Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
14°
26 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

El Complejo de Dios en el poder

"El radicalismo debe votar en Diputados en contra del DNU que le otorgó 100 mil millones de pesos a la Secretaría de Inteligencia de Estado (SIDE) para gastos reservados".
Jueves, 22 de agosto de 2024 01:16
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

"Lo atroz de la pasión es cuando pasa, cuando al punto final de los finales, no le siguen dos puntos suspensivos" declara un poeta, un juglar de nuestro tiempo, que canta como los dioses (*), uno de los tantos que a través de sus letras nos muestran el lado más real de la vida: la "impermanencia", los límites y sus miles de fronteras.

Sin embargo, hay millones de personas con una visión distorsionada de la realidad y dispuestas a todo para transformarla a su imagen y semejanza: el Complejo de Dios, personalidades con una auto percepción grandiosa y una necesidad insaciable de admiración y culto a la personalidad, por lo que se consideran indispensables e infalibles. Esta visión distorsionada de sí mismos les impide aceptar críticas o reconocer errores, debilitando su capacidad para adaptarse y responder a las crisis de manera efectiva. Para sostener al personaje en su cosmos, necesitan dos elementos: control y poder.

No sorprende entonces ver a estos avatares (**) en las vidrieras más grandes del mundo, siendo la política - y lamentablemente la democracia - el medio ideal para conseguir sus más egocéntricas apetencias. Vemos crecer sus vanidades durante la campaña, cuando las encuestas los favorecen, la prensa los busca, son reconocidos en la calle, invierten en su figura empresarios y sindicalistas, los medios pagan para entrevistarlos, viven rodeados de asistentes, asesores, choferes, guardaespaldas y admiradores que crecen sobre ellos como hiedras. Todos quieren estar cerca, necesitan algo y ellos sólo precisan que les den el poder para cumplir con lo que la sociedad les pide. Saben que ese poder es temporal y prestado. Para ganarlo hay que hacer bien los deberes: saludar a todos, sonreír, estrechar las manos, embarrarse los zapatos, hay que dar besos -sobre todo a los bebés- mostrarse empático con las mujeres, los ancianos, los pobres, los enfermos y hay que decir que todo ese amor y esa entrega no es más que vocación de servicio.

El poder está en juego

Hay que mostrar virtudes, muchas, todas, reales o ficticias, total… la campaña es corta, pero es intensa, impiadosa y difícil. Ya habrá tiempo para sacarse la máscara y mostrar la hilacha. Mientras tanto, hay que parecerse a la plebe y expresar emociones: enojarse, reír y hacer pucheros frente a las cámaras, ni hablar de los gestos: que se piante un lagrimón en un merendero, la manito en el corazón para cantar el himno, fruncir el ceño frente a las injusticias, levantar el dedito inquisidor, las cejas desafiantes, en fin…basta leer un capítulo de Lenguaje Gestual o pagar a alguien para que enseñe el "cómo se hace" y listo, pero hay que hacerlo y ser prolijos. El relax vendrá después, en la Quinta de Olivos o en los viajes oficiales - con sus equivalentes en las provincias y los municipios - es decir, una vez en el Olimpo, lo único que hay que hacer es perpetuarse en el único lugar en la tierra habitable para los dioses: el sillón del poder.

¿A qué precio y a cuenta de quiénes? A costa de tener que soportar el despotismo, la ineficiencia y el atraso al que someten a toda la población. A cuenta de los argentinos que, por alguna razón profundamente psicológica y colectiva andamos siempre por el mismo camino. Habría una explicación para ello, pero será motivo para otro artículo.

¿Hasta cuándo? Hasta que la necesidad de poder absoluto se convierta en el talón de Aquiles y los lleva a cometer errores que paradójicamente, resultan en su propia eliminación.

Veremos cómo este ciclo autodestructivo revela que el poder absoluto no solo es insostenible en términos políticos, sino también en términos psicológicos, ya que la falta de conciencia y la negación de las propias vulnerabilidades precipitaron siempre la caída de todos estos regímenes.

¿Por qué y para qué necesitan estar en el poder?

Algunos líderes no tardan en convertirse en autócratas, déspotas o incluso en crueles tiranos, ya que el poder para ellos es una forma de afirmar su identidad. Estos rasgos psicológicos revelan una necesidad profunda y compulsiva de mantener el poder a cualquier precio ya que les permite proyectar su visión del mundo, mantener la ilusión de control absoluto y sostener la narrativa de su infalibilidad. Sus decisiones están profundamente influenciadas por dinámicas inconscientes que a menudo sabotean sus propios objetivos.

La violencia institucional

Son aquellos mandatarios que, en lugar de aceptar la dinámica de los ciclos y etapas que definen tanto la vida como los sistemas democráticos, violentan el sistema institucional, creando un estado de control y estabilidad artificial que, paradójicamente, los lleva a su propia autodestrucción.

La historia nos ofrece ejemplos: la dictadura que nos gobernó desde 1976 hasta 1983 mantuvo un control férreo a través del terror y la represión, buscando eliminar cualquier forma de oposición.

Sin embargo, la Guerra de las Malvinas en 1982, un intento desesperado del régimen para consolidar su poder y generar apoyo popular, resultó en una derrota humillante que expuso la debilidad interna del gobierno militar. Este fracaso aceleró la caída del régimen, demostrando que la rigidez y la falta de apertura hacia el cambio no solo alienan a la población, sino que también erosionan la legitimidad del poder, llevándolo a su colapso.

El otro es el desmoronamiento progresivo de la autarquía kirchnerista, proceso que viene acelerándose por muchas faltas, entre ellas de autocrítica y exceso de confianza: a una soberbia decisión, seguida de la paupérrima presidencia de Alberto Fernández, ahora imputado por las denuncias de su ex mujer por violencia de género, se fueron cayendo una a una las banderas de una ideología que, por falta de coherencia, languidecían ya sin remedio en el arcaico mástil del variopinto partido peronista.

Los rasgos del autócrata

La ilusión de invulnerabilidad. Los autócratas suelen desarrollar una ilusión de invulnerabilidad, un mecanismo de defensa inconsciente que los lleva a sobrestimar sus capacidades y subestimar los riesgos. Esta percepción distorsionada puede hacer que ignoren señales claras de peligro, subestimando tanto la capacidad de resistencia de la oposición como las consecuencias de sus decisiones. Al sentirse invulnerables, se vuelven más propensos a tomar decisiones temerarias que aceleran su caída, como iniciar guerras imprudentes o implementar políticas que generan un rechazo masivo.

El mecanismo de autocomplacencia. La autocomplacencia es otra dinámica que opera a nivel inconsciente. A medida que los autócratas consolidan su poder, se rodean de una burbuja de lealtad y obediencia, donde solo reciben información que refuerza sus creencias y decisiones, reduciendo así su capacidad crítica y analítica.

La represión de sus propios miedos Los autócratas a menudo reprimen sus miedos más profundos, como el miedo a la pérdida del poder o a ser traicionados, que suelen manifestarse en decisiones excesivamente agresivas o paranoicas, como purgas internas o medidas represivas desproporcionadas que, en lugar de consolidar su poder, alienan a sus aliados y aumentan la resistencia en su contra.

El Complejo de Dios Se refiere a la creencia inconsciente de los autócratas en su omnipotencia y capacidad para controlar todos los aspectos de la realidad y crear una realidad paralela a su imagen y semejanza, a cualquier precio y de cualquier manera.

El impulso destructivo inconsciente Al estar motivados por un impulso destructivo que puede estar enraizado en experiencias personales de fracaso o humillación, sus acciones pueden estar guiadas por una necesidad inconsciente de confirmar sus propias expectativas de fracaso o catástrofe, manifestándose esto en decisiones irracionales.

La paradoja de los autócratas es que, aunque su necesidad de poder es fundamental para su identidad y sentido de seguridad, esta misma compulsión los lleva a cometer errores que, inconscientemente, contribuyen a su propia caída. La rigidez, el aislamiento y la represión, aunque pueden ofrecer un poder temporal, siembran las semillas de su propia destrucción.

Nadie es perfecto, dice el refrán, sin embargo, éstos son los personajes que nos gobiernan. ¿Por qué?

Preguntémonos alguna vez en la vida, ¿Qué impulso destructivo inconsciente nos lleva como sociedad a preferir, a elegir, a votar y volver a votar hasta la autodestrucción a éstos nefastos personajes, habiendo tantos otros - ejemplares, dignos y sobre todo con el caudal ético y sentido común necesarios - a quienes confiarles nada menos que el rumbo, la economía, la educación, la salud y el destino de nuestros bienes materiales, así como el más preciado: nuestra calidad de vida?

(*) Joaquín Sabina, cantautor, músico y poeta español

(**) Avatar: según la RAE, "fase, cambio, vicisitud". En la religión hindú, "encarnación terrestre de alguna deidad". En su uso contemporáneo, "representación gráfica que simboliza a un usuario en entornos digitales, con el fin de identificarlo".

 

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD