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Hace dos semanas, Javier Milei cumplió cinco meses en la presidencia. En este breve período pasaron muchas cosas. Por una parte, no hubo estallido hiperinflacionario, como el que se temía (con fundamento) en los últimos días de mandato de Alberto Fernández; incluso, la entonces vicepresidenta Cristina Kirchner diagnosticó la situación como "estanflación".
Las causas de la crisis económica pueden tener distintas interpretaciones. Lo único cierto es que el último año de esa gestión, con Sergio Massa como ministro y luego candidato (y virtual presidente por una virtual acefalía) precipitaron una catástrofe, con un festival de emisión de títulos y bonos y un "plan platita" de US$ 2.000 millones.
Como contrapartida, la gente soporta con estoicismo un paquete de decisiones (el ajuste) en las que se paralizó la obra pública, los sueldos y las jubilaciones se licuaron con la inflación y la producción cae en picada. Aquel estoicismo desalienta a la CGT, que intuye que a las personas que apoyan o toleran a Milei no necesariamente las une el amor, sino el espanto que genera cada aparición pública de los vestigios del kirchnerismo.
Ayer, el presidente no pudo celebrar el Acuerdo de Mayo, que había anunciado el 1° de marzo, porque para que haya cualquier acuerdo se necesita que participen los amigos y los opositores. Y en ese punto flaquea Milei. El presidente se siente más cómodo en los duelos verbales que en la construcción de proyectos esenciales para que 46 millones de argentinos y 24 provincias funcionen como una nación.
Sin embargo, ayer, en Córdoba, Javier Milei dio una sorpresa. Cuando todos temían un discurso incendiario contra el Senado por el nuevo fracaso de la Ley Bases, adoptó un inusual tono conciliador. Reivindicó plenamente su gestión, sin autocrítica, pero prometió seguir trabajando para que "el Acuerdo de Mayo sea una realidad", y para que, una vez sancionadas la Ley Bases
y el paquete fiscal, se conforme un "Consejo de Mayo" integrado por representantes del Gobierno, de las provincias, de las cámaras de diputados, senadores y de las organizaciones sindicales. La idea es que allí se elaboren proyectos de ley que materialicen las diez ideas fuerza contenidas en el postergado pacto.
¿Un avance? Al menos, se insinúa la posibilidad de abrir una puerta a la racionalidad política. Muy lejos, por cierto, del estilo que Milei cultiva desde su surgimiento como panelista y actor de stand up. Y con particular resonancia desde diciembre.
La conmemoración de la Revolución de Mayo tuvo otro capítulo diferenciador. El arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, pronunció una homilía que fue implacable con la realidad política y social del país. Un mensaje lapidario con los abusos de poder y "las manos manchadas de sangre por el narcotráfico, las manos sucias de la corrupción y la coima, las manos en el bolsillo del egoísmo y la indiferencia".
García Cuerva reivindicó, sin decirlo, la Doctrina Social de la Iglesia, una consolidada visión teológica de la sociedad que para los libertarios es una "máquina de fabricar pobres". El prelado, muy cercano, al Papa Francisco advirtió que "la gente está haciendo un esfuerzo muy grande, no podemos hacernos los tontos". También describió las "deudas sociales": la malnutrición en la primera infancia, la falta de escolarización y accesibilidad a los servicios de salud, y la situación de "los ancianos y jubilados incapaces de sostenerse diariamente con un mínimo de dignidad".
Cabe recordar que el referente de Milei, Alberto Benegas Lynch y su sobreactuado hijo Bertie propusieron en su momento cortar las relaciones diplomáticas con el Vaticano. Este último, además, sostiene la conveniencia de eliminar la obligatoriedad de la educación pública.
El clima de la tradicional ceremonia religiosa católica y la moderación discursiva en Córdoba contrastan con la virulencia política de la semana anterior, cuya máxima expresión fue la polémica -por momentos, en términos de bajo fondo - que Milei mantuvo con el presidente de España, Pedro Sánchez.
A esto se sumó el acto celebrado en el Luna Park, donde Milei habló, cantó, provocó e hizo gala de su indescriptible e hiriente histrionismo.
"¿Ustedes se dan cuenta de que estamos frente a un cambio de época, no?". El interrogante (o la propia certeza) que Javier Milei formuló en Córdoba, no es intrascendente. Es muy claro que la civilización marcha por nuevos rumbos, impredecibles, emergentes de una transformación vertiginosa de la comunicación, la tecnología, la autopercepción de los seres humanos, los valores éticos y sociales, y el sentido de la persona humana, su cuerpo, su inteligencia y su libertad. Probablemente, este fenómeno lo ponga de manifiesto la biografía de Elon Musk, el multimillonario tecnológico, nuevo amigo de Milei y muy cercano a la derecha conservadora que prolifera en Occidente. Por cierto, la visión del cambio de época que podría deducirse de la exposición pública de Milei suena a un regreso al pasado, pero en un futuro completamente distinto. ¿Una revolución conservadora y tecnológica?
La construcción del futuro es, sin dudas, un desafío para el país y, en consecuencia, un compromiso para sus gobernantes. Pero afrontarlo requiere sabiduría. Es decir, conocer el mundo presente, entender cómo funciona y evitar la improvisación. Para lograrlo, no solo Milei sino toda la dirigencia argentina necesita revalorizar el rol de la universidad y la diplomacia, a las que hoy se las entiende desde un mezquino prisma político.