Cuando el presidente estadounidense Donald Trump informó que había conversado telefónicamente con su colega ruso Vladimir Putin para iniciar negociaciones bilaterales orientadas a terminar con la guerra en Ucrania, sin consultar con sus socios de la OTAN, ni siquiera con el gobierno de Kiev, las cancillerías europeas tomaron plena conciencia de que el papel del viejo continente como epicentro de la política mundial de los últimos quinientos años, había terminado para siempre.
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Cuando el presidente estadounidense Donald Trump informó que había conversado telefónicamente con su colega ruso Vladimir Putin para iniciar negociaciones bilaterales orientadas a terminar con la guerra en Ucrania, sin consultar con sus socios de la OTAN, ni siquiera con el gobierno de Kiev, las cancillerías europeas tomaron plena conciencia de que el papel del viejo continente como epicentro de la política mundial de los últimos quinientos años, había terminado para siempre.
Henry Kissinger debe haber sonreído desde su tumba. En 2017, cuando Trump asumió su primer mandato, el legendario arquitecto de la política exterior estadounidense le recomendó la necesidad estratégica de realizar una maniobra similar pero inversa a la que había implementado Richard Nixon en 1971 con su viaje a Beijing y su acercamiento con la China de Mao Tse Tung como mecanismo para contrapesar el avance de la Unión Soviética. La sugerencia de Kissinger, que Trump recibió con agrado, era establecer un diálogo amistoso con Rusia para amortiguar el ascenso de China.
Desde entonces las relaciones personales entre Trump y el mandatario ruso Vladimir Putin rozaron la categoría de inmejorables hasta el punto de que la oposición demócrata denunció una presunta "Moscú conexión" que en las elecciones presidenciales de 2016 habría incluido una participación encubierta de Rusia a través de una campaña negativa contra la candidata Hillary Clinton.
Durante el gobierno de Joe Biden, la política exterior estadounidense tomó una dirección muy distinta. La propuesta de la "Alianza de las Democracias" implicó un afianzamiento de los vínculos históricos de Washington con Europa Occidental y un correlativo fortalecimiento de la OTAN, en línea con la creación de un muro de contención a los regímenes autoritarios, en particular los imperantes en Beijing, Moscú y Teherán.
Por aquel clásico axioma de que "los enemigos de mi enemigo son mis aliados" la estrategia de Biden generó un eje Beijing - Moscú y ayudó a la consolidación de los BRICS como un proyecto alternativo a la hegemonía económica estadounidense, motorizado por China, India, Rusia, Brasil y Sudáfrica, con la adhesión de Irán y otros países. En ese contexto global se inscribe la invasión rusa a Ucrania y la determinación de la OTAN de defender al gobierno de Volodimir Zelensky.
Ese diálogo entre Trump y Putin tuvo consecuencias inmediatas. El Secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, y el canciller ruso, Serguei Lavrov, iniciaron conversaciones bilaterales en Arabia Saudita, un país que es principal aliado estratégico de Estados Unidos en el mundo islámico pero al mismo tiempo tramita su ingreso a los BRICS. Ni el gobierno ucraniano ni ninguna representación de la Unión Europea participaron de esos encuentros en Riad.
Para hacer todavía más inequívoco el viraje de Estados Unidos, Trump embistió contra Zelensky, a quien calificó nada menos que de "dictador", con el argumento de que había expirado su mandato constitucional y no había convocado a elecciones, postergación que el gobierno de Kiev justifica en el hecho de que el estado de guerra que impide la realización de comicios. Esa caracterización invierte la argumentación de Biden, que fundaba la postura estadounidense en el conflicto en el apoyo a la democracia ucraniana contra la agresión del régimen de Putin, quien efectivamente fue reelecto en medio de la guerra.
Elon Musk, convertido en vocero internacional de Trump, refutó esa explicación: "En Estados Unidos celebramos elecciones presidenciales cada cuatro años, incluso en tiempos de guerra. Celebramos elecciones durante la guerra civil. Celebramos elecciones durante la Segunda Guerra Mundial". Musk fue más allá en la deslegitimación de Zelensky, a quien acusó del asesinato de Gonzalo Lira, un periodista chileno - estadounidense crítico de su gobierno.
Esa descalificación del gobierno de Zelensky invierte la argumentación de Biden y la Unión Europea, que fundaban su postura en el conflicto en la necesidad de defender a la democracia ucraniana atacada por el régimen de Putin. Esta interpretación, sumada a las conocidas opiniones de Trump de que la invasión rusa había sido una consecuencia de la estrategia de la OTAN de cercar militarmente a Rusia, justificaría este giro copernicano de la administración estadounidense que lleva a la negociación con Moscú sin la intervención de Kiev.
En este contexto, misteriosos trascendidos periodísticos empezaron a dar cuenta de la supuesta intención de Trump de promover en reemplazo de Zelensky al general.
Valery Zaluzhny, ex comandante de las fuerzas ucranianas al momento de la invasión, que fue destituido el año pasado por diferencias con Zelensky y enviado como embajador en Londres. Zaluzhny tiene un elevado nivel de popularidad. Según una encuesta de autoría no revelada difundida por "The Economist", podría obtener un 65% de los votos contra un 35% de Zelensky en una eventual elección presidencial.
Esta suposición estaría vinculada al proyecto de una paz negociada en condiciones favorables para Moscú, En la Conferencia de Seguridad celebrada en Münich, el general Keth Kellogg, enviado especial de Trump, anticipó que la pretensión de Kiev de retrotraer las fronteras a la situación previa a la invasión era inviable. Semejante reconocimiento, enfatizado públicamente aún antes del comienzo de las negociaciones de Riad, torna virtualmente imposible un acuerdo de paz satisfactorio para Zelensky.
La Unión Europea queda prisionera de un dilema estratégico. Su prestigio internacional está jugado en defensa de Zelensky y en contra de Putin pero el gobierno estadounidense ya dio señales inequívocas de que su opinión no será tomada muy en cuenta. El encendido discurso del vicepresidente JD Vance en Münich, donde señaló que la crisis europea obedecía al abandono de los valores occidentales, cayó como un balde de agua fría y abrió una discusión de fondo sobre las relaciones de la Unión Europea con Washington.
La fragilidad de Europa, debilitada políticamente por el Brexit, coincide con una situación de estancamiento económico, pero responde principalmente a factores estructurales. En 1900 el continente albergaba el 25% de la población mundial y actualmente el 6%. En 2000, Europa acumulaba el 20% del producto bruto global; ahora, el 14,5%. Todas las estimaciones indican que en el año 2050 ningún país europeo estará entre los diez más importantes en materia de producto bruto interno.
El problema es que ese 6 % de la población concentra más del 40% del gasto social mundial. Las cifras son contundentes: el "Estado de Bienestar" dejó de ser económicamente sustentable. Este eclipse del "modelo europeo" golpea sobre su sistema político y explica el ascenso de la ultraderecha. Más allá de Trump, Europa afronta un inédito desafío existencial que la guerra de Ucrania puso sobre la mesa.
En contraposición China, que en el 2000 representaba el 7,2% del PBI global, tiene hoy el 16%, es la segunda superpotencia y en algún momento de la próxima década alcanzará a Estados Unidos. India, que ya es una potencia nuclear pero no integra el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, desplazó a Gran Bretaña, su ex metrópoli, del quinto lugar en el ranking del PBI. Rusia es la undécima potencia económica, pero la segunda por su poderío nuclear, después de Estados Unidos. Brasil ocupa el octavo puesto. Los BRICS asoman como una asociación económica en ascenso que concentra el 42% de la población mundial y casi un tercio del producto global. La economía mundial protagoniza un triple deslazamiento, desde el Norte hacia el Sur, desde Occidente hacia Oriente y desde el Atlántico hacia el Pacífico.
En este nuevo escenario, que llegó para quedarse, Trump impulsa una reformulación del sistema de decisiones que, en términos prácticos, se sintetiza en la construcción de un nuevo equilibrio de poderes que preserve el liderazgo estadounidense, fundado en su supremacía tecnológica. En ese replanteo el "atlantismo", y por ende la OTAN, dejan de ser una prioridad estratégica para Estados Unidos. China y Rusia están destinados a ocupar un rol más significativo y Europa Occidental está forzada a ceder en su ancestral protagonismo. En esa mutación histórica, Ucrania es casi un accidente.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico