¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
6 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

El aniversario de un hecho aberrante

Domingo, 20 de octubre de 2024 02:07
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

La masacre del 7 de octubre de 2023 fue una de las mayores atrocidades perpetradas desde la Segunda Guerra Mundial. Ese día, militantes del grupo terrorista Hamas secuestraron niños, violaron, torturaron y decapitaron personas; quemaron vivas a familias enteras en sus hogares, en Israel. Grabaron la barbarie y la viralizaron; celebrándolo. No atacaron bases militares ni puestos fronterizos; atacaron a jóvenes de varias nacionalidades en una fiesta electrónica y kibutz cercanos a la frontera.

El ataque -cuyo aniversario se conmemoró hace pocos días- no fue sólo contra israelíes y judíos en particular; sino que significó una caída al abismo para toda la humanidad. Así deberíamos vivirlo, pensarlo y sentirlo. Si no lo viviéramos, pensáramos y sintiéramos así, quizás debiéramos preguntarnos qué parte de nuestra humanidad estamos perdiendo y por qué.

El ataque desencadenó una guerra que ha escalado en múltiples frentes: Israel se enfrenta con Hamas en Gaza; con Hezbollah en Libia; con los hutíes en Yemen; con milicias pro-iraníes en Siria e Irak; ha lanzado la mayor ofensiva en Cisjordania desde la Segunda Intifada, y ahora también se enfrenta con Irán; habiendo quedado toda la región inmersa en un conflicto bélico de un alcance y duración imprevisibles.

¿El camino equivocado?

En el pasado, líderes de Israel enfrentaron este tipo de amenazas existenciales de otra manera. En 1947, el líder sionista David Ben-Gurión aceptó el plan de partición de la ONU antes de lanzar la guerra que dio como resultado el estado judío. En 1967, el primer ministro Levi Eshkol envió a su ministro de Relaciones Exteriores a la Casa Blanca, a Downing Street y al Palacio del Elíseo, antes de lanzar la operación militar preventiva conocida como la Guerra de los Seis Días; la que terminaría triplicando el tamaño de Israel. En 2000, el primer ministro Ehud Barak inició la fallida cumbre de paz de Camp David; pero que le dio a Israel la legitimidad interna y externa que necesitó para enfrentar la Segunda Intifada; que estalló poco después.

El gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu elige un camino diferente; uno que no parece el más sabio de cara a los mejores intereses de Israel, sino uno que parece defender sus propios intereses políticos y judiciales. Lanzó una guerra en Gaza sin legitimidad internacional, sin base diplomática y sin tener un plan de cómo sería un eventual gobierno palestino en Gaza si lograra su objetivo de eliminar a Hamas. Aún hoy carece de ese plan. Peor, la brutalidad de la retaliación dejó la percepción internacional de haber ejercido una fuerza militar desproporcionada sólo tapada -en parte-, por el éxito de los ataques a la cúpula de Hezbollah y por la defensa ante la lluvia de misiles lanzados por Irán.

Netanyahu parece más enfocado en sostener y expandir los ataques antes que en buscar un camino hacia la paz. Así, Israel podría estar hundiéndose en un atolladero del cual podría no salir. Quizás, -sin quererlo- hasta esté jugando en favor de sus enemigos.

Irán, Hamas y Hezbollah

El plan de Irán es claro: sus objetivos son: destruir Israel en una o dos décadas; tomar el control de Oriente Medio; y convertirse en un Califato desde el cual desafiar a Occidente y desplegar una teocracia global. De allí que cultive el apoyo y los vínculos comerciales y armamentísticos con Rusia, China y Corea del Norte; un incipiente y peligroso eje que también busca minar y desbaratar el orden liberal y el derecho internacional basado en reglas que tanto costó erigir.

Para lograr estos objetivos, Irán está empleando una estrategia en tres niveles. Por un lado, intenta desarrollar o adquirir armas nucleares para neutralizar la supremacía atómica de Israel. Luego, fabricando o adquiriendo armamento convencional avanzado para reducir la ventaja tecnológica de Israel y de sus aliados. Por último; rodeando a Israel con un "anillo de bases" desde las cuales «grupos terroristas proxies" -y sus propias fuerzas-, podrían lanzar un día la invasión final sobre el Estado judío. Por ahora, Irán utiliza estas posiciones en forma defensiva pero, si lograra poseer armamento nuclear, podría decidir pasar al ataque desde esas mismas bases.

Los planes de Hamas y Hezbollah también son claros. El objetivo es convertir a Israel en un Goliat imperialista que ataca a un David débil. Para hacerlo, el líder de Hamas, Yahya Sinwar (hoy asesinado), estaba dispuesto a sacrificar a toda la población civil de Gaza. Sinwar sabía que no podía vencer a Israel con el ataque así que su intención fue explotar sus puntos débiles como sociedad próspera y libre, aislarla, dañar su economía, hacer emigrar a sus élites y volver intolerable la vida en Israel.

Otro objetivo de Sinwar fue forzar a Irán a actuar. Contaba con que, tras el ataque, Israel actuaría de manera irracional y que la escalada de la violencia se saldría de control; iniciando una guerra de múltiples frentes que se convertiría en una pesadilla regional, tal y como está sucediendo.

Una situación paradójica

La guerra multi frontal en la que Israel está inmerso es también una guerra interna poliédrica impulsada por su primer ministro. El ataque del 7 de octubre puso a los israelíes seculares y cosmopolitas en una situación difícil. A lo largo de los últimos treinta años, estos israelíes llegaron a ver -con orgullo- a su país como parte de Occidente mientras tendían a ver al conflicto con los palestinos como un problema residual que podría ser manejado y con el que se podía convivir.

Manejar el conflicto palestino mientras hacía crecer la economía de Israel y evitaba movimientos importantes hacia la guerra -o hacia la paz- ,fue la estrategia desplegada por Netanyahu desde su regreso político, en 2009. Esta estrategia forjó una alianza tácita entre el primer ministro y estas élites liberales de Israel; hasta que esta relación se rompió tras el intento fallido de reforma judicial. Estos líderes -que disfrutaron del crecimiento económico y gozaron de la imagen que proyectaba Israel de "país occidental desarrollado" asociado a una "nación startup" mundial-, ahora enfrentan la presión combinada del rechazo en el extranjero por parte del ala progresista de Occidente y, en el frente interno, de la demonización y marginación por parte de la base de Netanyahu.

Los más golpeados han recurrido a dos estrategias para sobrevivir. Una, emigrar solicitando pasaporte extranjero basándose en la ascendencia. Los destinos más populares son Grecia, Portugal y Tailandia, junto con refugios más tradicionales como Londres y Nueva York. Muchos han logrado conservar sus empleos en Israel trabajando de forma remota como nómadas digitales. La otra estrategia fue quedarse, resistir y protestar contra Netanyahu y su coalición reclamando por la liberación de los rehenes en cautiverio; pero apoyando la lucha militar contra Hamas y Hezbollah.

Pero los éxitos militares no se traducen en ganancia política. La coalición de derecha de Netanyahu no ha fortalecido al Estado sino que lo ha debilitado. En lugar de invertir en ciencia, educación y cohesión interna; malgastó recursos construyendo asentamientos y fomentando provocaciones innecesarias. Minó las instituciones estatales, dividió a la sociedad y corroyó el ejército; mientras erosionó la legitimidad internacional del sionismo. Ahora, los israelíes deben restablecer el delicado equilibrio perdido entre ser una sociedad libre y una sociedad militarizada y movilizada; al tiempo que deben redefinir a Israel como una democracia de frontera que salvaguarda sus valores frente a quienes los desean eliminar. Pero, aunque se preparen para la guerra, los israelíes deben aspirar a la paz.

El fin de una era

El conflicto marcó el final de un periodo dorado de cinco décadas para Israel durante el cual el país se convirtió en un oasis de libertad en una región disfuncional. También marcó el fin de un periodo de oro de ocho décadas para los judíos durante el cual la culpa colectiva global respecto al Holocausto reprimió el antisemitismo. Y marca el fin de ocho décadas de "Pax Americana". Hoy, en muchos sentidos, el mundo retrocede en el tiempo. Los israelíes están librando una guerra como no lo hacían desde 1948. La diáspora judía ha sido sacudida por un estallido de odio y antisemitismo como no ocurría desde el Holocausto. Y los estadounidenses se enfrentan a un desafío similar al que enfrentaron Franklin Roosevelt y Harry Truman en la década de 1940.

Estados Unidos debe reconocer una verdad simple: "es Irán, estúpido". Los ayatolás de Teherán no se detendrán mientras crean que la historia -y China y Rusia- están de su lado. Irán continuará ampliando su esfera de influencia y poniendo a riesgo todo.

Tanto el marco que estabilizó el orden mundial después de 1945 como el que lo estabilizó después de 1990, se enfrentan a una nueva amenaza. El primer asalto fue la invasión rusa de Ucrania en 2022. El segundo, la incursión de Hamás en Israel en octubre de 2023. Si Occidente no adopta rápido una política realista y resuelta, el tercero podría suceder cuando Irán lleve a cabo su primera prueba nuclear; o cuando los misiles iraníes superen las defensas y lluevan sobre Tel Aviv o Dubái. Ojalá que esto nunca suceda. Ojalá.

 

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD