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Hay un mundo que no entra en los mapas. Se dibuja de noche, trafica por las fronteras, impone reglas a fuerza de miedo y sustitutos de justicia. No proclama constituciones ni organiza elecciones, pero recauda "impuestos", arbitra disputas y fija precios. Es el poder oscuro del que escriben Carlos Belloni y Pascual Albanese, en notas publicadas por el Diario Tribuno el 16 y 18 de noviembre de 2025 respectivamente; hablan de economías paralelas que copan territorios y controlan rutas, puertos secos, barrios y selvas, como un Estado en baja resolución. Ese poder coexiste con democracias legítimas y con regímenes autoritarios; no quiere gobernar un país, quiere gobernar zonas. Y, cuando puede, las domina.
El mundo como clústeres
Para entender la época conviene abandonar el mapa plano y pensar en clústeres:
1. Democracia (con todo su degradé): desde el ideal republicano, contrapesos, prensa libre, justicia independiente, hasta su versión cansada o simulada, donde hay urnas, pero escasean límites al poder y sobran lealtades de ocasión.
2. Sistemas de poder no democráticos, con lógicas estatales alternativas, China (meritocracia de partido, planificación, control digital) y Rusia (centralidad de seguridad/recursos, proyección geopolítica a través de energía y fuerza).
3. Clústeres religiosos que ordenan legitimidad y conducta (del Estado confesional a formas híbridas comunitarias).
4. El clúster oscuro: economías criminales/paramilitares que no disputan el palacio presidencial, pero cogobiernan territorios y comercio de todo tipo, del oro ilegal a la madera, del cobre al combustible, de la cocaína a la trata. Ese clúster no necesita voto: necesita control.
Albanese lo explica con contundente claridad, hay organizaciones que "no buscan tomar el poder, pero sí controlar la zona". Lo vimos en Colombia con las FARC en su fase de economía de guerra; se ve en Venezuela con enclaves tolerados a la vista del Estado; Perú padece dinámicas similares en corredores mineros y amazónicos; Bolivia es un caso singular, su textura cultural y comunitaria amortigua ciertas lógicas, aunque no las extingue; y Argentina, sin llegar a esos niveles, no está blindada, allí donde la renta ilegal supera a la legal y la capilaridad social del delito reemplaza servicios del Estado, la zona gris avanza.
Me tocó integrar un equipo de campaña cuando Álvaro Uribe buscaba la reelección con el recién creado Partido de la U. El país estaba exhausto, coches bomba, secuestros, peajes clandestinos en rutas rurales, pueblos a oscuras. La demanda social era de una simpleza conmovedora, vivir sin miedo. Uribe convirtió esa súplica en programa, que denominó Seguridad Democrática. Fue una mezcla de presión militar, inteligencia, control de rutas y una salida negociada con las FARC, deponer armas a cambio de amnistías y reinserción.
El entonces jefe de campaña de Uribe, Juan Manuel Santos, condujo después la Operación Jaque que rescató a Ingrid Betancourt "sin un solo disparo", se vanagloriaba, y finalmente llegó a la presidencia llevando a término los acuerdos con las FARC. Aprendizaje central: el Estado no siempre derrota; a veces disuelve. Y cuando pacta, reconoce un hecho incómodo, esas organizaciones tienen poder real sobre cuerpos, rutas y economías. Lo vemos también en las series mexicanas que retratan cogobiernos de facto; la ficción apenas roza lo que la realidad detalla.
Democracias, potencias y la zona gris
En la democracia, las reformas compiten con la paciencia social. En los regímenes de partido o de fuerza, la velocidad de ejecución convive con costos de libertad. El clúster oscuro, en cambio, no rinde cuentas, resuelve con reglas simples, obediencia o castigo, y provee lo que el Estado demora: "seguridad", crédito, logística, empleo. Belloni y Albanese insisten, no buscan el poder estatal, sustituyen funciones estatales donde éste es débil, capturan lealtades primarias (familia, barrio, clan) y se financian con rentas extraordinarias. Cuando logran hegemonía local, el resto de los clústeres, democrático, autoritario, religioso, negocia con ellos, de frente o de costado.
Argentina: no llegar, no negar
Argentina no está en el estadio colombiano de los años más duros, ni en la densidad delictiva de algunos enclaves venezolanos o mexicanos. Pero sería ingenuo suponer inmunidad. Donde el Estado se retira, la zona gris avanza, fronteras porosas, economías extractivas informales, barrios sin presencia estatal más allá de un patrullero esporádico, corrupción municipal o provincial que habilita giros ilegales, y cadenas logísticas que balancean precios con mercadería de origen dudoso. La pregunta no es si "somos o no somos" un país capturado por el narcotráfico, no lo somos; la pregunta es cuánto margen cedemos cada año a economías que no pagan impuestos, compran silencios y secuestran futuro.
Un llamado a la realidad
El desarrollo iluminista, esa fe en que cualquier plan, con powerpoints relucientes, nos llevará a puerto, es valioso como visión, pero no sustituye al diagnóstico. Si el mundo se dirime en clústeres, la política sensata debe:
Reforzar el clúster democrático con contrapesos que funcionen: justicia que llegue, policía profesional, datos abiertos, auditorías que muerdan, federalismo fiscal que no castigue al que cumple.
Leer la lógica de China y Rusia sin prejuicios: competencia tecnológica, logística, energía. Preguntarnos qué podemos aprender (infraestructura/ejecución) sin entregar libertades.
Reconocer el aporte de las comunidades de fe como espacios de sentido y servicio: allí donde el Estado no llega a tiempo, parroquias, templos y organizaciones religiosas suelen estar primero. Articular con ellas en políticas sociales, con reglas claras y transparencia, preservando siempre el rol indelegable del Estado.
Desmontar el clúster oscuro con tecnología y comunidad: trazabilidad de minerales y granos, monitoreo satelital, control de insumos críticos, rutas seguras, y, sobre todo, oportunidades legales que compitan de verdad con la renta criminal. Sin empleo formal, el sermón estatal fracasa.
No hay atajos. Menos épica, más ingeniería institucional.
Fronteras y puertos: controles con trazabilidad digital y equipos interjurisdiccionales.
Mercados ilícitos: seguir el dinero (no solo la mercadería); extinción de dominio con garantías; no, operativos espectaculares.
Juventud: empleo de entrada (primer empleo con reducción de cargas), oficios tecnológicos, clubes y escuelas a contra turno; el clúster oscuro recluta donde hay tiempo vacío.
Municipios: urbanismo táctico (luz, veredas, conectividad) y centros cívicos que integren justicia de cercanía, mediación y servicios.
Comunicación: llamar las cosas por su nombre. Si hay corredores ilegales, mapearlos y publicar datos; si hay captura local, intervenir con equipos mixtos y metas medibles.
La frontera que define nuestro siglo no está en un paso internacional; está entre la ley que protege y la sombra que administra. Quisiéramos un mundo de manual, democracias prístinas, potencias previsibles, credos serenos. Lo que tenemos es un mosaico. Y en ese mosaico, si no fortalecemos el clúster democrático y no desmontamos el oscuro, otro va a escribir las reglas por nosotros.
Argentina aún está a tiempo. No para creer en fábulas, sino para mirar de frente, dónde manda el Estado, dónde mandan otros, y por qué. Lo que empieza con un camino iluminado, un aula abierta y una pyme en marcha le quita aire al poder que compra obediencias. Lo demás, los planes relucientes, las consignas de ocasión, es apenas ruido.
La tarea es sencilla de decir, pero difícil de hacer, medir, priorizar, ejecutar. Con la serenidad de la evidencia y la valentía de elegir. Si lo hacemos, el mapa vuelve a dibujarse de día. Y entonces sí, el mundo tendrá menos zonas grises y más ciudadanos a la vista.
* Héctor Iván Rodríguez es Ingeniero industrial, Máster en comunicaciones sociales y Doctor en Estadística