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Cuando se trata de pensar, menos es menos

Domingo, 23 de noviembre de 2025 00:52
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Quizás, "Sólo sé que no sé nada", sea la frase más profunda de la filosofía antigua. Atribuida al filósofo griego Sócrates, enseña que el verdadero conocimiento comienza con la conciencia de la ignorancia. Es una frase que invita a la humildad intelectual; que fomenta la apertura a nuevas ideas; y que cimenta las bases para la búsqueda del saber a través de la duda, del escepticismo y del cuestionamiento como forma de vida.

En el fondo, revela que el universo del conocimiento se puede dividir en tres partes; una fracción, minúscula, lo que sabemos. Otra fracción algo mayor, lo que creemos que sabemos. El resto, un océano inabarcable, lo que no podemos siquiera imaginar que no sabemos. "Sólo sé que no sé nada" es una forma de vida; una que nos cuesta y nos duele aceptar porque hiere nuestro narcisismo.

En un mar de ignorancia

¿Qué es un logaritmo o para qué sirve? ¿Cómo se calcula la raíz cuadrada de 256? ¿Cuánto es -calculándolo con papel y lápiz- 4.825.008.000 dividido entre 153? ¿Cuántos días y años significan, si esa cifra expresara segundos? ¿Cuál es la diferencia entre el sistema decimal y el sexagesimal?

¿La muerte de quién condujo a la Primera Guerra Mundial y por qué; o por qué se produjo La Segunda Guerra Mundial? ¿Qué países fueron partícipes de la guerra que se considera uno de los enfrentamientos armados más crueles de la historia americana: la Guerra del Paraguay? ¿Quién fue el primer presidente argentino o de qué se trató el empréstito de la Baring Brothers? ¿Quién sabe quién fue Spruille Braden o quién puede explicar de qué se trató la controversia Braden o Perón; tema, hoy, reflotado? ¿Quiénes fueron y por qué se hicieron famosos y perdurables en la historia Carlos Pellegrini, Torcuato de Alvear, Luis Leloir o Luis Agote? ¿Por qué conmemoramos, en estos días, el Día de la Soberanía Nacional?

¿Cuántos pueden enumerar las fronteras de Rusia, Ucrania, China o de Argentina? ¿Cuántos saben qué comercia Australia, Azerbaiyán; y qué Brasil? ¿O en qué parte del globo se concentra el 67% del comercio marítimo internacional mundial? ¿Qué son las islas Kuriles y por qué la disputa sobre su soberanía es relevante y potencialmente peligrosa? ¿O por qué el sudeste asiático se está convirtiendo en un polvorín y el lugar de donde podría surgir la chispa que pueda dar inicio a la Tercera Guerra Mundial? ¿O qué diferencias hay entre democracias fuertes, débiles, fallidas e iliberales?

Si hago esta lista no es para ostentar conocimiento ni para hacer sentir mal a nadie ante la falta de alguna respuesta; sino para tratar de refutar dos argumentos falaces -muy de moda- hoy en día. Uno: "no necesito saber hacer cuentas; sólo me basta saber usar una calculadora". Otro: "no necesito saber; puedo buscar en internet todo en cualquier momento y en cualquier lugar desde mi celular". Sólo necesito mi "teléfono" y saber "googlear". Cosa curiosa, "googlear" ya es un verbo. Y no es cierto. Ambas afirmaciones son tan superficiales como falsas.

De la estupidez a la locura

Umberto Eco, en su libro "De la estupidez a la locura", muestra que el 25% de la población inglesa piensa que Winston Churchill, Mahatma Gandhi y Charles Dickens son personajes de ficción, mientras que muchos de los encuestados incluyeron a Sherlock Holmes, Robin Hood y a Eleanor Rigby entre el universo de las personas reales. Por supuesto, el fenómeno excede a Inglaterra. No tienen -ni ellos ni nosotros-, el patrimonio de ignorancia ni de la estupidez.

Una ignorancia -en parte- cultivada por despreciar el hábito de leer. Por ejemplo, ¿cuántos han leído "El Príncipe" de Nicolás Maquiavelo; o el prólogo a esta obra escrito por Napoleón Bonaparte? ¿O la edición de esa obra con las anotaciones del propio Napoleón hechas al margen? ¿Cuántos la versión original del "Arte de la Guerra" de Sun Tzu; y no la deformación atroz y vulgar hecha con fines comerciales para "gente de negocios"? ¿Cuántas personas saben quién escribió "El mercader de Venecia"; cuántos la han leído? ¿O el "Quijote de la Mancha"; o "El Aleph"? ¿Cuántos han leído a Goncharov, Turguéniev, Gógol, Kawabata, Mishima, Mizumura, Akutagawa; por mencionar algunos autores geniales, casi todos ellos en general desconocidos? ¿O leído el prólogo de Jorge Luis Borges a "La Metamorfosis" de Franz Kafka? ¿Cuántos han leído esas abisales obras de Kafka? ¿La de Borges; o la de Cortázar? ¿O la extraordinaria "Antología de la literatura fantástica" compilada por Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo? ¿O algo de Amélie Nothomb, Michel Houellebecq, Haruki Murakami, Agota Kristof, Han Kang, Zadie Smith, László Krasznahorkai, Ismail Kadaré, Ottessa Moghfesh, o la siempre sorprendente y maravillosa Olga Tokarczuk; para que no me acusen de no poner ejemplos de autores y de obras contemporáneas? ¿Cuántos conocen al colectivo Wu Ming y cuáles son sus obras más resonantes?

¿Cuántos han leído a Gianni Vattimo, Zygmunt Bauman, Hannah Arendt, Giles Lipovetsky, Amos Oz, Nick Srnicek, Sara Ahmed, Éric Sadin, Mark Fisher; o Nietzsche, Camus, Unamuno; o a Emily Dickinson, William Blake o W. B. Yeats; por mencionar apenas un puñado -ínfimo- de autores imprescindibles y necesarios para no perder nuestra humanidad? ¿Cuántos han leído a Byung-Chul Han, apremiados por su reconocimiento y por la moda? ¿Cuántos a Eric Hobsbawn, Niail Ferguson, Tom Holland o Paul Johnson; también puestos a nombrar apenas a un puñado de pocos historiadores; también necesarios? ¿Cuántos a Karl Popper; quien dijo: "La verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimientos, sino el hecho de negarse a adquirirlos"? "La felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos" dijo el filósofo romano Marco Aurelio, en su obra "Meditaciones".

"Los signos inertes de un alfabeto se vuelven significados llenos de vida en la mente. Leer y escribir alteran nuestra organización cerebral"; afirma -con razón- Siri Hustvedt desde "Vivir, pensar, mirar". Cuando se trata de leer; menos es menos.

Menos es menos

La realidad es que el telefonito podrá darnos el resultado de la cuenta más rápido, pero nosotros vamos a seguir sin saber cómo calcularlo. La gran mayoría de la gente no sabe hacer cuentas; ni mentales ni en papel; ni siquiera calcular -rápido y mentalmente- órdenes de magnitud. En la misma línea, es cierto que se puede obtener información y datos que están a tan sólo unos pocos clics de distancia; pero eso no suple el estudiar. O el leer. Menos el saber. Mucho menos; el pensar.

Y, si bien es cierto "que todo se puede googlear", nada de lo que resulte de esa búsqueda nos dará conocimiento; ni nos permitirá hacer las conexiones que se necesitan hacer para "saber pensar". Que un algoritmo nos de información predigerida y "curada" no es un avance. Por el contrario, es un retroceso. Que no lo sepamos ver, algo todavía peor.

Leer, informarse, estudiar, buscar, saber, desafiar y ser desafiado, es la única manera de desarrollar un pensamiento propio. Un saber que nos permita discernir entre una noticia verdadera y una falsa. La diferencia entre una historia verdadera y un relato; un argumento correcto de uno falaz. Una mentira de una verdad. Ceder nuestro conocimiento adquirido, propio y privado, a las supuestas bondades de un "repositorio de conocimiento" público, externo, alterable y ajeno a nuestro control, es, cuanto menos, preocupante. No reconocer o no valorar esta preocupación; algo peor. Que estemos dispuestos a dejar que otros -o que un algoritmo- piense por nosotros; dejándonos presos de las opiniones y juicios ajenos; de los saberes ajenos; de las intenciones ajenas; debería resultarnos algo en verdad, aterrador.

En un mar de sensaciones

Esta nueva modernidad -cada tanto la modernidad se renueva y se nos impone como si fuera nueva-, nos está conduciendo a una vida donde reina la ignorancia. Una "nueva realidad" que nos aturde con un exceso de sensaciones, de emociones y de "percepciones"; mientras la Vida se desprovee de sabiduría y de humanidad. Se produce un "vaciamiento de vida"; irreversible y voluntario. Y así resignamos nuestra valía individual en pos de una utópica colmena; ni cercana ni inocente.

Lo dice -fuerte y claro- uno de los filósofos antes mencionados, Byung-Chul Han: "Hoy corremos detrás de la información sin alcanzar un saber. Tomamos nota de todo sin obtener un conocimiento. Viajamos a todas partes sin adquirir una experiencia. Nos comunicamos continuamente sin participar en una comunidad. Almacenamos grandes cantidades de datos sin recuerdos que conservar. Acumulamos amigos y seguidores sin encontrarnos con el otro. La información crea así una forma de vida sin permanencia y duración".

Nada de esto es producto de la tecnología -ni es producido por ella- como muchos se empeñan en hacernos creer. La tecnología sólo nos da un mecanismo de escape que abrazamos sin pensar. Un sustituto al vacío existencial que nos produce la ignorancia; el no saber; el no pensar. El no querer pensar.

Tengamos cuidado. Porque a la "comodidad" de no saber y de no querer pensar, le sigue la "comodidad" de que nos digan cómo y cuándo hacerlo. Que nos digan cómo vivir. Nada es gratis en la vida. Menos el no querer saber. Menos, aun, el no querer pensar. O el no "saber pensar". Cuando se trata de pensar; menos es menos. Ojalá lo podamos entender y corregir a tiempo. Ojalá.

 

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