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Ante la necesidad de una reinvención ética y moral

Domingo, 28 de julio de 2024 02:14
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"Sócrates no escribió ni una sola línea, pero su muerte fue una obra maestra que ha conservado vivo su nombre", escribe Costica Bradatan en su magnífico libro "Morir por las ideas. La peligrosa vida de los filósofos". Bradatan navega por la vida de personas que dieron la vida por sus ideas: "Lo que estas personas tienen en común, al margen de sus creencias concretas, es el convencimiento de que la filosofía está por encima de cualquier otra cosa que se practique. (…) La filosofía no es solo un «tema" del que habla el filósofo, sino algo que el filósofo personifica. Esta idea califica la filosofía como un «estilo de vida"; como un «arte de vivir"".

Ser humano es difícil. Esa era la convicción profunda de este hombre que recorría las calles de su ciudad cuatrocientos años antes de nuestra era preguntando a todos -y preguntándose-, ¿cuál es la mejor manera de vivir? ¿En qué consiste una sociedad justa? Sócrates amaba la sabiduría y la buscaba con denuedo, consciente de todo lo que no sabía. "¿Saben qué significa no tener respuesta a estas preguntas? Si no conocemos estas respuestas, ¿cómo podremos convivir en libertad y en armonía? Si comenzamos por saber cómo «ser humanos", de seguro podremos encontrar estas respuestas".

Sócrates fue hallado culpable de corromper la moral pública y se le dio a elegir entre el exilio o la muerte. Eligió la muerte sabiendo que no había hecho nada malo y, con esta elección, dio una respuesta definitiva: el arte de «ser humano" radica en la nobleza de espíritu. Otra vez Bradatan: "La filosofía es un «arte de vivir" sólo en la medida en que nos ofrece un «arte de morir"".

La historia no es circular pero el hombre no ha cambiado un ápice desde sus orígenes hasta hoy, así que no debería sorprendernos vernos, hoy, enfrentados a las mismas preguntas que se hacía Sócrates más de dos mil años atrás.

Huyendo hacia adelante

En junio de 2023, Gita Gopinath, subdirectora gerente del FMI, dio un discurso en la Universidad de Glasgow -ante la conmemoración del tricentésimo aniversario del nacimiento de Adam Smith- que tituló "El poder y los peligros de la «mano Artificial". La inteligencia artificial a la luz de las ideas de Adam Smith". En un párrafo de su discurso dice: "Adam Smith se planteó cómo promover el bienestar y la prosperidad en una época de grandes cambios. La (Primera) Revolución Industrial estaba dando paso a nuevas tecnologías que revolucionarían la naturaleza del trabajo, crearían ganadores y perdedores y transformarían la sociedad. Pero su impacto aún no estaba claro. Por ejemplo, 'La riqueza de las naciones' se publicó el mismo año en que James Watt presentó su máquina de vapor. Hoy nos encontramos en un punto de inflexión similar, en el que una nueva tecnología, la inteligencia artificial generativa, podría cambiar nuestras vidas de manera extraordinaria y, posiblemente, existencial. Podría incluso redefinir el significado de «ser humano"". Tan certero que asusta.

De modo muy similar se había pronunciado el presidente Barak Obama, pocos días antes de dejar la presidencia en un informe de la Casa Blanca que es de dominio público: "Las capacidades sobre las cuales los seres humanos han mantenido una ventaja comparativa van a ser erosionadas a lo largo del tiempo a medida que la IA y las nuevas tecnologías se vuelvan más sofisticadas. Algunas de estas cosas ya son hoy día evidentes, desde el momento en que la IA puede realizar tareas como procesar lenguaje, traducir de manera simultánea, escribir y hasta componer música".

Nietzsche y Casandra

Casandra, hija de los reyes de Troya, quería para sí el poder de la clarividencia. Apolo, enamorado de la joven, decidió concederle ese don a cambio de su amor. Pero, una vez concedido, la joven rechazó su amor, enfureciéndolo. Al verse humillado por una simple mortal, decidió maldecirla escupiéndole en la boca. A partir de ese momento Casandra adivinaría el futuro, pero nadie creería en sus predicciones. Casandra alertó a los troyanos sobre el caballo de madera que ofrecían los griegos como ofrenda de paz; nadie le creyó. Predijo la muerte de Laoconte y nadie le creyó.

Una vez capturada la ciudad, Casandra fue entregada como botín de guerra al rey Agamenón quien la convirtió en su esclava y amante. Predijo la muerte del rey y, otra vez, nadie le creyó. Al fin, al retornar a Micenas, ambos fueron asesinados por Clitemnestra, la esposa de Agamenón.

Y si bien es cierto que cada era tiene su Casandra; cuando hay tantas Casandras de tan alto nivel diciendo a coro lo mismo, me parece necio no prestar atención a las advertencias. La IA, la ingeniería genética y la bioingeniería son tecnologías con un potencial tan disruptivo y radical, que es cierto que puede redefinir "el significado de «ser humano"". Y ante esa redefinición, nadie puede permanecer indiferente.

Un Nietzsche joven, en sus primeros trabajos, dijo: "Los manantiales de la religión cesan de fluir y dejan tras de sí pantanos o estanques; las naciones se dividen de nuevo con inusitada hostilidad ansiando devorarse. Las ciencias, cultivadas sin atisbo alguno de medida, en el ciego "laissez faire", despedazan y disuelven todo lo que se consideraba firme y consistente; las clases y los Estados cultivados son engullidos por una economía gigantesca y desdeñosa.

Nunca fue el mundo más mundo, nunca fue tan pobre en amor y bondad. Las clases cultas han dejado de ser faros o asilos en medio de toda esa tormenta de mundanería; ellas mismas se muestran también cada día más nerviosas, más carentes de ideas y de amor. Todo sirve a la barbarie futura, el arte y la ciencia actuales incluidas". ¡Palabras que podrían haber sido escritas ayer! Y prosigue: "Nunca se necesitó tanto de educadores morales y nunca fue tan improbable encontrarlos. En las épocas en las que los médicos resultan más necesarios -en las grandes pestes-, es cuando, a la vez, mayor peligro corren". Nietzsche vistiendo ropas de Casandra.

No sabemos definir qué es «ser»; tampoco cómo «ser humano»; pero desarrollamos inteligencias artificiales que nos superan y que tienen el potencial de desplazarnos y de reemplazarnos. U organismos "mejorados" que superarán toda barrera biológica imaginable. El hombre, en su camino a convertirse en un poshumano, sigue su carrera indetenible hacia su evolución. Una evolución manipulada; dirigida. No más una evolución natural sino una evolución que, al final del camino, podría ser planificada.

Las nuevas tecnologías van a impactar nuestras vidas y van a poner a nuestras sociedades frente a enormes dilemas laborales, educativos, sociales, económicos y políticos como jamás antes. Sin embargo, nosotros, sin preguntarnos ni respondernos nada, seguimos corriendo en una tenaz huida hacia delante eliminando todo límite físico, biológico, mental, psicológico, sociológico o espacial que se nos interponga. ¿Por qué? Porque podemos; contestan unos. ¿Por qué no? Repreguntan, con tedio, otros.

¿Adónde fueron a parar toda la reflexión y las preguntas morales con las que solían estar ocupadas las sociedades desarrolladas? ¿Cuándo dejamos de preguntarnos lo esencial? Si la tecnología se sale de su cauce y nosotros perdemos los incentivos para cultivarnos y para mejorarnos como personas y como seres humanos; si perdemos los incentivos para preguntarnos cómo ser mejores o cómo vivir mejor unos con otros; ¿en qué nos habremos de convertir?

«Ser» no es una ciencia

"Ser humano es un arte. No es ciencia. Si fuera una ciencia, tendríamos definiciones exactas, respuestas unívocas y un manual para la vida. Pero no los tenemos, y todo lo que se presenta con esa pretensión no es más que un engaño", dice Rob Riemen desde "El arte de ser humanos". "Ser humano es un arte que cada individuo -con todos los deseos, incertidumbres, dudas, miedos y derrotas que son inherentes a nuestra existencia- tiene que dominar".

Creo que intuimos estas derrotas intelectuales y vivenciales, pero, como a Casandra, no le prestamos atención. En esta huida hacia delante seguimos resolviendo cada crisis actual plantando la semilla de una posible destrucción futura. Seguimos huyendo sin mirar a Sócrates a la cara. Sin mirarnos a nosotros mismos a la cara. Sin intentar comprender «por qué» somos algo tan raro y único en un universo vasto, infinito, silencioso, frío y, sobre todo, aterradoramente vacío. Sin entender que nuestra conciencia nos convierte en algo precioso. Máquinas biológicas con una implacable percepción de sí mismas. «Somos». ¿Qué somos? ¿Por qué somos? ¿Para qué? "El mero hecho de estar vivo es, en sí mismo, una maravilla. Si no se entiende eso, ¿cómo puede uno estar en condiciones de hallar verdades más profundas?", pregunta Cixiu Liu, en la novela "El bosque oscuro".

No puedo dejar de sentir la imperiosa -y acuciante- necesidad de invocar una profunda reinvención ética y moral que nos haga retomar el camino hacia nuestra humanidad intrínseca; dejando de lado -un poco al menos-, el triunfalismo tecnológico y el fetichismo por lo nuevo.

Acaso, ¿no debería ser la filosofía quien guíe a la ciencia y no al revés, como ocurre hoy? Claro, es cierto. El mundo está lleno de perros que arrastran a sus amos desde sus correas.

 

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