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Finalmente, Cristina Kirchner cumple su condena en el departamento que ella eligió. La movilización del peronismo para expresar su desacuerdo fue homeopática, aunque con abundantes expresiones sinceras y sobreactuaciones estudiadas.
Para los dirigentes de esa heterogénea corriente que solo ven en la política las hendijas para ocupar porciones de poder, probablemente la vean como una oportunidad. Pero para muchas personas que creyeron y siguen creyendo que la expresidenta es inocente, la realidad es desgarradora.
El gran déficit del kirchnerismo fue negar a la oposición, ignorarla y despreciarla. Los hechos, siempre, terminan destruyendo a los paraísos de fantasía.
Ignorar el dolor sincero de mucha gente sería el error de los libertarios.
Es poco serio suponer que el cúmulo de denuncias, testimonios, pruebas, videos, audios y documentos que se vuelcan en las varias causas que involucran no solo a Cristina sino a numerosos funcionarios, exfuncionarios y allegados al kirchnerismo sean fruto de la fantasía.
Los jueces y fiscales se pronunciaron, en sucesivas instancias, en forma contundente.
Si la Justicia estuviera integrada por "monigotes", como dijo días atrás Cristina Kirchner, la democracia sería solo una maqueta, como ocurre en la Venezuela chavista y en la decadente revolución cubana.
Cristina no dejará de ser quien es, pero deberá evitar las reuniones políticas y las vigilias militantes.
La negación de los simpatizantes a rechazar la condena es instintiva. Cómo lo fue hace diez años la reacción contra la denuncia de Alberto Nisman por el Pacto con Irán, que encolumnó a los fieles cristinistas detrás de una campaña (nada honesta) de degradación de la persona del fiscal.
Nisman terminó muerto de un balazo y el gobierno se esmeró en obstruir la investigación desde el primer momento.
Ahora también, denuncian un operativo de "lawfare" sin que nadie ofrezca evidencias de manipulación de las causas. Sólo se describe un complot imaginario, ideológicamente funcional.
La expresidenta sabe que los discursos del balcón, la concentración de simpatizantes, con bailarines incluidos, y las reuniones políticas terminaron. Porque, si no es así, no estarán dadas las condiciones para una prisión domiciliaria.
Como pasa con los liderazgos de alto voltaje emocional, hay facciones que solo miran lo que les parece bueno, y sus opositores, lo contrario. Las emociones forman parte de la vida humana y condicionan la vida política. Pero gobernar solo con las emociones de la gente siempre termina mal.
Desde 2003 hasta hoy, esa estrategia -planificada- de generar amores y odios ciegos atraviesa la vida política argentina. Se observa en las redes, en los discursos, en todas las formas de la militancia y genera lo que llamamos "la grieta". El maniqueísmo político. Los debates en la Cámara de Diputados muestran hasta que punto se degrada no solo el lenguaje sino el pensamiento político.
Mientras esto se sostenga como hasta ahora, la política será cada vez más una batalla mitológica, una epopeya, y nunca una confrontación de proyectos. Proyectos en serio, proyectos de país.
El presidente Javier Milei debería poner las barbas en remojo. Su liderazgo se sostiene en un discurso del insulto y el odio, más grotesco, pero no más profundo, que el que emanaba en cada cadena nacional Cristina Kirchner.
La dirigencia debe comenzar a preguntarse por qué hay un tercio de la población que sigue creyendo en Cristina y en el proyecto "nac&pop", y, a la vez, por qué una porción aún mayor da crédito a un presidente extravagante, proclive al insulto y a las explicaciones jeroglíficas de sus supuestos aciertos y de sus hipotéticos logros futuros.
Para esto, hay que ir un paso más allá de la vorágine cotidiana. En el mundo los modelos surgidos de los consensos democráticos están en crisis. Y se impone el discurso de las redes por sobre el pensamiento. La democracia y la división de poderes están en riesgo.
Más allá de las emociones, desacreditar a la Justicia tras un fallo que atravesó todas las instancias, o amenazar a la Corte Suprema con un juicio político, como han hecho voceros kirchneristas, equivale a reivindicar el modelo autocrático, donde la Justicia es una dependencia de gobierno y las leyes, meros decretos que expresan la arbitraria voluntad del dictador.