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1 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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Mozarteum: Retos interpretativos y entrega apasionada

Viernes, 16 de mayo de 2025 11:41
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El viernes 9 de mayo pasado en el Teatro Provincial de Salta, el Mozarteum Argentino Filial Salta abrió su temporada musical 2025 con un concierto a cargo de la Orquesta Sinfónica de Salta bajo la dirección de su maestro titular, Jorge Mario Uribe y el solista de piano Sergei Sichkov. 
El concierto dió inicio con la obertura de "Los Maestros Cantores de Núremberg"  de Richard Wagner (1813 - 1883), una obra que constituye uno de los logros más perfectos del gran maestro alemán como sinfonista. La capacidad de Wagner para condensar la esencia dramática y musical de una extensa ópera en una pieza orquestal con coherencia e impacto emocional es una muestra más de su genio compositivo. La robustez de su estructura formal y su accesibilidad melódica hacen de ella una de las obras orquestales más populares del repertorio. Sin embargo, pese a sus innegables méritos, la obertura plantea significativos retos interpretativos. Uno de ellos es el equilibrio entre las diferentes secciones orquestales, particularmente el balance entre los metales y el resto de la orquesta. La densidad contrapuntística de la obra exige una claridad excepcional en la articulación de cada línea temática, especialmente cuando se superponen en el clímax, claridad que no pude observar en la versión que brindó el maestro Uribe. El manejo del tempo representa otra dificultad crucial, ya que debe mantener la grandiosidad sin resultar pesado, permitiendo a la vez que las secciones líricas respiren con naturalidad. Así mismo las transiciones entre los diferentes motivos requieren una dirección precisa que mantenga la coherencia narrativa de esta exquisita pieza. En este sentido y con ciertas reservas que tienen que ver más con la acústica de la sala, la versión del maestro Uribe, un apasionado wagneriano, cumplió con mis expectativas. 
A la obertura le siguió el Concierto para piano y orquesta N°1 en si bemol menor Op. 23 de Piotr Ilich Tchaikovsky (1840 - 1893) con el pianista ruso Sergei Sichkov como solista. 
Este Concierto representa en sí mismo la paradoja de un compositor que estaba inseguro de sus capacidades formales pero que al mismo tiempo fue capaz de crear una de las obras más emblemáticas, conocidas y perdurables de todo el repertorio clásico. Todas las debilidades estructurales, reales o percibidas por el propio compositor, quedan eclipsadas por la inmensa fuerza expresiva, la riqueza melódica y el brillante tratamiento del piano solista frente a la orquesta.


La principal fortaleza de este concierto radica en su efectividad dramática y emocional, algo que Sichkov supo transmitir con extraordinaria solvencia. El uso temerario de los tempi en el primer movimiento, ese que comienza con una atrevida llamada de trompas que anuncia la serie de acordes en Re bemol mayor por parte del solista y que crea uno de los inicios más reconocibles e impactantes del repertorio clásico, como recurso expresivo a sabiendas que se encontraba en una sala acústicamente hostil, captó mi atención desde el principio especialmente por la tensión dramática que supo crear con los silencios. Pero es en el segundo movimiento donde el lirismo de Tchaikovsky brilla con particular esplendor, caracterizado por melodías lánguidas y un uso más delicado de los instrumentos orquestales, proporcionando un contraste necesario con la intensidad del primer movimiento. En este sentido, aunque Sichkov logró crear atmósferas interesantes, no encontró la respuesta esperada por parte de la orquesta, especialmente en la sección de las maderas. También en este movimiento el compositor combina magistralmente el virtuosismo pianístico con momentos de profunda expresividad melódica, especialmente en las secciones donde las cuerdas introducen temas expansivos que luego son elaborados por el piano, algo que sí fue conseguido en esta interpretación de la Sinfónica. Para el finale, Tchaikovsky construye un rondó dinámico con diversas melodías alternantes que culmina retornando a la energía poderosa del inicio, creando así una estructura circular propia de esa forma musical. Este movimiento muestra la genialidad del compositor para mantener el interés del oyente a través de contrastes rítmicos y temáticos bien definidos, algunos de los cuales fueron interpretados con bastante solvencia por parte del solista y la Orquesta. 
No fue una interpretación perfecta. La perfección es un bien muy raro en conciertos en vivo y menos en salas hostiles acústicamente como la del Provincial, pero logró algo que es una constante en absolutamente todas las interpretaciones de la Sinfónica y que creo que es el fin último en nuestra labor como músicos: una conexión fuera de serie con un público que la adora ferviente e incondicionalmente y que estalló en aplausos. Ante la insistencia de los mismos, el solista regaló una poderosa versión del Preludio en sol menor Op. 23 N°5 de Sergei Rachmaninoff (1873 - 1943) mostrando nuevamente su dominio en este tipo de repertorio. 
Para el final del concierto, y en homenaje al 150° aniversario del nacimiento de Maurice Ravel (1875 - 1937), la Orquesta brindó su versión del poema sinfónico “La Valse”. 
"La Valse" representa una fascinante contradicción: una obra que simultáneamente homenajea y deconstruye la tradición del vals vienés, una obra que busca más deslumbrar que conmover, pero que paradójicamente consigue ambos efectos. Es, hoy día, una de las obras más interpretadas del mundo y nos plantea interrogantes sobre si este éxito es circunstancial o marca el inicio de una nueva apreciación de la música de Ravel.
El principal activo de esta obra es su capacidad para cautivar inmediatamente al público a través de una orquestación deslumbrante y un irresistible impulso rítmico. Su estructura es clara y accesible y posee una intensidad emocional que se transmite sin artificios. Evoca de forma notable  imágenes y emociones, transportando al oyente a la sofisticación de los salones de baile vieneses mientras simultáneamente sugiere un torbellino casi apocalíptico propio de la época en la que fue concebida; justo después de la Primera Guerra Mundial. Esta dualidad entre elegancia y caos confiere a la pieza una profundidad que trasciende su aparente simplicidad formal. Las interpretaciones pueden caer en dos extremos tan problemáticos como cuestionables. Por un lado, lecturas excesivamente frías, indiferentes y metronómicas que despojan a la obra de su intensidad emocional y dramatismo y por otro, interpretaciones demasiado exuberantes y desequilibradas (percusión vs. el resto por ejemplo) que pueden enfatizar el aspecto virtuosístico a expensas de la estructura, la coherencia musical y el equilibrio dinámico. La interpretación del Sinfónica se ubicó más en la región de lo segundo. 
Sin embargo, debo expresar mi inmensa gratitud hacia el Mozarteum y la Orquesta Sinfónica de Salta, que, con generosidad, esfuerzo y pasión, nos regalan la oportunidad de adentrarnos en un repertorio de extraordinaria complejidad. Esta entrega y compromiso no solo nutren el espíritu, sino que encienden en nosotros un fuego difícil de extinguir; por ello, celebro desde la emoción y el estímulo este regalo que nos impulsa a escuchar, soñar y buscar la belleza.

Por Flavio Geréz (miembro de la Asociación de Críticos Musicales de Argentina)

 

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