Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
14°
12 de Octubre,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

IA e inequidad, la nueva forma de la exclusión y la pobreza

El vértigo de la llegada de la tecnología digital en la vida de las personas educadas en un mundo analógico pone a las sociedades contemporáneas bajo la amenaza de una inhumana desigualdad.
Domingo, 12 de octubre de 2025 01:44
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Uno de los más importantes logros de la Primera Revolución Industrial fue mejorar las condiciones higiénicas y sanitarias de las ciudades. Sin embargo, hoy, en pleno siglo XXI -acorde a un estudio de Naciones Unidas -, 1.700 millones de personas (22%) no tienen acceso a baños y 4.200 millones (53%) carecen de sistemas de extracción y sanitización de los residuos cloacales.

El 25% de la población mundial no tiene acceso a agua potable y casi 800 millones de personas viven sin electricidad, uno de los motores de la Segunda Revolución Industrial.

Si se considera el servicio de internet, propulsor de la Tercera Revolución Industrial, el 37% de la población mundial jamás la ha usado mientras que un 50% carece de conexión. Naciones Unidas se había fijado el objetivo de alcanzar el 75% de conexión a nivel global para el año 2025, algo que no aún se ha conseguido. No puedo dejar de preguntarme qué dice de nosotros que nos preocupe más dotar al mundo de internet antes que asegurar el acceso a agua potable, a baños o a sistemas de recolección y sanitización de los residuos. ¿O es que una ilusoria inclusión tecnológica es más importante que una inclusión real en derechos humanos básicos? No lo sé. No lo puedo responder.

Casi el 10% de la población mundial -800 millones de personas-, viven en condiciones de "extrema pobreza" con menos de 2,15 dólares por día. En el otro extremo, OXFAM Internacional muestra que sólo ocho personas poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, o sea, que cerca de 4.000 millones de personas. Sólo tres personas concentran la misma riqueza que el PBI combinado de los 48 países más pobres del planeta. Y siete de cada diez personas viven en un país en el que la desigualdad ha aumentado en los últimos 30 años. A nivel global -entre 1995 y 2023-, la riqueza privada se incrementó en 342.000 millones de dólares; ocho veces más que la riqueza pública. En 2024, la riqueza conjunta de los milmillonarios creció tres veces más rápido que en 2023 y, según las tendencias actuales, dentro de una década habrá cinco billonarios.

La inequidad comienza a devenir problema estructural y transversal; uno que erosiona y fractura a nuestras sociedades, debilitando la idea de la democracia y deslegitimándola.

"¿La automatización, estúpido?"

Toda explicación a problemas sociales y económicos es siempre multicausal; no se puede caer en el reduccionismo de buscar la raíz de un problema complejo en una causa única. Pero, al mismo tiempo, sería necio no ver el rol que está jugando la tecnología en la aceleración de la inequidad.

Por un lado, hoy existe una fuerte tendencia a que la automatización y la robotización sustituyan a los trabajadores humanos en sectores cada vez más amplios de la economía. La "mano de obra barata" que antes se conseguía en los países en vías de desarrollo y en economías emergentes, ahora se reemplaza con "trabajo-robot". Por otro lado, no sólo los trabajos manuales o repetitivos son los que están en peligro; cada vez afecta más a trabajos intelectuales y aquellos que requieren una gran cuota de esfuerzo y de estudios. Las universidades dan cuenta de este fenómeno cuando, desde la pandemia, la matrícula cayó de manera sostenida y se verifica, además, un fenómeno nuevo y dramático: la educación no repaga la inversión que requiere y las deudas en créditos estudiantiles se acumulan y, en un gran porcentaje, se hacen imposibles de afrontar.

¿Keynes tenía razón?

John Maynard Keynes definió al "desempleo tecnológico" como "el desempleo originado por la introducción de métodos mecánicos que economizan el uso de fuerza de trabajo a un ritmo mayor al que se pueden crear nuevos empleos para la fuerza de trabajo desplazada". Hasta ahora, ambas fuerzas se equilibraban en el mediano plazo. Sin embargo, a las velocidades actuales, esto está cambiando.

En el libro "La segunda revolución de las máquinas", los investigadores Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee ofrecen varias razones por las cuales es posible esperar niveles de desempleo crecientes e importantes. La más importante de estas tiene que ver con la velocidad de adopción de las nuevas tecnologías, que no dan el tiempo suficiente para que las fuerzas laborales desplazadas se puedan formar y adaptar a un nuevo oficio antes que éste, también, no se vea afectado por una nueva ola de automatización.

Así, se hace necesario clasificar a la tecnología. En lo personal, me gusta la que lo hace dividiéndola en tres grandes grupos: a) las que cambian la trayectoria de la especie; b) aquellas que crean nuevas plataformas y se convierten en una nueva infraestructura y; c) aquellas que sustituyen al ser humano.

En el primer grupo, quizás la más clara, sea el dominio del fuego por parte del ser humano; evento que nos permitió dejar de ser presa fácil para convertirnos en el predador más importante del planeta. En el segundo grupo aparecen las tecnologías «de utilidad general" como, por ejemplo, la electricidad. Tecnologías que crean una plataforma sobre la cual se construyen infinidad de otras aplicaciones.

La electricidad no sólo cambió la potencia disponible en varios órdenes de magnitud; sino que preparó el terreno para la llegada de nuevos productos como electrodomésticos, radios, películas y televisores; y sus industrias derivadas. El uso de la electricidad aumentó la demanda de materias primas y de otros insumos, permitiendo el avance en nuevas tecnologías como plásticos, tintes y metales los que, a su vez, generaron nuevos sectores. Es fácil ver a la electricidad como una tecnología de uso general y como plataforma que permitió la creación de nuevas industrias, especializaciones y trabajos.

Pero las tecnologías con utilidad general pueden evolucionar de varias maneras. Las computadoras y las tecnologías digitales comenzaron siendo una tecnología de «uso general»; una plataforma comparable a la electricidad. Sin embargo, su evolución, se está torciendo en otra dirección.

En un principio, la irrupción de la computación en los ámbitos laborales creó una nueva plataforma e infraestructura sobre la cual se desarrollaron nuevas carreras, ocupaciones y aplicaciones. El software complementaba las tareas que realizaban los trabajadores; aumentando la productividad marginal por empleado. Ahora, la automatización y la incorporación de algoritmos e Inteligencia Artificial (IA), muestra un abrupto cambio de rumbo en esta evolución; desde "plataforma e infraestructura" hacia una tecnología del tercer grupo; el de "sustitución". No tiene el mismo efecto instalar software que complementa las tareas del ser humano; que instalar robots industriales o agentes de IA que los reemplacen.

Este es un concepto fundamental que hay que comenzar a comprender. Lo que ocurre no es tan simple como decir que los cambios tecnológicos acaban beneficiando más a unas personas que a otras; o que "dan una nueva fisonomía al mercado laboral". Y, las decisiones que adoptemos -como sociedad- sobre este cambio de rumbo no son irrelevantes. Nunca lo fueron. En el mejor escenario, la IA general podrá potenciar todo lo que la humanidad es capaz de hacer; sólo si logramos hacer que trabaje por y para el ser humano. Por y para la sociedad en su totalidad. Como lo hizo el manejo del fuego.

Hay otros mecanismos que hacen que el desarrollo tecnológico (en ausencia de direccionamiento de los Estados) tienda a incrementar la desigualdad. El primero es que, a medida que las máquinas se van haciendo cargo de los trabajos, el costo laboral baja por el exceso de oferta de mano de obra; convirtiéndose, al mismo tiempo, en un mayor beneficio para los dueños del capital. Además, como la tasa de rendimiento del capital es más alta que la tasa de crecimiento del ingreso y de la producción, la inequidad se acelerará.

Un segundo mecanismo es la polarización laboral: aquellos con más herramientas para adaptarse a los cambios "caerán menos rápido" que el resto.

Otro mecanismo es que la digitalización genera una economía en la que el vencedor se lleva todo: cuando el costo de hacer copias de hacer algo y distribuirla por todo el mundo es despreciable, la competencia es feroz y los ganadores tienden a concentrarse muy rápido en muy pocas manos. Todos estos mecanismos se están verificando, hoy, de manera empírica.

A la cola del mundo

Es indudable que la tecnología va a revolucionar nuestra existencia; tanto como va a cambiar nuestra concepción de la vida y de nuestro lugar en el universo.

Sin embargo, pareciera quedar cada vez más claro que sus beneficios no se recogerán ni de una manera equitativa ni en forma pareja. Los países más desarrollados y a la delantera de la carrera tecnológica tendrán más chances de hacerse de los beneficios de su adopción temprana; mientras que los países menos desarrollados quedarán a la zaga.

Es cierto que épocas de grandes cambios reavivan grandes miedos. No intento reavivar doctrinas milenaristas ni temores luditas. Sólo quiero remarcar que, a las velocidades con las que suceden los cambios, el tiempo necesario para asimilarlos, adaptarnos y reinsertarnos en la nueva realidad, puede no ser suficiente. Y, aún si el futuro fuera todo lo bueno y venturoso que se promete que va a ser, existe el riesgo de que la transición sea abrupta y traumática, y que vastas camadas de población queden en el camino durante la reconversión.

¿Vale la pena condenar a generaciones enteras a enormes penurias por ir cada vez más rápido en pos de la promesa de un venturoso futuro? ¿Tenemos ese derecho? Tengo algunas respuestas a ambas preguntas, pero me siento muy solo formulándolas.

Temas de la nota

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD