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17 de Agosto,  Salta, Centro, Argentina
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Dos discursos para dos países diferentes

El presidente pronunció un mensaje beligerante contra la oposición, que contrastó con el llamado a la unidad de los argentinos, pronunciado el arzobispo de Buenos Aires en San Cayetano.
Domingo, 17 de agosto de 2025 01:16
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"Buenas noches a todos. Queridos argentinos: como todos saben, esta gestión asumió la presidencia de la Nación con un mandato económico claro, terminar con la inflación y generar las condiciones para que la Argentina crezca de forma sostenida en el tiempo. Como les dije hace algunos meses, cuando anunciamos la salida del cepo cambiario, nosotros vinimos a arreglar la economía de raíz, sin atajos ni gradualismo, y la única manera de lograr este objetivo es a través del orden fiscal, el orden monetario y el orden cambiario"; comenzó diciendo el presidente de la Nación; pocos días atrás.

"Con crecimiento genuino mejorarán los ingresos de todos, de los privados, de los trabajadores del sector público, de los jubilados y las asignaciones sociales"; aseguró, en otro tramo. El presidente sigue confundiendo crecimiento económico con desarrollo económico; no son lo mismo; no me canso de repetirlo. Y, por lo visto, también cree en la "teoría del derrame"; teoría probada errónea. "Argentinos, no podemos seguir haciendo lo mismo de siempre y esperar resultados distintos"; dijo, contradiciéndose. Porque la teoría del derrame fue probada varias veces -incluso, por nosotros-, y no funcionó. ¿No estaríamos -de nuevo- repitiendo recetas fallidas, esperando obtener resultados diferentes; también por este camino? ¿Por qué habría de funcionar esta vez?

"Al principio, la respuesta que predominó (a la pregunta ¿qué es el desarrollo?) daba mucha importancia al crecimiento económico, apostando a que, de lograrse, podrían solucionarse muchos de los problemas mencionados (hambre, salud, educación, nutrición). No obstante, comenzada la década de 1970 y tras 20 años de crecimiento sostenido de muchas naciones del mundo, algunos economistas constataron que a pesar de la fuerte expansión de los países desarrollados y en algunos grupos específicos dentro de los no desarrollados, ciertos sectores de la población de estos países no habían podido integrarse a este proceso de prosperidad creciente, global y promisoria. La pregunta en realidad era: ¿habrá que esperar para que los frutos de ese crecimiento se derramen sobre la población toda, o los gobiernos de las naciones podrían hacer algo para redistribuir las ganancias obtenidas como resultado de ese proceso?"; dice Jorge Paz en el inicio de su fantástico libro "Teoría del desarrollo"; una lectura casi obligada. La respuesta -para mí- es obvia. Crecimiento económico no implica derrame hacia las capas más bajas de la sociedad de manera automática -ni para todos ni de manera homogénea-; y sí hay que hacer algo. El Estado debe hacer algo, a través de políticas económicas y sociales específicas y adecuadas. Crecimiento económico no es lo mismo que desarrollo económico. Punto. ¿Por qué seguimos discutiendo sobre el sexo de los ángeles? Hacen falta planes de producción y planes de desarrollo que, hoy, no existen.

Medidas sin corazón

Así, los tres pilares del presidente: orden fiscal, orden monetario y orden cambiario; son -como se dice en ingeniería- condiciones necesarias, pero no suficientes ni siquiera para asegurar el crecimiento económico; menos para asegurar el desarrollo social. Menos aún, para asegurar un bienestar social generalizado; ese que debería ser el objetivo de toda sociedad que se precie. Así, anunciar el veto a cualquier ley que rompa este inviolable principio de déficit fiscal cero - decretado por el presidente -, irá en la dirección opuesta a cualquier forma de bienestar social general.

Los aumentos en las jubilaciones, la prórroga de la moratoria previsional y la emergencia en discapacidad votadas por el Congreso, así como la media sanción para otorgarle más recursos a las universidades y a los hospitales pediátricos, pueden romper el equilibrio fiscal, pueden obedecer a miserias políticas o ser medidas demagógicas impulsadas por los mismos que, cuando gobernaron, jamás hicieron nada por esos sectores. Así y todo, no puedo evitar preguntarme dónde está el corazón del presidente. Debería escuchar los reclamos.

Porque muchas de esas partidas presupuestarias son necesarias. Bien implementadas. Con precisión, con cuidado y con rigurosidad en su aplicación y en el gasto. Mejorando el sistema y asegurando que lleguen a quienes deben llegar; y a nadie más. Pero son necesarias. Los médicos, los profesores, los jubilados o las personas con discapacidad no son enemigos. Son "argentinos de bien"; lo voten o no a Milei. La motosierra sin racionalidad no funciona. Está probando ser no sólo poco empática, sino muy cruel. ¿Cuánto más vamos a seguir amputándonos hasta descubrirlo?

Una banalización inadmisible

El presidente puede vanagloriarse de muchas cifras y logros; algunos son genuinos, ciertos y correctos. Otros no. Pero no puede hablar del "genocidio contra los jóvenes, nuestros hijos, nuestros nietos y las generaciones futuras".

Primero, porque es una banalización inadmisible de la palabra. "(Genocidio) Es una palabra avalancha: una vez que la pronuncias, no hace otra cosa que crecer, como una avalancha justamente. Y trae aún más destrucción y más sufrimiento". Palabras pronunciadas por David Grossman, el más importante escritor israelí vivo; candidato al premio Nobel de Literatura desde hace décadas.

Genocidio cometieron los japoneses en Manchuria; Mao en China; Stalin en Ucrania; los nazis en el Holocausto; Netanyahu en Gaza. Eso es un genocidio. Aprobar una ley que rompa el déficit fiscal cero no constituye -bajo ningún punto de vista-, un genocidio.

Y, si valiera hablar de genocidio futuro -¡y no lo vale!- ¿por qué, entonces, no se podría hablar de genocidio hacia los jubilados y hacia las poblaciones más vulnerables; los niños y los discapacitados sin protección, ¿hoy? ¿Por qué, en la cabeza del presidente, una generación futura vale más que una generación actual? No tengo respuesta. Apuesto que él tampoco.

El presidente dice que las medidas votadas representan un gasto anualizado de prácticamente 2,5% del PBI. Que implicaría un endeudamiento adicional de más de 300.000 millones de dólares, o un incremento de la deuda del Estado Nacional del 70%. Asumamos que el PBI de Argentina es -optimistas- de 633.300 millones de dólares. El 2,5% de esa cifra son 15.833 millones de dólares. ¿De dónde salen los 300.000 millones de dólares adicionales de los que habla? La deuda total de Argentina es de 278.000 millones de dólares. ¿De dónde saca ese 70% que menciona?

Hacia el final y con cara de pocos amigos, dijo: "Quiero ser muy claro con algo: no hay ninguna posibilidad de que yo permita que esto suceda. No vamos a volver atrás, no vamos a volver al pasado, no vamos a volver al sendero de la decadencia, y al Congreso le digo: si ustedes quieren volver atrás, me van a tener que sacar con los pies para adelante". Juro que no entiendo qué quiso decir. Y espero que no haya querido significar nada literal. Porque si fuera así, estaría hablando de una nueva guerra civil. Otra más. Y, otra vez, hizo un explícito llamado al odio y a la división. "Sólo hay dos caminos posibles, uno es el que ofrecemos nosotros, un camino distinto por el que la Argentina no ha transitado prácticamente nunca en su historia, el camino del crecimiento económico genuino. Este camino solo es posible custodiando celosamente el superávit fiscal y los derechos de propiedad, que permitan que aparezca el ahorro que financia la inversión para el crecimiento. Es un proceso que poco a poco y sector por sector, está rindiendo frutos y que pronto trasladará sus beneficios a toda la economía (otra vez la "teoría del derrame"). (…) El otro camino es uno que conocemos bien porque es el que venimos transitando como país hace un siglo: el camino predilecto de la política, el camino de la ilusión monetaria y la servidumbre estatal. (…) No hay terceras vías en esta encrucijada". Algo así como "o lo hacen como yo digo, o lo hacen mal. Y no voy a dejar que lo hagan mal porque, entonces, me van a sacar con los pies para adelante". Peligroso, como mínimo.

Quisiera oponer a este discurso, otro pronunciado dos días antes del discurso de Milei por monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires, es su homilía del día de San Cayetano, cuando dijo: "San Cayetano, ayúdanos a hacer de la Argentina una casa de reconciliación, en la que dejemos de descalificarnos, de odiarnos, de tratarnos mal, y de usar palabras que lastiman mucho". (…) San Cayetano, ayúdanos a hacer de la Argentina, una casa de encuentro y de trabajo, que podamos dialogar, que podamos encontrarnos para buscar soluciones a los problemas que aquejan a nuestro pueblo. (…) San Cayetano, ayúdanos a hacer de la Argentina una casa de hermanos, donde nos preocupemos por los demás, donde nos duela profundamente lo que sufren los desocupados, los marginados, los excluidos. No nos salvamos solos. San Cayetano, anímanos a desterrar la cultura de la indiferencia y a vivir la fraternidad. Porque, así como bajó la inflación que es el impuesto de los pobres y que desde hace años perjudica a las familias, también le pedimos a san Cayetano que interceda por nosotros para que, nos comprometamos a bajar los niveles de agresión, de indiferencia, de individualismo, de crueldad".

¿Qué se puede agregar a estas palabras? Creo que nada. También habla de dos caminos; uno de una mayor división, indiferencia, individualismo y exclusión; y otro de confraternidad y reconciliación. Son dos discursos que hablan de dos países diferentes. ¿Por cuál habremos de optar? Temo la respuesta. La temo de verdad.

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