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La historia se construye con visión, trabajo y coraje

Martes, 25 de febrero de 2025 01:59
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José Francisco de San Martín y Matorras, nació en un día como hoy, 25 de febrero de 1778 en Yapeyú, una figura trascendente en la emancipación hispanoamericana. A los seis años llegó a España junto a su familia. Su educación transitó por el Real Seminario de Nobles de Madrid y en la Escuela de Temporalidades en Málaga, posteriormente se incorporó al ejército español en el regimiento de Murcia.

Empezaba así, una importante carrera militar en territorio hispano. Empero, en la comprensión que la América reclamaba brazos diestros para emanciparse, e interpretando el sentir de sus hermanos americanos, abandonó España, tras haber alcanzado el grado de teniente coronel, y luego de una estadía en Londres, retornó a Buenos Aires para ponerse al servicio de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Su espada y su experiencia

San Martín al regresar a su patria, era un soldado que no tenía más fortuna que su espada, ni más reputación que la de un valiente soldado y un buen táctico. Pero también poseía la capacidad de reflexión y la preparación de los medios que debían preceder a la acción, un conjunto de pasión concentrada, cálculo, paciencia, sagacidad y fortaleza de alma.

San Martín no sólo traía por contingente a la revolución su competencia militar: le traía además la experiencia de una gran insurrección, en la que había sido autor. El espectáculo del alzamiento de la España le había revelado el poder de las fuerzas populares en una guerra nacional, como los continuos reveses de las armas españolas en medio de algunos triunfos, le enseñaron que en una guerra larga no se triunfa sin una sólida organización militar.

También comprendió que la España a la conclusión de la guerra peninsular, enviaría sus mejores tropas y sus mejores generales para sojuzgar sus colonias insurrectas.

A los ocho días de su llegada fue reconocido en su grado de teniente coronel, y se le encomendó la organización de un escuadrón de caballería de línea. El Triunvirato por decreto del 16 de marzo de 1812 encomendó a San Martín la formación de un cuerpo de caballería.

Con la experiencia lograda en los campos ibéricos, estudio la situación militar del Río de la Plata y se convenció de que la guerra recién empezaba, y que habría que combatir mucho y por mucho tiempo a través de toda la América.

Con su natural perspicacia y su natural buen sentido, había visto claramente que la revolución estaba mal organizada en lo militar como en lo político, que carecía de un plan, de medios eficaces de acción. Con una prudente reserva se expresaba sobre este punto en las tertulias de la época diciendo: "Hasta hoy, las Provincias Unidas han combatido por una causa que nadie conoce, sin bandera y sin principios declaraos que expliquen el origen y tendencias de la insurrección: preciso es que nos llamemos independientes para que nos conozcan y nos respeten".

Con estas ideas y propósito no vaciló en propiciar las medidas más adelantadas y conducentes a lograr la independencia y la libertad, de allí, su prédica a favor de la convocatoria de un Congreso. Materializar la ansiada independencia requería de la acción militar, y a ella se dedicó con ahínco.

La escuela de héroes

Examinó minuciosamente las armas de combate, concluyó que la revolución estaba militarmente mal organizada, que los ejércitos carecían de consistencia, que las operaciones no obedecían a ningún plan, que no se preparaban los elementos para las grandes empresas. En síntesis, la organización militar era rudimentaria. Con estas previsiones se decidió a fundar una nueva escuela de táctica, de disciplina y de moral militar.

El primer escuadrón de granaderos a caballo fue la escuela en que se educó una generación de héroes. En este molde se vació un nuevo tipo de soldado animado de un nuevo espíritu, era menester impartir una disciplina austera que retemplara los ánimos. San Martín formó soldado por soldado, oficial por oficial apasionándolos en el deber y les inoculó ese fanatismo frío del coraje que se considera invencible, y que es la base del secreto de vencer. Los resultados muestran que sabía gobernar con igual pulso y maestría espadas y voluntades.

En una primera fase se dedicó a la formación de oficiales, que debían ser los monitores de la escuela bajo la dirección del maestro. En él entraron sus compañeros de viaje, Alvear y Zapiola, luego fue agregando hombres probados en las guerras de la revolución, al lado de ellos, creó un plantel de cadetes, que tomó del seno de las familias espectables de Buenos Aires. Era la amalgama del cobre y del estaño que daba por resultado el bronce de los héroes.

Con estos elementos organizó una academia de instrucción práctica que él personalmente dirigía, iniciando a sus oficiales y cadetes en los secretos de la táctica, a la vez que les enseñaba el manejo de las armas en las que era diestro. Para completar su obra necesitaba inocularles un nuevo espíritu, templarlos moralmente, exaltando en ellos el sentimiento de la responsabilidad y de la dignidad humana, que como un centinela de vista debía velar día y noche sobre sus acciones.

La oficialidad contaba con un código conciso y severo, que determinaba los delitos punibles, desde el hecho de agachar la cabeza en acción de guerra y no aceptar un duelo justo o injusto, hasta el de poner las manos a una mujer aun siendo insultado por ella, y comprendía todos los casos de mala conducta personal.

En cuanto a los soldados, los elegía vigorosos, de alta talla, buenas condiciones físicas y que fueran excelentes jinetes. Los conducía con energía paternal a una disciplina minuciosa, que los convertía en máquinas de obediencia. Los armaba con el sable largo de los coraceros franceses de Napoleón, cuyo filo había probado en sí, y que él mismo les enseñaba a manejar, haciéndoles entender que con esa arma en la mano partirían como una sandía la cabeza del primer "godo" que se les pusiera por delante, lección que practicaron al pie de la letra en el primer combate en que la ensayaron.

El Regimiento fue adiestrado en los cuarteles del Retiro y la mayoría de los reclutas procedían de Buenos Aires y de Misiones.

El nombre del cuerpo ha sido atribuido a la admiración que siempre sintió San Martín por el soldado granadero, en sus campañas españolas. Expresa Martínez de Sucre: "En sus recuerdos juveniles, de la reciedumbre y del valor del granadero español de infantería está pues el verdadero y único origen del nombre del muy glorioso regimiento de "Granaderos a Caballo", homenaje de San Martín a los granaderos que fueron militones suyos en la plaza de Orán".

El 19 de marzo de 1812, cursaba San Martín el plan del uniforme del cuerpo que consistía en: "frac, forro, pantalón, capote, maleta, chaqueta de cuartel y gorra, todo azul. Cuello, vueltas y vivos carmesí. Chaleco blanco y botones de cabeza de turco. Casco con carrilleras o gorna. Bota alta con espuela de firme". Primitivamente, usó el regimiento un morrión alto con una granada orlada en el frente con la leyenda: "Libertad y Gloria". El armamento consistía en la carabina de cazoleta, de 22 adarmes de calibre; sable corvo de taza lisa. En forma ocasional fue usada la lanza.

El primer escuadrón creado se componía de dos compañías: la primera mandada por el capitán Justo Bermúdez, la segunda a las órdenes del capitán Pedro S. de Vergara. En noviembre fue organizado el segundo escuadrón y a fines de diciembre de 1812, el tercero, habiéndose completado e instruido totalmente al regimiento. Don Carlos de Alvear fue designado segundo jefe del mismo en el decreto en que el Triunvirato encomendó a San Martín la creación del cuerpo.

La independencia de América

Tal fue el origen del famoso regimiento de granaderos a caballo que concurrió a todas las grandes batallas de la Independencia, dio a la América diecinueve generales, más de doscientos jefes y oficiales en el transcurso de la revolución, y que después de derramar su sangre y sembrar sus huesos desde el Plata hasta el Pichincha.

Sucesivamente se fueron creando otros escuadrones sobre este modelo y el día que formaron un regimiento, el gobierno envió a San Martín el despacho de coronel en estos términos: "Acompaña a V. S. el gobierno el despacho de coronel del regimiento de granaderos a caballo. La superioridad espera que continuando V. S. con el mismo celo y dedicación que hasta aquí, presentará a la patria un cuerpo capaz por si solo de asegurar la libertad de sus conciudadanos".

Al mismo tiempo que el coronel de granaderos aplicaba la táctica y la disciplina a la milicia, se ocupaba en hacerla extensiva a la política, para dar organización en uno y en otro terreno a las fuerzas morales y materiales con que se debía combatir y vencer, teniendo en ambos por objeto la independencia americana.

Este es regimiento que se batió en el combate San Lorenzo, al que siguieron numerosas acciones, (incluida la gran gesta del cruzar los Andes para liberar Chile y proseguir al Perú) hasta la batalla de Ayacucho, que consolidó la libertad de América el 9 de diciembre de 1824. Los restos de la unidad regresaron al país al mando del coronel Félix Bogado. Solamente volvieron siete hombres de los ciento veinticinco que en el año 1815 salieron del Cuartel del Retiro para engrosar el Ejército de los Andes. Este cuerpo combatió en cinco repúblicas.

A doscientos cuarenta y siete años de su nacimiento, San Martín nos demuestra con la excelencia de la formación de este ejemplar Regimiento de Granaderos a Caballo, la extraordinaria necesidad del conocimiento profundo del tema sobre el cual se ha de dirigir y de buscar la formación de cuadros con celo y profesionalidad.

 

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