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Fuga y misterio, naufragio y ficción

Sabado, 17 de agosto de 2024 02:21
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Hace pocos días se cumplieron 51 años de la muerte de Henri CharriÞre (1906-1973), autor y exconvicto francés. CharriÞre se hizo conocido por su novela autobiográfica Papillon. Sus memorias recuperan 13 años de juventud como presidiario, entre los años 30 y 40, y prófugo de la justicia francesa y están cargadas de aventuras, registros, correrías, travesías, viacrucis y tránsito en parajes del Caribe, tratando de lograr su objetivo. Además de exponer una crítica nítida, descarnada y feroz del sistema penitenciario, la justicia y las instituciones francesas de aquella época en oposición al sistema de valores de una sociedad moderna y civilizada. Publicada en Francia, en 1969, Papillon pronto se convirtió en un superventas traducido a varios idiomas.

Papillon (mariposa en francés) -así le llamaban por su tatuaje en el pecho-, fue condenado a perpetuidad en 1931 por el asesinato de un proxeneta en París y posteriormente trasladado a los presidios de Guyana Francesa. Tras muchos intentos de fuga de las cárceles de aquellas islas, logró escapar definitivamente. A mediados de siglo devino en ciudadano venezolano -país que lo acogió durante la mayor parte de su vida libre-. Habían transcurrido casi 40 años de la sentencia condenatoria cuando fue indultado por las autoridades francesas.

CharriÞre era y sigue siendo un desconocido para mí. Despertó mi curiosidad, primero, por la sinopsis que hiciera un viajero y aventurero francés. Segundo, debido a cierto interés que mantengo en la literatura autobiográfica y en las experiencias carcelarias que, en buena medida, le debo a mi pasado aventurero en tierras norteafricanas. Uso aquí el término aventurero en sentido amplio, con todo lo que engloba su significado en inglés y no desde la limitada definición española de la RAE.

Cuando Papillon llegó a mis manos, hace unas semanas, acababa de releer a Camus -El extranjero-, uno de mis autores favoritos por su estilo prolijo, limpio, contundente y concreto y, también, había finalizado la lectura de Mersault, caso revisado, obra notable del argelino Kamel Daoud. Dicho sea de paso, la lectura de Daoud fue una cita apasionada e ineludible con la versión y discusión pendiente -desde una perspectiva árabe- de los hechos, pasajes y personajes narrados por el protagonista de Camus. En Mersault, caso revisado, el narrador adopta y asume un estilo y estructura monologal que evoca La caída, también de Camus. Daoud adapta con maestría aportes de la célebre novela de Camus. Críticos y lectores han llegado a considerar la pertinencia de la lectura consecutiva y/o paralela de las dos novelas.

Aunque con estilos dispares, marcadamente distintos y perspectivas y miradas diferenciadas, estas historias tienen que ver con la ausencia de libertad y la prisión y en cómo las viven y asimilan los personajes construidos.

Si el rasgo de personalidad más notable en el personaje de Camus es la indiferencia -evita más que la sensiblería el asomo de sentimientos y emociones: íRecuérdese el efecto que causó no llorar la muerte de la madre o el espetar sin matiz ni pudor su falta o ausencia de fe!-, en Papillon, el narrador exhibe su forma camaleónica e instrumental, tan solo le importa su fin -recuperar la libertad-, no los medios para obtenerlo.

Papillon se adapta y se acomoda a cada interlocutor. Es un gran oportunista y manipulador, se sabe hábil en la transfiguración y navega en sincronía con las exigencias de cada circunstancia para establecer relaciones y alianzas mediadas por intereses creados. Las ideas de fuga y venganza fueron su mayor aliciente, pero no fue hasta el noveno intento cuando finalmente lo logró. Esta fue, según el narrador, la manera más estúpida y carente de sentido, frente a todos los demás intentos que por muy elaborados y planificados fracasaron.

Este aventurero es un transgresor, tan fascinante y atractivo como excesivo y locuaz. Lo leí con avidez. Abunda en palabras y, a veces, resulta farragoso en detalles y descripciones que sin embargo son útiles para transportar al lector y convertirlo en cómplice de su frenética aventura caribeña y selvática, en acompañante de gestas heroicas y de otras más o menos indignas y en observador de su espíritu, convicción y fuerza inquebrantables, sus penalidades y fervientes planes de fuga.

Su travesía por el Caribe colombiano atrajo mi atención por varias razones: desde el proceso de inmersión a la perturbadora convivencia y posterior idealización tribal de las comunidades de La Guajira, así como las referencias sociológicas de estas, los hábitos, las costumbres y la cultura pedófila y polígama normalizadas a fuerza de la costumbre y las prácticas, ya no solo descubiertas, sino disfrutadas como parte de la cotidianidad de esas gentes. Y es que mucho de todo aquello que cuenta y comenta respecto a esa Colombia de los años 30, las instituciones locales, los agentes y funcionarios, la corrupción rampante, la propensión a la ilegalidad como elemento identitario, la soberbia y arrogancia desde cualquier ínfima posición de poder, así como las terribles y repugnantes condiciones carcelarias, los estados de las prisiones y los castigos que exceden la legalidad. Todo esto no solo es difícil de negar, ¡persiste transcurrido casi un siglo!

Una nota de The Guardian, en junio de 1969, mencionaba el estilo vigoroso y directo de Papillon, pero percibía en sus memorias los clichés habituales de la literatura sobre el escape, incluso iba más allá, dejando abierta la posibilidad de que esta no fuese más que un refrito de otras historias carcelarias con los respectivos intentos de fuga de los escapistas o, al menos, notando que había un exceso de inspiración en ellas. El artículo sembraba la duda sobre las presuntas hazañas del expresidiario y recordaba que había sido un ladrón confeso habituado al bajo mundo parisino.

La crítica del medio inglés tuvo lugar en medio del furor francés desatado por la publicación de Papillon. El columnista Peter Lennon cuestionó, inmisericorde, la extravagancia de la prensa y de la escena literaria francesa por la ausencia de una mirada crítica frente a los eventos y hechos inverosímiles narrados, pero también mostró severidad hacia la necesidad parisina de convertir cada tanto a un criminal literario en un ser digno de aplausos, señalando la proclividad y el estado de ánimo de esa nación a erigir en héroe a un personaje del inframundo.

A Lennon le asiste la razón en varios de los puntos tratados, pero, también es cierto que está escribiendo al calor de los acontecimientos, las reacciones y la recepción que tuvo el autor, su obra y su personaje. El paso de los años permite plantear matices y ver desde qué punto puede tratarse dicha obra. La distancia frente al contexto espacio temporal, así como los estudios e investigaciones sobre autobiografía publicados en décadas posteriores admiten clasificar y ponderar Papillon en su aspecto literario, descartando que este sea o deba ser un documento verídico, rigurosamente cronológico, historiográfico o de tipo documental, incluso cuando el narrador lo sostenga en su obra o lo diga a los medios franceses. Y es que esa presunta realidad y/o verdad expuesta tan enfáticamente hace parte de una construcción narrativa que es en sí misma un mecanismo del escritor, un instrumento y, si se quiere, un arma de seducción para envolver al lector, para atraparlo y mantenerlo allí, inmerso en el mundo descrito, haciendo que el receptor dude constantemente de cuánta verdad y realidad hay allí y qué tanta fantasía y ficción se exponen en esos cientos de páginas.

Muchas obras literarias pueden leerse en clave autobiográfica, pero no toda narrativa autobiográfica alcanza la destreza que demanda la novela como género literario diferenciado. También ocurre que el contenido de una pieza literaria circunscrita al género de la novela autobiográfica exceda las vivencias del novelista y que ese carácter autobiográfico se aprecie más en la forma y en el estilo desarrollados por el escritor.

El escritor marroquí Abdelkader Chaui ha dicho que para escribir una autobiografía no es necesario que esta sea verídica y fielmente apegada a la propia vida del yo (escritor-narrador), porque "la autobiografía como género es una construcción lingüística basada sobre la rememoración y la producción textual de unas imágenes que emanan del pasado y que refieren a un itinerario o trayectoria personal. El grado de la realidad —entendida como la vida real de una persona— no es una obligación y menos un determinante genérico, es más bien un estado de la narración o una manera de la construcción, por la simple razón de que todo se concibe y pasa por el filtro o sistema lingüístico de ese sistema que se utiliza para la comunicación y la comprehensión que exige formas y modos, incluso métodos que se configuran en la manera(s) de la narración fiscalizada sobre el yo (y su entorno). Señalo que estamos hablando también del género en su relación con la recepción (contexto cultural, escritor, texto, lector e interpretación). Lo determinante en la autobiografía —a pesar del yo narrado— es esa vida construida (y proyectada) de tantas materias que pertenecen forzosamente al pasado".

Para el escritor Luis Fayad "escribir es inventar lo que uno ya conoce". Valerse de la imaginación para crear y recrear: "Puedo decir que la autobiografía va más allá de lo que le ha sucedido al escritor, es también lo que él piensa, lo que ve, lo que oye y lo que le cuentan, todo pasa a ser parte de su individualidad, ninguno de esos conceptos es menos importante que otro".

 

 

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