Quienes vivimos en la ciudad de Salta estamos condenados a no ver nunca ni un verdadero amanecer ni atardecer. La configuración orográfica del Valle de Lerma nos lo impide. Tenemos montañas hacia el este y hacia el oeste. Y lo mismo les pasa a los que viven en el Valle de Siancas y Metán, el Valle Calchaquí o la Puna.
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Quienes vivimos en la ciudad de Salta estamos condenados a no ver nunca ni un verdadero amanecer ni atardecer. La configuración orográfica del Valle de Lerma nos lo impide. Tenemos montañas hacia el este y hacia el oeste. Y lo mismo les pasa a los que viven en el Valle de Siancas y Metán, el Valle Calchaquí o la Puna.
Tal vez los chaqueños disfruten de un amanecer a pesar de la cubierta arbórea que los limita. Ese monte no otorga puntos de referencia y el caminante desprevenido o los cazadores pueden quedar allí engullidos luego de días de dar vueltas en círculos. Como les pasó a varios individuos donde la sed, el cansancio, las alimañas y alguna fiera les hicieron saber que la orientación allí solo es posible con la ayuda de los habitantes locales.
Un verdadero amanecer se tiene en la Pampa infinita cuando el sol despega desde la llanura. Y un verdadero atardecer lo tienen quienes moran en la costa del Pacífico, al otro lado de los Andes, y pueden ver el sol radiante hundirse en el océano. El carácter de los salteños está moldeado por su topografía, sus suelos, clima e historia. La tonada, por ejemplo, es la tonada heredada de los antiguos pueblos que habitaron el Valle de Lerma, desde antes de la llegada de los españoles.
El idioma que hablaban los antiguos salteños se extinguió y el único diccionario que recopilaba los vocablos de nuestra habla originaria, escrito por Alonso de Barzana, está perdido. Ni siquiera sabemos el verdadero significado de la palabra Salta.
Aquellos tiempos de Salta
El Valle de Lerma es una fosa tectónica compresiva y asimétrica, de rumbo norte-sur, con dos bloques montañosos que la limitan a oriente y a occidente, y un bloque hundido que forma el piso del relleno fluvial. Los bloques tectónicos laterales de Mojotoro y Lesser se siguen elevando y el fondo del valle se sigue hundiendo. El peso acumulado por la construcción de la ciudad genera una carga extra al piso del valle y aumenta la subsidencia. El bombeo de las aguas para consumo también colabora en ese hundimiento, aunque solo se refleje en precisos estudios satelitales.
Hay ciudades en el mundo con una subsidencia notable como Shanghái y Las Vegas. La pregunta es ¿Cuánto pesa hoy la ciudad de Salta?
Cuando llegaron los españoles al Valle de Lerma con la idea de fundar la ciudad de Salta en 1582, el medio ambiente era muy distinto. El piso del segmento del valle donde hoy radica la ciudad era húmedo, frío y pantanoso, con vegetación achaparrada y ríos que corrían libremente de oeste a este y de norte a sur siguiendo la topografía regional. Charcas, pantanos y tagaretes eran rasgos notables del paisaje y se caracterizaban por la proliferación de mosquitos. Mosquitos que transmitían todo tipo de enfermedades virósicas palúdicas que llevaban a los salteños a convivir con el chucho y las fiebres tercianas.
Chucho es una palabra quechua y el apellido Chuchuy significa temblar o sacudirse por la fiebre. La insalubridad del valle en aquellos tiempos está reflejada en los relatos de la mayoría de los viajeros que pasaban por Salta camino al Potosí. Todos se enfermaban y lo cuentan en sus memorias. El propio Belgrano peleó enfermo la Batalla de Salta en 1813, asistido por su médico personal el Dr. Joseph Redhead (1763-1844). Los tagaretes eran canales ociosos, de tránsito lento, que corrían en el manto arcilloso superficial y que actuaban como auténticos y fétidos muladares.
Los había donde hoy corren algunas avenidas de la ciudad como el Tagarete de Tineo en la avenida Belgrano, y también en la Entre Ríos, la ex Virrey Toledo y otras arterias. Vivimos encerrados entre montañas y eso nos marca como salteños. ¿Qué pasaría si una mañana nos levantamos y el cerro San Bernardo ha desaparecido? El cerro lo es todo, está ahí y lo vemos, es nuestro mojón natural, nuestro anclaje telúrico. Desde hace siglos se entra y se sale por el Portezuelo.
Desde el Portezuelo
Para los que nos visitan el Portezuelo les da la primera vista espectacular de la Ciudad de Lerma en el Valle de Salta, o viceversa. La hermosísima zamba "La Nostalgiosa" de Jaime Dávalos y Eduardo Falú nos habla de la angustia en el alma del salteño en otras latitudes que en sus añoranzas extraña los cerros y montañas de su valle. Rescato una de sus estrofas cuando dice: "Busco al fondo de la calle un cerro/pero encuentro el cielo y nada más". El resto de dicha zamba es de una profunda filosofía.
Somos el resultado del paisaje que nos engloba, del suelo que pisamos y del aire que respiramos. Somos el resultado de la geoquímica de nuestra tierra donde abundan algunos elementos químicos y faltan otros, como el yodo. Yodo que abunda en el océano y está fuertemente restringido y lavado en los continentes y cuya ausencia dispara el mal funcionamiento de la tiroides y el bocio.
Los salteños estamos contenidos por el paisaje. Nos sentimos protegidos por las dos cadenas montañosas que abrazan el Valle de Lerma, tanto a oriente como a occidente. Las que paradójicamente, en el futuro geológico, habrán engullido al Valle de Lerma y a todo lo que quede de nosotros, por el avance inexorable de la tectónica andina.
Dentro de un millón de años
Vivimos en una fosa tectónica compresiva y estamos condenados a quedar comprimidos en un gran plano de falla, aun cuando falta un millón de años todavía para que ello ocurra. Efectivamente, hace un millón de años el Valle de Lerma y su marco tectónico no existían y dentro de un millón de años, todo lo que orográficamente vemos hoy, habrá desaparecido. Los Andes siguen creciendo, sin prisa pero sin pausa, tanto vertical como horizontalmente. El empuje de las cadenas andinas hacia oriente es inexorable como su levantamiento a occidente y su hundimiento en la llanura chaqueña. La geología determina la topografía, la química de las aguas y de los suelos, la fertilidad de los terrenos, la estabilidad de las laderas y los estilos de flujo de las aguas superficiales y subterráneas. Esos factores, a su vez, pueden determinar dónde, cómo y cuándo ocurren los procesos físicos, químicos y biológicos.
El paisaje y la vida
Hoy el tema del paisaje se percibe como una colección de procesos biológicos, geológicos y sociales, interdependientes e interrelacionados entre sí. La orientación geológica de nuestras montañas condiciona a su vez el clima. Los vientos húmedos que soplan desde el Atlántico chocan con la barrera orográfica andina y descargan paulatinamente su humedad alcanzando sus máximos en la selva tropical del Baritú y van decreciendo hacia occidente.
El Valle de Lerma, por su naturaleza asimétrica, recibe una alta carga de humedad en su margen occidental que alcanza los 1.400 mm mientras que en el lado oriental no pasa de 500 milímetros. Ello lleva a configurar una ladera húmeda occidental con flora epífitica y una ladera seca a oriente con flora xerofítica.
Basta visitar San Lorenzo a occidente o La Pedrera a oriente para darse cuenta de estos extremos climáticos y fitogeográficos a un lado y al otro del valle. Las precipitaciones sobre el borde occidental a su vez condicionan la recarga de los acuíferos subterráneos y el flujo superficial de las aguas.
La calidad de las aguas va a depender de la composición química de las rocas que atraviesan. Por sus características térmicas vivimos en un valle templado subtropical donde las temperaturas rara vez bajan de cero grados en el más crudo invierno y rara vez sobrepasan los 35 grados en el más ardiente verano.
Los vientos húmedos, como dijimos, traen las benéficas lluvias desde oriente y los vientos secos traen el polvo desde el occidente. Esos polvos se originan en la Puna seca y salada y vienen cargados de salinidad. Los vientos secos se electrizan con facilidad y alteran el ánimo de las personas.
Las espectaculares puestas de sol, con sus llamaradas rojas a occidente, son el resultado del polvillo mineral en la atmósfera. A veces la erupción de los volcanes altoandinos trae también cenizas que en el mejor de los casos alimentan y fertilizan los suelos. Aunque en el pasado hubo erupciones que literalmente sepultaron toda la región, la última de ellas 5.000 años atrás, cuando ya había habitantes ocupando el espacio.
El suelo mismo es la consecuencia de los procesos edáficos sobre los materiales sedimentarios que provienen de las rocas que conforman el núcleo de las montañas sometidas a erosión. Vivimos rodeados de montañas jóvenes, producto de la más reciente orogenia andina, pero cuya anatomía interna conserva capas rocosas que se remontan a más de 470 millones de años atrás. Desde los tiempos precámbricos hasta el Ordovícico. El apego de los salteños a las tradiciones ¿estará enmarcado en nuestras profundas raíces telúricas? Rocas, aguas y suelos definen la calidad en la salubridad del valle más allá del fenómeno antrópico y su firma ambiental superpuesta.
Los salteños somos herederos de la impronta de nuestro suelo. Del espacio y del tiempo en que nos tocó vivir. De las grandes personas que conocimos. Salta se alimenta de la savia de los salteños y de su cultura e intelectualidad. Con las raíces del pasado construimos el presente y proyectamos nuestro futuro común. Como dijo algún poeta, añoramos y guardamos entre suspiros los tesoros de un pasado que nunca olvidaremos.