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1 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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La rebelión de los "iracundos tristes"

Argentina soporta traumas colectivos: inflación, inseguridad, corrupción, deseducación, injusticia y anomia. Esto ha provocado como reacción un giro copernicano que promete muchos cambios, pero aún no garantiza una solución a los problemas.
Domingo, 06 de octubre de 2024 01:15
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Peter Sloterdijk, en su libro "Ira y tiempo", reconstruye la historia política de la ira. Según él, la ira corre a través de todas las sociedades alimentada por aquellos que, con o sin razón, se sienten perjudicados, excluidos o discriminados por "el sistema". La Iglesia solía canalizar esta rabia canjeándola por buenaventura a futuro. A fines del siglo XIX tomaron el relevo los partidos de izquierda. Estos funcionaron, según Sloterdijk, como «baterías de ira», acumulando energías que, en lugar de ser liberadas al instante, se "acumulaban" y se usaban para construir un plan más ambicioso. El iracundo se convertía en activista y la ira se transformaba en acción política.

Hoy no queda nadie que oriente la cólera que la población acumula. Ni la religión católica - que ha tenido que abandonar los tintes apocalípticos, las doctrinas del juicio universal y de la revancha de los perdedores en el más allá, para adaptarse a la modernidad-, ni la izquierda, que se ha reconciliado con los principios de la democracia liberal y las reglas del todopoderoso mercado.

François Dubet, autor del libro "La época de las pasiones tristes"; afirma que la ira, la indignación y el resentimiento -las «pasiones tristes»-, se explican no tanto por la amplitud de las desigualdades -cada vez más amplia-, sino por cómo se ha transformado el "régimen de desigualdades". En un "marco de clases", las desigualdades se agrupaban en torno a "clases" y la posición del individuo en el sistema determinaba su modo de vida, su destino y su conciencia de clase. Ahora aparecen nuevas desigualdades "en calidad de" una infinidad de nuevos criterios.

Ante esta fragmentación aparece el miedo al "desclasamiento" y, como nadie quiere quedar al margen; todos harán lo que sea necesario por no perder su lugar en su pequeño fragmento. La ira, la angustia y el descontento no se canalizan. Se acumulan -no en las "baterías de ira" que eran los partidos políticos y sus utopías de un mundo mejor-, sino en los propios individuos; sin válvulas de escape.

De personajes a "fenómenos"

En este contexto, es más fácil entender los "fenómenos" que encarnan -y que retroalimentan- personajes como Donald Trump en Estados Unidos; Viktor Orbán en Hungría; Vladimir Putin en Rusia; Boris Jonhson en Gran Bretaña; los Le Pen en Francia; el ultraderechista y anti islámico Geert Wilders en Holanda; Nayib Bukele en El Salvador; Jair Bolsonaro en Brasil y Javier Milei en Argentina, por nombrar los ejemplos más resonantes.

El concepto de "fenómeno" remite a que no hay que verlos ni pensarlos sólo como personajes grotescos o estrambóticos tras eventos electorales aislados; sino que todos ellos representan, en realidad, "una disputa profunda por el imaginario". Se trata de una "batalla" por el reemplazo de los valores de la sociedad; el intento de la imposición de nuevas subjetividades.

Todos estos personajes son "reorganizadores simbólicos" y, vistos así, conforman anomalías poliédricas de extrema complejidad. Como "fenómenos" tampoco se los puede medir por sus resultados electorales o por el desempeño de sus funciones. El "éxito" de cada uno de ellos quedará signado, en cambio, por cuánto de sus discursos, conductas, "valores" y agendas; penetren, capilaricen y se consoliden en el ideario colectivo de cada sociedad. Primero que nada, es una revolución de símbolos; luego, es una conversión de conductas y valores colectivos. Es la "batalla cultural" que cada uno de ellos denuncia; cada uno en su marco, con su propia realidad y dentro de su propio contexto. Y parecen ir "triunfando".

"Yo soy Robespierre"

En Argentina, ante la enormidad de los traumas colectivos que padecemos (inflación, inseguridad, corrupción, deseducación, injusticia y anomia); la estrategia es simple: identificar los grandes desorganizadores que impusieron su caos contra nuestra necesidad de orden material y existencial y nombrarlos: Lali Espósito; "los empresarios prebendarios"; los "planeros"; los medios y los "micrófonos ensobrados"; "las ratas del Congreso"; los científicos; todos aquellos "que viven de la teta del Estado". «La Casta»; ese orden decadente que sufre de corrupción sistémica y que es culpable de todo lo malo que nos pasa; y que debe ser destruida y erradicada.

Pero "casta" tanto es lo que causa daño, crea degeneración, subvierte categorías y valores sociales en su propio beneficio; como "casta" es, también, todo lo que obstaculiza, ofende, critica o intente imponer limitación alguna. "Casta" es todo "lo otro" por fuera del "fenómeno" que no se alinea a él. "Casta" es una magnífica herramienta de victimización: si no se logra imponer las reformas que se necesitan "para volver a ser una Nación próspera y soberana sobre la faz de la Tierra", será por esta "casta" que sólo sabe poner "palos en la rueda" y por todos sus personajes funestos que no representan a los sufridos ciudadanos.

Para crear hay que destruir. Se enquista un profundo sentimiento anti sistémico. Se instala la idea de una "Revolución". "Esto es la Revolución Francesa… ¡y yo soy Robespierre!"; le habría dicho Santiago Caputo a Horacio Rosatti. Me pregunto qué clase de persona puede percibirse -con orgullo-; un Robespierre. Caputo pequeño; el que clava puñales en libros ajenos. Todo aquel que quema libros no tardará en quemar hombres; alertó Heinrich Heine, en 1823.

La política uberizada

La comunicacional digital favorece la desintermediación y el colapso de la esfera pública. Las opiniones se fragmentan y se multiplican; invaden la esfera pública. Sustituyen a la verdad, la que "se vuelve irrelevante". Se pierde la "distancia como respeto" (Byung-Chul Han); se pierde respeto por "todo otro". Se pierde la autocensura -la sana-, y se abandona la "civilidad". Todo se vuelve más violento y primitivo.

Se establece una comunicación simplificada; basada en emociones y no en ideas; una comunicación tiktokizada. Luis Caputo y Sturzenegger dan sus primeros pasos como comediantes de stand up en vivo, y en las plataformas sociales. La lógica del "reality-show" suplanta a la realidad y la alimenta. El show y el vacío de contenidos dominan la agenda y pautan la comidilla diaria. La falta de estilo se hace sello distintivo. El líder se "acerca" a su pueblo; lo "desintermedia". Es la uberización del trabajo y la plataformización de la economía; extrapolado ahora a la política. Asistimos al nacimiento de una política uberizada en la que nada vale más que los símbolos y sus significantes.

Milei es el "outsider" político que sacrifica su vida y que se hunde en la "mugre de la casta" para purificarnos. Es el sensei de aikido que usa las herramientas de sus opositores para vencerlos -con sus armas- en su propio terreno; al verticalismo más verticalismo, al kirchnerismo más kirchnerismo. Es el "borracho del tablón" que insulta y menosprecia a todos desde las gradas de una cancha de fútbol imaginaria; siempre presente. Es el Mesías que nos enseña el camino de la Libertad. Es Moisés guiándonos hacia la Tierra Prometida invocando, a cada paso, a las Fuerzas del Cielo; quienesquiera o cualesquiera que sean estas "fuerzas". El mito argentino traspasa fronteras y adquiere tintes globales: Argentina tiene ahora la misión de salvar al mundo. Occidente está enfermo y Argentina será el faro que guiará hacia su recuperación. Nos levantaremos -y levantaremos al mundo-, por obra y gracia de la libertad, del empoderamiento de los sufrientes hombres de bien y del Mercado. El único camino entre todos los posibles caminos.

Se naturaliza la "necesidad" de destrucción de todo lo anterior como única manera de implantar lo aún por nacer; erosionando y destruyendo -al paso- el valor del ser humano. Las personas somos «daños colaterales» de las ideologías y de todos los "necesarios enfrentamientos". Esta pérdida de valor no ocurre sin un enorme costo social colectivo y psicológico individual. Y sociedades trastornadas conducen a sistemas frágiles que producen líderes desquiciados.

La provocación constante en un instrumento que asegura el manejo de la agenda y de los tiempos del debate público, pero que alimenta a las «pasiones tristes» de Dubet. El caos comunicativo organizado fuerza a la reacción permanente; siempre a la defensiva. El batido y rebatido de las «pasiones tristes» sólo pueden augurar tiempos turbulentos; una mayor polarización y violencia. La violencia institucional -desde arriba- derrama violencia social y callejera; abajo; la que permea y se asienta. Se naturaliza.

Todo podría terminar bien tanto como todo podría terminar mal; es difícil aventurar pronósticos. Pero se intuye -¿se sabe?- que no es sabio seguir agitando tantas pasiones tristes. "Siembra vientos y cosecharás tempestades", reza el ancestral proverbio bíblico. Toda sociedad debe cuidarse de la explosión súbita de sus «iracundos tristes» ante la percepción de traición, necedad, poca empatía, alejamiento de la realidad o impericia de quienes la manejan. La historia muestra que Robespierre no fue un héroe ni alguien a quien admirar ni copiar. Que las "Revoluciones" siempre acaban el mismo segundo en el se imponen. Y que no siempre sus cambios resultan para mejor. ¿Lo lograremos entender a tiempo?

 

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