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30 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Guerra: no en nuestro nombre

Lunes, 30 de junio de 2025 00:46
Imágen de junio de 2024, de la guerra entre Rusia y Ucrania. Foto: EFE
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Nada queda demasiado lejos, nadie es tan extraño y ningún tiempo es pasado en la era de la comunicación instantánea y la interdependencia entre países. Tampoco la guerra es remota ni sus consecuencias; aunque los bombardeos ocurran a miles de kilómetros, la destrucción material y el sufrimiento humano nos alcanzan a todos. Cada scroll por redes es una ventana a la catástrofe, en cuestión de segundos vemos la imagen de un niño temblando de dolor y de miedo entre los escombros, vemos la crueldad humana en vivo, la tortura psicológica y moral de miles de personas forzadas a vivir en el peor de los infiernos. Millones de personas convivimos a diario con sus efectos colaterales: incertidumbre, temor a una escalada bélica, sensación de mayor vulnerabilidad, problemas de abastecimiento, en el transporte internacional, daños irreparables al medio ambiente y muchos más. No lo leeremos mañana, lo estamos viviendo ahora, n tiempo real.

"La guerra ha desmentido la idea que la cultura podía abolir el instinto de destrucción del ser humano", escribió Sigmund Freud en su célebre correspondencia con Albert Einstein en 1932, titulada ¿Por qué la guerra? Hoy, más de noventa años después, esas palabras resuenan frente a las escenas de devastación que llegan desde Ucrania, Gaza, Israel, Irán o los campos de entrenamiento militar de las grandes potencias.

El trauma como herida psíquica

Una simultaneidad de duelos que no dan tregua al aparato psíquico, eso es la guerra. ¿Quién puede soportar una acumulación permanente de pérdidas humanas y materiales, mutilaciones, violaciones, destrucción y hambre y no sentirse literalmente sepultados? Ni siquiera los soldados más entrenados. Claro, después llegará la inversión en ayuda humanitaria -menos mal que contamos con ellos- con la misión de desenterrar a los vivos y vendrán las pensiones y los planes de restauración y habrá una pausa, un respiro y luego las negociaciones y habrá una tregua. Pero no habrá paz porque las guerras están plantando semillas de odio ahora, aunque recogerán los frutos de esta sangría las proles aún sin nacer. No estaremos para comprobarlo, pero ya es una herencia, esto es lo que estamos haciendo con el mundo y así lo entregaremos.

Lo advierte la historia: hombres, mujeres y niños arrastrarán la memoria de esas heridas por generaciones enteras; y lo demuestran innumerables estudios clínicos: los adultos que, siendo niños, vivieron la guerra padecen trastornos mentales y afectivos severos porque la violencia, al irrumpir en la vida de un niño, transforma su mente en un modo de habitar el mundo: defensiva, hiper vigilante y desconectada, dejando para siempre una huella que el tiempo cronológico no podrá borrar.

Mientras tanto, el mundo asiste atónito a la certeza de que los pueblos son rehenes de las iniquidades cometidas con el argumento del "derecho a la defensa" sin que nadie se sienta del todo seguro o a salvo de los alcances y la magnitud del conflicto. ¿Cuál es el límite? Sabemos que las guerras empezaron, pero ¿quién sabe hasta dónde llegan y cuándo terminan?

Erich Fromm dijo que "la guerra es la derrota de la razón y la afirmación de lo destructivo sobre lo creativo". ¿Qué pasaría si un gobierno hiciera una consulta pública y sometiera al voto popular la decisión? Hay que tener valentía para preguntarle al pueblo si quieren una guerra o no; mucha más de la que se necesita para mandar a otros a matar y a morir.

Mientras tanto, poblaciones cada vez más numerosas manifiestan no querer ser cómplices de la obsesión criminal de los gobiernos. El mensaje es muy claro: íNo en nuestro nombre!

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