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Ayer fue el Día internacional de conmemoración y homenaje a las víctimas del terrorismo, establecido por la ONU hace seis años. La candidata a vicepresidenta de La Libertad Avanza, Victoria Villarruel, es la fundadora del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas que, a diferencia de la concepción de la ONU, no abarca a todas las víctimas argentinas sino solamente a las que sufrieron la violencia guerrillera de los años 60 y 70.
En la agenda de nuestra sociedad no figuran como prioridades ni la violencia revolucionaria ni el terrorismo de Estado. Sí, en cambio, es una gran preocupación para los grupos de izquierda que ayer, inexplicablemente, se sumaron al acto realizado en la Legislatura porteña, donde Villarruel fue la principal oradora y que demostró, de paso, la destreza del yudoka: utilizó la fuerza de los que se movilizaron como repudio para vitaminizar a Javier Milei.
La cancelación
La imposición de "la cancelación" de determinadas opiniones contra la corriente también tiene hastiada a la sociedad.
El pedido de Gabriel Solano, legislador porteño del Partido Obrero para que se prohibiera el homenaje demuestra, una vez más, el precio que se paga por estar fuera del mundo y de las necesidades de la gente.
Calificar de "negacionista" a quien objete el número sacralizado de "30.000 desaparecidos" es inválido, porque ni la historia ni la Justicia se construyen sin documentación y pruebas. Estamos cerca de una nueva Inquisición.
Acto político
Villarruel no es ingenua. El de ayer fue un acto político al que los matones que arrojaron kerosén a una diputada libertaria e insultaron a Carolina Píparo potenciaron al extremo, probablemente, lo que la estrategia de campaña esperaba al organizarlo.
El fenómeno Milei se explica por una sociedad cansada de veinte años de fracasos, y de una retórica agotadora que intenta construir ficciones de derechos, cuando lo que produce es una progresiva pérdida de derechos básicos, a la salud, a la educación, al salario digno, a la vivienda y a la seguridad.
Es cierto que la historia de nuestro país estuvo atravesada por violencias. Golpes de Estado, represiones brutales, "policías bravas", hasta llegar al mayor acto terrorista, el bombardeo sobre Plaza de Mayo, con más de 300 muertos y millares de heridos, acribillados por aviones de la Armada, en 1955.
A partir de los 60, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, surgieron organizaciones armadas de origen civil y aplicaron una estrategia foquista que terminó por desestabilizar hasta al mismo Juan Domingo Perón.
Y después vino el terrorismo de Estado, que violó los derechos humanos con fusilamientos masivos, como Palomitas o Margarita Belén, desapariciones, torturas y robos de bebés.
Esta historia no la quiere reconocer Villarruel.
Para ella como para la izquierda, admitir la Historia como ciencia es una claudicación.
Violentos
Sin los opositores y los violentos, el acto en la Legislatura hubiera sido totalmente intrascendente, porque la situación de los militares presos y la inequidad del indulto selectivo no es una preocupación generalizada en un país ocupado en otros temas.
La Argentina no corre ningún riesgo de golpe de Estado.
Lo que la izquierda y el kirchnerismo, en su lectura ideológica de los resultados de las PASO, denominan "un giro a la derecha" es, solamente, un grito de advertencia de una sociedad que empieza a descreer en la democracia.
Y eso no es culpa de Milei y su discurso provocador y casi delirante.
Es síntoma de la fractura de la dirigencia tradicional con respecto a la gente.
Y esto sí que puede terminar en un callejón sin salida, o en un pantano.