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Muchos observadores superficiales sucumben a la creencia de que en Salta - después de Esteco - casi todo permanece y muy poco se mueve. De que una suerte de techado cósmico nos preserva de los avatares de la humanidad (incluidas guerras y globalizaciones), de las innovaciones tecnológicas y de los cambios políticos de mayor calado. Si bien estas desafortunadas creencias anidan en amplios espacios de la clase política local, son muchos los productores, investigadores y representantes de intereses corporativos que se informan, se capacitan y aprenden a comerciar con el mundo. Son ellos los que están promoviendo las exportaciones y quienes se muestran capaces de asociarse o competir con otros productores nacionales o extranjeros.
Es igualmente cierto (como se explica en varios pasajes de mi libro "Del Potosí a La Puna. Trabajo, Producción e Instituciones en Salta - 1770/2025", pronto a aparecer en librerías) que hay productores que se esfuerzan por conservar privilegios, refugiarse en el trabajo no registrado o retrasar la difusión de la cultura de la productividad y de las reglas del mercado. Pero la tendencia contraria está presente entre nosotros como lo muestra el reciente desembarco de una de las consultoras más importantes de la Argentina y del mundo, o la afluencia de inversiones mineras y agroganaderas.
Aunque los llamados motores de la economía salteña sean nominalmente los mismos que hace décadas (azúcar, vinos, ganadería, agricultura, frutas, industrias simples, comercio, madera, minería) todos ellos han experimentado transformaciones sustantivas. De la mano de innovadores que se muestran capaces de sintonizar con los mercados, las producciones de Salta se han multiplicado y ganado en calidad. Cambiaron nuestra demografía y nuestras migraciones. Salta es ahora un espacio nítidamente urbano, con tres o cuatro grandes ciudades.
Hemos sido también capaces de introducir nuevas instituciones de gobierno, aunque tengamos que lamentar que muchos de estos cambios hayan sido rápidamente revertidos por las sagaces fuerzas antirrepublicanas que disfrutan de las ventajas que para ellos representa la mala calidad institucional que padecemos los salteños. Lo que Roberto Gargarella (2025) llama la "sala de máquinas de la Constitución" tiene -también en Salta- "una responsabilidad significativa en la consolidación del sistema político, económico y social que sigue siendo, después de 200 años de independencia, profundamente desigual".
Si bien ya no exportamos mulas ni ganado a pie, hoy somos fuertes exportadores de tabaco, poroto y soja, y ya estamos siéndolo de minerales (oro, bórax, litio). La siembra directa, la tecnificación del agro y las industrias alimenticias, la minería a cielo abierto, la preocupación por la calidad de lo que se produce. La educación eliminó el analfabetismo y cuenta con centros universitarios de concurrencia masiva, aunque muchos centros presentan severos problemas de calidad y pertinencia.
Por supuesto que quedan muchas acciones pendientes que nos ayuden a reavivar el descuidado proceso de convergencia en el bienestar humano con otras regiones de la Argentina y del mundo. La reforma del penoso Estado provincial es una de ellas. La potenciación de nuestras precarias infraestructuras para la producción, el trabajo decente y el bienestar general es otra. Sin olvidar las imprescindibles políticas de integración social de cientos de miles de pobres, indigentes y excluidos.
Termino recomendando la lectura de dos textos: El excelente libro de Jorge Paz ("Teoría del Desarrollo") y un breve ensayo de uno de los más reconocidos científicos sociales de la Argentina: Carlos Reboratti ("El noroeste entre la globalización y la marginación") escrito en 2014, en donde nos advierte que, "paradójicamente, estos cambios, por una parte, han mostrado que algunos de los viejos problemas se han profundizado, y por otra que una nueva inserción regional en el proceso de desarrollo nacional no está exenta de sus propios riesgos y problemas".