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Peleas de estudiantes desencajaron a Jaldo

Domingo, 12 de mayo de 2024 01:55
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Las peleas entre alumnos de distintos colegios secundarios conmovieron a San Miguel de Tucumán. Los pocos policías que intentaron frenarlos se vieron desbordados, pero, por lo visto, al gobernador Osvaldo Jaldo le pasó lo mismo. Aunque se trata de un kirchnerista de pura cepa (o tal vez por eso mismo) anunció un decreto de mano dura y precisó que "a pesar de que algunas leyes que hay que cumplirlas", los alumnos que participen en cualquier gresca serán detenidos en comisarías, alcaidías o pabellones especiales hasta que la Justicia disponga de lo que hay que hacer.

El discurso del gobernador parece haber reavivado los peores fantasmas de la dictadura, de ese período que hoy se nos aparece como la representación mítica y satánica de la violencia represiva y, particularmente, en el Jardín de la República, abreva de la cultura política que impuso Antonio Domingo Bussi, en aquellos tiempos. Al reprochar a los padres por la responsabilidad de la violencia, Jaldo trajo al presente aquellas consignas amenazantes de "Señora, ¿usted sabe qué esta haciendo su hijo en este momento?", un hit típico de los tiempos de la Triple A y de la represión clandestina.

Pero no. Jaldo es un hombre muy del presente. Tanto que su kirchnerismo no le impidió convertirse en uno de los pocos gobernadores que saltó la valla y apoya a Javier Milei.

Aparentemente, participa del entusiasmo por la enorme popularidad alcanzada por el salvadoreño Nayib Bukele, que sin mayores contemplaciones legislativas construyó cárceles más imponentes que Alcatraz y allí detuvo sin miramientos ni órdenes judiciales y sin pruebas (en muchos casos, se llevaron a jóvenes por un tatuaje) a decenas de miles de pandilleros de las maras, verdaderas organizaciones criminales integradas por marginales que actúan como si estuvieran en tierra de nadie y con leyes propias del hampa.

Pero la decisión de Bukele solo puede ser imitada a ciegas por alguien que solo busque efectismo.

Los revoltosos tucumanos son chicos que crecen en un clima político de violencia verbal y entre discursos que, como el de Jaldo, relativizan la ley. Pero, por ahora, son revoltosos. La represión atemorizará a algunos, pero será un acicate para la mayoría, que lo vivirá como provocación.

Violencia vs violencia

El discurso de Jaldo fue tan arbitrario que amenaza a los colegios con quitarles financiamiento; a los padres que sean empleados públicos, a recibir sanciones en su trabajo ("por algo será", ¿no?) pero, además de esto, con expulsar a los alumnos de los colegios e impedirles pasarse a otros establecimientos para seguir estudiando. ¿Cuántas leyes está ignorando ese decreto?

¿Este es un buen ejemplo para estos muchachos y chicas que toman como deporte pelearse con sus pares de otra escuela, casi por un impulso identitario?

Conviene pensar en aquel pasado, que ya está en manos de la Historia y de la Justicia, y al que solo los pensamientos extremistas quieren mantener vivo para hacer política. Pero ese pasado deja una experiencia: la violencia, muchas veces, es necesaria frente a la violencia. Pero si un combatiente, un mafioso o un estudiante alborotado viola las normas de convivencia, el Estado no tiene ningún derecho a reprimirlo violando la ley.

La conducta de los jóvenes patoteros tucumanos no se encuadra en la insurrección ni en el crimen organizado. Es un problema complejo que se debe afrontar con criterios pedagógicos y de convivencia escolar. Estas riñas no se van a frenar con encierros arbitrarios en alcaidías y comisarías, en compañía de detenidos de variadas layas. Por el contrario, la bronca va a aumentar, y algunos casos los chicos se van a mover en adelante con extrema prudencia, pero en la mayoría se puede convertir en rencor organizado y construir una cultura de vivir al margen de la Ley.

 

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