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El triste final de Narciso Laprida y la salvada de Rudecindo Alvarado

La batalla de El Pilar, en Mendoza, terminó con la vida de quien hizo jurar nuestra Independencia en 1816.
Domingo, 13 de agosto de 2023 02:01
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Desde nuestra más tierna infancia escolar los argentinos guardamos en la memoria tres personaje que seguramente no olvidaremos: French y Beruti, y Laprida. Los dos primeros repartiendo cintas para identificar a los patriotas en la plaza de la Victoria el 25 de mayo de 1810. Y a Narciso Laprida, presidiendo el Congreso de Tucumán al momento de la jura de nuestra independencia. Figuras que no solo recordamos por las reiteradas lecciones de historia recibidas desde el jardín de infantes, sino también por las repetidas representaciones escénicas de nuestras fiestas patrias fundamentales, el 25 de mayo y el 9 de julio.

Aún se pueden ver para estas fechas a niños vestidos a la usanza de aquellos patriotas, cuando caminan rumbo a sus escuelas de la mano de sus padres. Van a representar orgullosamente a French y Beruti o a Laprida.

Y también es cierto que a medida que pasan los años estos personajes de nuestra primera historia, paulatinamente, se van esfumando ante el fuerte protagonismo que de a poco cobran otros patriotas, también de relevante actuación.

De aquellas primeras personalidades de nuestra historia hoy vamos a rescatar a don Francisco Narciso de Laprida, diputado por San Juan y a quien le cupo la responsabilidad de presidir la sesión del Congreso el 9 de julio de 1816. Y lo hacemos con el afán de adentrarnos en la suerte que corrió este ilustre patriota después de Tucumán, y cuya vida le fue arrebatada de la forma más horrible luego del eclipse de Bernardino Rivadavia y el fusilamiento de Manuel Dorrego ordenado por Juan Lavalle.

Francisco Narciso Laprida nació en San Juan de la Frontera (San Juan) el 28 de octubre de 1786. Hizo sus primeras letras en su ciudad natal y más tarde las prosiguió en el Real Colegio de San Carlos, en Buenos Aires. Una vez graduado continuó sus estudios superiores en Santiago de Chile, donde en 1810 y a los 24 años se recibió de abogado. Por dos años permaneció en el país trasandino, donde llegó a integrar la primera junta de gobierno. En 1812 regresó a San Juan, donde fue designado síndico del Cabildo, cargo que años después le permitió colaborar con el general José de San Martín cuando, ya gobernador de Cuyo (10-8-1814), se dedicó a crear y organizar el Ejército de los Andes.

Como se sabe, desde Cuyo San Martín impulsó fuertemente la declaración de la independencia, algo indispensable para concretar su plan continental y trasponer la cordillera de los Andes. Finalmente, y luego de mucho insistir junto a Belgrano y Güemes, el gobierno de las Provincias Unidas convocó al Congreso de Tucumán con el fin de que naciera un nuevo país, instituciones gubernamentales independientes de España y en lo posible dictar una constitución nacional.

Por la provincia de San Juan fue electo diputado ante el Congreso el fraile Justo Santamaría de Oro, pero después, al saberse que por la cantidad de población a San Juan le correspondían dos bancas, fue designado Francisco Narciso Laprida, quien pese a ser uno de los últimos en arribar a Tucumán terminó siendo elegido presidente del Congreso el 1 de julio de 1816. Y, como tal, le correspondió conducir el debate que culminó días después, más exactamente el 9 de julio, con la declaración de la independencia. Al respecto, el general San Martín escribió: "Al fin estaba reservado a un diputado de Cuyo ser el presidente del congreso que declaró la independencia, y doy a la provincia mil parabienes por tal incidencia".

Laprida regresó a San Juan en 1820 y en esos años tumultuosos de su provincia le tocó reemplazar a don Felipe de la Roza como gobernador interino. En 1824 representó a su provincia en el Congreso General Constituyente que en 1826 dictó la Constitución Unitaria, carta que al ser rechazada por las provincias quedó sin efecto. Fue en esos dos años de deliberaciones en Buenos Aires, algunas de las cuales también presidió, lo que lo consagró como un consustanciado hombre defensor de las ideas unitarias y de la presidencia de Bernardino Rivadavia, que duró hasta el 27 junio de 1827. Ese mismo año Laprida regresó nuevamente a San Juan para sumarse abiertamente al bando unitario.

Guerra Civil

Con el fusilamiento de Manuel Dorrego, ocurrido el 13 de diciembre de 1828, se inició prácticamente la guerra civil a raíz de la cual Laprida se vio obligado a abandonar San Juan e instalarse en Mendoza. Allí decidió apoyar la revolución dirigida por el unitario Juan Agustín Moyano, quien había depuesto al gobernador federal Juan Rege Corvalán y del cual, hasta ese momento, era su ministro. Pero lo curioso es que luego de apoderarse Moyano del gobierno recién pensó con quién reemplazar al depuesto. Y así fue que luego de convencer a sus aliados designó como gobernador de Mendoza al general salteño Rudecindo Alvarado, quien permanecía en esa por orden de San Martín. Pero a poco de asumir Alvarado la gobernación, en agosto de 1829, arribó a Cuyo el federal y exfraile José Félix Aldao con su ejército para tratar de reponer a Corvalán. Al enterarse el excura que Moyano acampaba en El Pilar, en las afuera de la ciudad, resolvió ir por él y rodear con sus fuerzas el campamento. A poco, Alvarado negoció con Aldao firmando un tratado de paz que Moyano desconoció y se preparó para batallar.

Batalla de El Pilar

Por fin, el 22 de septiembre de 1829 se produjo el enfrentamiento donde las tropas del exfraile Aldao, luego de derrotar a Moyano tomaron cientos de prisioneros, entre ellos al general Alvarado. Pero mientras el federal hacía fusilar a varios oficiales unitarios en venganza por la muerte de su hermano Francisco -asesinado de un tiro cuando negociaba la paz- a Alvarado le perdonó la vida. Más tarde lo dejó en libertad y luego le extendió un pasaporte para que viajara a Salta. De esta forma el salteño logró salvar el pellejo gracias a que en su corta gobernación en Mendoza había dispuesto la libertad de José, uno de los tres famosos hermanos Aldao.

La suerte de Laprida

Lamentablemente la suerte de Laprida fue muy distinta a la de Alvarado. Según una versión del entonces joven Sarmiento, Laprida se puso al frente de un grupo de unitarios que huía después de la batalla y que era perseguido por los federales. Entre ellos estaba el después presidente Sarmiento. Alcanzado por los perseguidores, y tras una breve resistencia, Laprida habría sido derribado y degollado. El propio Sarmiento cuenta que nadie pudo saber después qué fue de sus restos.

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