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Este manifiesto es una mezcla de asombro y gratitud. Asombro por tantas maravillas que muestran las jornadas desde cada árbol y gratitud por toda la química que nos envuelve. Percibo el movimiento de todos los paisajes, el giro brillante de las galaxias, la circulación de la sangre en el mapa de mi cuerpo y la danza del agua entre océano y montaña. Porque soy parte de ese todo, dejo el testimonio. Se avanzará por el tiempo rescatando momentos importantes que vio pasar el hombre con su historia a cuestas. Se impone la necesidad de amar la vida, que nos contiene. Amar lo que nos rodea y nos abraza. Se honrará la buena ciencia, que está al servicio de la vida y del hombre. Cada científico honesto, acerca una porción de saber, que ayuda a la comprensión del mundo. Se privilegiará la salud de la tierra, aunque perjudique algunos negocios. Este trabajo es el fruto de sueños, de contemplaciones del maravilloso mundo circundante, el sentir de un hombre que interpreta a millones de hombres; se constituye en defensor de la vida, de los ríos, de los pájaros y los caballos. A la tierra se la debe amar como a una madre parturienta, ya que ella produce la alquimia milagrosa de la vida. Allí están los recursos, los alimentos, la química, el asombro del milagro de los seres vivos. Desde allí se nutre el canto.
La poesía produce este manifiesto de amor terrenal, para dejar argumentados pensamientos que reflexionen con la filosofía hasta convertirlos en sueños razonables. El viaje se inicia en las alturas, como corresponde, ya que allí se dio la explosión inicial hace muchos millones de años. En el celeste espacio me quedaré un tiempo para ver la tierra desde la distancia. A consecuencia de observar el mundo, de mirarlo desde distintos ángulos, aprendí a comprenderlo y amarlo. Luego bajaré directo hasta mi cuerpo, donde descubriré que las células giran como los astros del espacio.
Desde ese íntimo rincón observaré el mundo circundante a través de las ventanas de los ojos para establecer el contacto con el mundo tangible. En ese viaje por dentro de uno mismo, donde el yo interior trabaja arduamente, sin descanso, mezclando inteligencia, voluntad, pasión y afecto. Por esos caminos sin sombras, visito mis veredas interiores por el cauce de la sangre. Todo es movimiento y el ritual de la sangre, lleva y trae las señales exactas de su trabajo. Cada célula, cada músculo, informan de la voluntad, de la inteligencia, de la pasión y el amor. Salgo de mi misma intimidad a recorrer el mundo, asombrándome del agua, de los ríos, de la flor. Contemplo los paisajes y veo que todo es movimiento: los días, las sombras y los vientos. Los ríos pasan por las geografías fundando el paisaje de lo verde. Trabajan transportando el caudal que alimenta. Son el progreso y la alegría. El hombre los enferma, contamina y mata. Muchos quedan aislados para siempre de la gente. El agua danza entre el mar y la montaña, en un movimiento permanente. Un poco de su cauce se queda para alimentar un árbol y el agua viaja desde la tierra por el tallo hacia las alturas. Milagro que moja con serena alegría cada hoja. Construyó en mi interior una gratitud, de siglos por tanta belleza. Es momento de parar la contaminación con la participación de todos, sin excepción, para devolver un planeta sano a las generaciones del futuro.