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La astucia como cualidad política

Martes, 24 de junio de 2025 02:02

Nicolas Maquiavelo afirmaba «un príncipe sabio debe, cuando tenga la oportunidad, fomentarse con astucia alguna oposición a fin de que una vez vencida brille él a mayor altura».

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Nicolas Maquiavelo afirmaba «un príncipe sabio debe, cuando tenga la oportunidad, fomentarse con astucia alguna oposición a fin de que una vez vencida brille él a mayor altura».

Esta frase que guía a los estadistas desde hace siglos, nos recuerda que, en los cuarenta años de democracia, sus dirigentes de las más diversas ideologías "fomentaron con astucia alguna oposición". Todos brillaron un tiempo, luego se apagaron opacados por la influencia de los factores de poder.

El dominio del poder de estos factores, que sin estar en el gobierno son parte de la agenda por su influencia política, tienen gran predicamento en el debate político; como la iglesia, que en sus homilías reivindica valores éticos contrapuestos a las ideas del presidente Milei, las asociaciones de empresarios y ganaderos que aplauden las medidas económicas, los sindicatos y la CGT cuyos dirigentes negocian y se protegen, los medios de comunicación digitales y gráficos que están a favor del gobierno y, el poder judicial que administra los tiempos políticos ralentizando o acelerando causas de dirigentes políticos.

Estos actores políticos, que hacen las veces de la oposición, son el medio por el cual el mensaje político migra la red digital, por ejemplo, la homilía del tedeum del obispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, las críticas a la política oficial de artistas como Tini Stoessel en sus recitales, de actores como Darín y el precio de las empanadas o el streaming del gordo Dan donde el ministro Caputo anunció las últimas medidas económica.

En este escenario, el parlamento nacional se vuelve impredecible, dependiendo de mayorías circunstanciales y precarias, el poder judicial está sujeto a la oportunidad política para dictar sentencias y el poder ejecutivo concentra el poder, es decir, el balance de poder y los mecanismos de pesos y contrapesos se desvirtúan y tensionan.

La tensión permanece desde hace cuarenta años y proviene del fondo de la historia nacional, en la cual coexisten dos bandos irreconciliables: en uno, los defensores de lo nacional popular; en el otro los que defienden la República. Ambos con la idea excluyente de que tienen la razón de su lado.

Luego, en los entresijos de la tensión entre "nac&pop" y republicanos, se concreta la ratificación de la condena y la detención domiciliaria de la expresidenta Cristina Fernández. En consecuencia, ciento cincuenta mil personas se movilizaron para desmentir la justicia de la decisión, también en sentido opuesto, múltiples opiniones celebraron por la justicia de la condena.

Este hecho político – cuyo precedente fue la detención de Carlos Menem – en una democracia de baja intensidad, donde prevalecen los factores de poder en detrimento de los fraccionados partidos políticos, se desatan pasiones que– a riesgo de simplificar – las podemos significar en dos frases: "con Cristina no se jode" vs "con la República no se jode".

En este sentido, en un ambiente de contrariedades, podemos ver y oír, como la difamación y la burla acompañan la imagen de la expresidenta, a su vez, desde el otro bando, junto a la frase "volveremos" – que siempre se usó en dictaduras que proscribían y oprimían – aseguran que tarde o temprano prevalecerá la opinión popular sobre los dictámenes judiciales.

Cambio del orden político

Entonces, tenemos a la presidenta del principal partido de la oposición con detención domiciliaria por seis años, lo cual, crea inquietud política porque transitamos un cambio en el orden político, basado – desde el advenimiento de la democracia – en el bipartidismo y alianzas políticas, a otro de partidos débiles con fuertes liderazgos personales e influencia gravitante de los factores de poder, con menguada adhesión a las reglas y procedimientos democráticos.

Los interrogantes: ¿la discusión política continuará centralizada en esta cuestión? ¿Podremos preguntarnos cómo llegamos a esta situación? ¿Será juzgado otro expresidente? Y una duda de importancia perentoria: ¿Quién representa la oposición?

Vivimos en un sistema político que se ganó la desconfianza pública por su relación indecorosa con los factores de poder y la falta de respuestas a las demandas sociales.

Las respuestas serán posibles si en el escenario político existe el balance de los tres poderes formales de gobierno, si la influencia de los factores de poder que no suplen a los partidos políticos y, si el respeto por los procedimientos en la acción de gobernar, vertebran un orden político basado en reglas donde oficialismo y oposición están claramente identificados.

Si nada de esto es posible por que prevalece el insulto y la discordia, el deseo de la inexistencia del opositor y el discurso del odio; la deriva autoritaria seguirá sin solución de continuidad enmascarada en autoritarismo disfrazado de orden.

Parece ingenuo pretender diálogo y negociación entre representantes de ideas antagónicas mientras desde el oficialismo se tilda de enemigo, traidor o excremento a los opositores que son sindicados como encarnación de todos los males de la república y, con la misma enjundia, desde la oposición se tilda al gobierno de reaccionario y vendepatria, y al presidente, de estafador y monigote. En consecuencia, debemos preocuparnos por un sistema político inficionado por los factores de poder y la concentración del poder político y económico. Pero, principalmente ocuparnos para que la astucia oficial entrevea las consecuencias de la ruptura de un orden político basado en reglas, que implica construcción de equilibrios duraderos, tributaria de procedimientos oficiales que promuevan acuerdos y oposiciones reconocidas como parte del juego político democrático.

 

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