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Hablemos de recuperar gestos fraternos en la escuela. Un gesto fraterno es, ante todo, un acto de acogida y hospitalidad. ¡Tremendo desafío en tiempos donde conectar con otro no es una constante!
Cuando hablamos de los afectos en la escuela, hablamos de ser tenidos en cuenta, de dar lugar a la palabra, de escuchar las inquietudes e intereses de los estudiantes, brindando diversas posibilidades para la expresión de ideas y sentires, habilitando la singularidad de cada uno/a y, al mismo tiempo, posibilitando el encuentro con y entre otros. Es con afecto y emociones como sucede la educación.
Hoy y siempre, las escuelas reflejaron las heridas profundas de la sociedad. El consumismo exacerbado, la crisis de valores y la injusticia social, crean un escenario complejo para educar y criar. Hay un dolor social que arrastran las aulas. El ambiente de inestabilidad y desigualdad debilita las cualidades personales —como la autoestima, la integridad o la sensación de valor propio—. En este contexto, muchos chicos se sienten excluidos o invisibles dentro de la estructura social. En una sociedad donde la atención se dispersa y se centra en el "yo", el otro se desvanece y su necesidad de enunciarse queda sin eco.
Un espacio de encuentro
La escuela es un lugar de aprendizaje, un espacio de encuentro con otros y de desarrollo subjetivo. La experiencia educativa deja marcas y puede simbolizar el pasaje de "ser nadie" hacia el "ser alguien" en la vida. Aprender a ser personas que se preocupan activamente por el bienestar de los otros, es urgente y necesario. Nuestros niños y adolescentes necesitan de la mirada de un adulto que los vea como persona en todas sus dimensiones: física, social, emocional, cognitiva, espiritual, estética y ética.
Si educar implica conmoverse, afectarse, comprometerse, poner el cuerpo y el corazón, resulta fundamental dar paso a las voces que habitan la escuela para que la existencia de cada uno adquiera sentido. Me pregunto entonces: ¿es la escuela un lugar donde la escucha y el otro tienen lugar?
La palabra "escucha" significa prestar atención a lo que se oye. En términos de intervención, escuchar es un acto de reconocimiento. Es un proceso relacional cargado de sentido y ocurre "en contexto". Requiere un oído atento, un habla adecuada; implica reconocer al otro en su necesidad de expresarse, validando su existencia y su palabra.
El niño como persona
En la conversación, se percibe el lazo entre sujetos, la singularidad del otro, la diferencia y la semejanza. Habilitar la escucha es abrir un espacio de hospitalidad para la palabra ajena, incluyendo los desacuerdos, las pausas y los silencios.
A la hora de escuchar, lo institucional se pone en juego. En este escenario se posibilita o no, de algún modo, el encuentro entre quien emite la palabra y quien la escucha. La ausencia de espacios para escuchar explica y ratifica la exclusión, generando soledad, aislamiento y fragmentación social.
Habilitar la escucha del otro es una condición necesaria para que alguien pueda pensar por sí mismo, no en soledad, sino en colectividad, en convivencia. Y esto es esencial para una pedagogía de las diferencias. Si favorecemos la circulación de la palabra, tendremos la posibilidad de encontrarnos con el otro y conocer lo que tiene para decir. Podríamos pensar incluso en otras formas de escucha que recuperen el sentido de los silencios, de lo no dicho, que muchas veces nos invitan a otra forma de escuchar. En el ámbito escolar, la escucha, el afecto y la inteligencia están interconectados. Al valorar lo que el niño dice y cómo lo dice, se desarrolla la afectividad, que es la energía que impulsa la acción y, por ende, el aprendizaje significativo. Establecer relaciones con escucha atenta y afecto permite un aprendizaje colectivo más sólido.
Vivir en comunidad
La escucha activa en el entorno escolar no es solo una técnica de comunicación, es obligarnos a detenernos y poner el cuerpo y la atención en la perspectiva del otro, rompiendo con la burbuja del interés propio. Una forma mucho más comprometida de posicionarse en la relación educativa. Implica suspender los prejuicios y "correr el velo" sobre las miradas habituales para que el encuentro con lo desconocido o con la diferencia sea posible. Planteado y vivido de este modo, se vuelve un acto que cuestiona las normativas rígidas y abre la institución a lo inesperado del otro, permitiendo que la comunidad educativa se configure desde una base más humana y atenta a la diversidad.
Recordemos que estamos enseñando a vivir en comunidad y a construir ciudadanía. La educación se resuelve, también, en los "gestos mínimos" de la cotidianidad: el contacto entre los cuerpos, la conversación, la pausa, el desacuerdo y, centralmente, la escucha, ofreciendo la oportunidad de recomenzar, tantas veces sea necesario, desde la auténtica comunicación.
Estos gestos son los que dan paso a las voces que habitan lo escolar, permitiendo que la existencia de cada uno tenga sentido.