hay que hacer. El problema es que no se animan".
Cabe preguntarse a cuántas personas estas palabras les suenan a "boludeces".
El gasoducto es una obra muy importante por muchas razones, pero solo será eficiente si forma parte de "un Plan Energético Nacional con un horizonte de planificación de treinta años; revisable cada cinco años y aprobado por Ley del Congreso", como propone el ex secretario de Energía, Jorge Lapeña.
Desde la primera presidencia de Cristina Kirchner, el grupo de los ex secretarios vienen advirtiendo sobre las insuficiencias y la improvisación de todas las decisiones energéticas.
Los subsidios a la energía se inauguraron en 2004, con US$ 825 millones, llegaron a US$ 20.829 millones en 2014 y hasta 2022 sumaron en total US$ 166.672 millones.
La imposición del Grupo Petersen como socio de YPF en 2008 y su expulsión ilegal cuando se renacionalizó parcialmente la petrolera volvieron a poner a la Argentina frente a un tribunal de Nueva York con el riesgo de tener que pagar por el 25% de las acciones el triple de lo que en 2014 pagó Axel Kicillof como ministro de Economía por la mitad que pertenecía a Repsol.Y ya en ese momento, el monto acordado duplicaba el valor de ese paquete accionario.
Desaguisados que cuestan caro, y no solo en dinero.
Según el INDEC, en los treinta conglomerados urbanos que evalúa la Encuesta Permanente de Hogares, solo 56,2% de los hogares de Argentina tiene desagües cloacales, gas de red y agua corriente. Desglosados, las cifran cambian: el 72,5% cuenta con servicio de cloacas, 70,2% con acceso a la red de gas (el resto usa garrafas, electricidad o leña) y 89,6% agua corriente. Y faltan los quince millones de personas que quedan fuera de la encuesta. En pueblos chicos o en áreas rurales.
La planificación nacional que propone Lapeña es imprescindible, pero tendrá una dificultad: la grieta. Hoy nadie puede saber qué hará el próximo gobierno con las tarifas, los cortes de luz y las reiteradas crisis de combustibles. Pero los discursos de Salliqueló anticipan que, si al actual oficialismo le toca ser oposición, llegar a cualquier acuerdo republicano será una utopía.