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La frase "No conozcas a tus ídolos" es más que un consejo popular, encierra un fenómeno psicológico que todos hemos experimentado alguna vez: cuando admiramos profundamente a alguien - sea una pareja en los inicios del enamoramiento o un líder político - tendemos a proyectar en esa figura cualidades casi perfectas. Pero ¿qué ocurre cuando el velo cae y aparece la persona real, con defectos y contradicciones?
El psicólogo estadounidense Edward Thorndike, describió el "efecto halo" como la tendencia a juzgar a alguien como globalmente positivo a partir de un rasgo aislado. En el enamoramiento, basta con que la persona posea ciertos atributos para engrandecerla en todos los aspectos. Este fenómeno de magnetismo en el liderazgo político, impulsado por el carisma y otras cualidades, tiene la capacidad de nublar el juicio del electorado, limitando así su evaluación crítica.
Idealización: De la pareja al líder político
Sigmund Freud nos ofrece una lente para entender por qué idealizamos a las personas, en el amor o en la política, desgranando el concepto de idealización en dos de sus textos más importantes: en "Introducción al narcisismo" (1914) revela que la idealización surge de nuestra propia egolatría: en la infancia nos amamos a nosotros mismos sin límites pero con el tiempo, la realidad y las exigencias sociales nos obligan a renunciar a ese amor propio absoluto y a proyectarlo en un "Ideal del yo", una imagen de cómo deberíamos ser. Sin embargo, cuando nos enamoramos, ocurre un fenómeno fascinante: volvemos a proyectar esa perfección, no en nosotros mismos, sino en el objeto amado. Idealizamos a la pareja, atribuyéndole todas las cualidades que aspiramos tener. La amamos no por lo que es, sino por lo que representa para nosotros: la encarnación de nuestro Ideal del yo. Este mecanismo nos permite recuperar, a través del otro, una parte del narcisismo perdido.
Esta idea del amor de pareja es llevada a una escala mucho mayor en "Psicología de las masas y análisis del yo" (1921) donde demuestra que la relación entre una multitud de votantes y el líder político es un calco de lo que sucede en el enamoramiento.
El líder se convierte en el objeto idealizado por la muchedumbre, cada miembro de la masa renuncia a su propio "ideal del yo" y lo sustituye por el "ideal del líder". Esto no es solo admiración, es una identificación profunda. Como resultado, los individuos de la masa actúan como si tuvieran una sola mente: obedeciendo al líder y perdiendo su capacidad de juicio crítico. Es una "hipnosis social" que explica la devoción ciega y la falta de crítica que a menudo conduce a la aceptación de decisiones o de políticas que de otro modo serían cuestionadas por la sociedad, anula el pensamiento independiente y en el peor de los casos, genera una apatía generalizada que desactiva el rol de la ciudadanía como contrapeso del poder.
"No conozcas a tus ídolos": la idealización en el amor y en la política".
En resumen, Freud nos muestra que la ceguera por carisma en la política no es un fenómeno casual, sino un proceso psicológico arraigado en nuestra propia historia narcisista. La idealización es un camino para reencontrar la perfección que alguna vez creímos poseer.
En la vida amorosa, esto explica por qué al principio de una relación vemos a la pareja como "perfecta". En el plano político, lo mismo ocurre con el seguidor que se convence de que su líder es incorruptible o infalible.
Reflejo de debilidades
La idealización de figuras externas, como líderes políticos o parejas, a menudo es un reflejo de necesidades y carencias psicológicas internas del individuo. La necesidad de un "héroe" o un "salvador" no surge al azar; se origina en la propia inseguridad y en la incapacidad de la persona para afrontar la complejidad del mundo por sí misma.
Cuando el individuo carece de autoconocimiento, proyecta sus propias deficiencias en el objeto idealizado. Lo ve como un ser perfecto y omnipotente, creyendo que esta figura externa resolverá sus problemas y llenará sus vacíos internos. Este mecanismo de proyección permite al sujeto evitar la confrontación con sus propias vulnerabilidades, delegando la responsabilidad de su bienestar a un tercero. El mayor riesgo en esto es creer que no es necesario "pensar ni actuar" porque el líder lo hará todo.
Pero la realidad se impone en algún momento, la hora de la decepción ha llegado y lo que alguna vez fue amor o fervor se transforma en frustración, enojo y pérdida de confianza. Lo peor del caso es que somos capaces de negar la realidad con tal de mantener lo que imaginariamente nos une a la pareja o al líder político: la negación es el mecanismo psicológico por excelencia para persistir aún frente a las más crudas evidencias; así es como las personas podemos mantener relaciones de pareja absolutamente tóxicas y del mismo modo somos capaces de validar y defender con pasión enfermiza, gobiernos corruptos, dementes, contradictorios, inoperantes y perversos.
Necesitamos antídotos para romper estos ciclos; en lo individual tratar de entender y aceptar las propias limitaciones para que la admiración sea un acto de discernimiento basado en la realidad y no una proyección narcisista. En lo colectivo, cultivar la madurez cívica para poner fin al constante pacto de negación de la realidad que nos mantiene estancados; un pacto en el que hemos sacrificado el desarrollo y la abundancia en el altar de la idolatría.