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Un nuevo sistema internacional para una nueva realidad global

Domingo, 31 de agosto de 2025 01:31
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Durante el siglo XIX, Estados Unidos desempeñó un papel menor en el equilibrio global de poder. A los estadounidenses no les importaba usar la fuerza para adquirir tierras o recursos (como pueden atestiguar México y las naciones indígenas americanas) y, en su gran mayoría, tanto el gobierno como el público norteamericano se oponían a participar en los asuntos internacionales.

El crecimiento de Estados Unidos en la economía mundial y un breve coqueteo con el imperialismo, llevaron al presidente Woodrow Wilson a participar de la Primera Guerra Mundial. Los costos de la guerra y el fracaso en el intento de Wilson por reformar la política internacional los volvieron a encerrar, dejando al país en una extraña paradoja: la de ser una potencia mundial que se mantenía al margen de un mundo cada vez más turbulento. Ante la Gran Depresión los Estados se apresuraron a proteger sus economías domésticas, cerrándolas y profundizando la crisis.

Poco tiempo después, Estados Unidos se convirtió en la potencia más fuerte del mundo, pero, aun así, seguía sin ver valor en dedicar recursos o atención a la provisión de bienes públicos globales como una economía abierta o seguridad internacional. No existía un orden global en la década de 1930 y el resultado fue una década de depresión, tiranía, guerra y genocidio. "Me siento en un lupanar de la calle cincuenta y dos, / incierto y asustado / mientras mueren las grandes esperanzas de una década baja y deshonesta: / olas de rencor y de miedo corren sobre las iluminadas y oscurecidas tierras del planeta / oprimiendo nuestras vidas privadas; / el inmencionable olor de la muerte ofende a la noche de septiembre", decía el poeta W. H. Auden.

La Segunda Guerra Mundial, en cierta forma, enseñó a los Estados de Occidente el valor de la cooperación mutua; y desde allí surgiría un sistema basado en reglas que, en teoría, buscaría asegurar una paz y prosperidad común. Así, después de 1945, surgió el orden internacional liberal; un conjunto de instituciones multilaterales en las que Estados Unidos proporcionaba bienes públicos globales -como libre comercio y libertad de navegación-, y los Estados más débiles obtenían acceso institucional al ejercicio del poder estadounidense.

Se establecieron las instituciones de Bretton Woods y, cuando otros países resultaron demasiado pobres o débiles para valerse por sí mismos, la administración Truman decidió romper con la vieja tradición estadounidense y formó alianzas para brindar ayuda y desplegar fuerzas militares estadounidenses en el extranjero. Estados Unidos otorgó un préstamo importante al Reino Unido en 1946, asumió la responsabilidad de apoyar a los gobiernos pro occidentales en Grecia y Turquía en 1947, invirtió en la recuperación europea con el Plan Marshall en 1948, creó la OTAN en 1949, lideró una coalición militar para proteger a Corea del Sur de una invasión en 1950, y firmó un nuevo tratado de seguridad con Japón en 1960.

Estas y otras acciones sirvieron tanto para reforzar el orden internacional como para contener el poder soviético. Como señaló el diplomático estadounidense George Kennan, había cinco áreas cruciales de productividad y de fortaleza industrial en el mundo de posguerra: Estados Unidos, la Unión Soviética, el Reino Unido, Europa continental y el noreste de Asia. Para protegerse a sí mismo y prevenir una tercera guerra mundial, Washington eligió aislar a la Unión Soviética y unirse a las otras tres fuerzas; mientras tropas estadounidenses se desplegaron en Europa, Asia y otros lugares del mundo. Dentro de este marco, se desarrolló una interdependencia económica, social, política y ecológica global. Hacia 1970, la globalización económica se había recuperado al nivel que había alcanzado antes de ser interrumpida por la Primera Guerra Mundial.

Cambio de paradigma

Este sistema de posguerra no siempre tuvo efectos benignos sobre quienes no eran miembros y es posible que, si bien Washington parecía mostrar una preferencia por la democracia y la apertura, con demasiada frecuencia apoyó dictadores o actuó con un cinismo movido por intereses propios y ajenos. En términos militares, incluso cuando su poderío fue impresionante, Estados Unidos no pudo evitar la "pérdida" de China; la partición de Alemania y Berlín; un empate en Corea; la creación y supervivencia de un régimen comunista en Cuba; o el fracaso en Vietnam. Aun así -en promedio-, los beneficios globales fueron mayores que los costos individuales.

Hoy, Donald Trump, sostiene que los costos de mantener el orden global superan sus beneficios y que Washington estaría mejor si gestionara sus interacciones con otros países caso por caso, sobre una base transaccional, asegurándose de "ganar siempre" en lugar de "perder ocasionalmente" con cada acuerdo o compromiso.

Y, mientras muchos analistas internacionales creen que los fundamentos del orden se están erosionando debido al ascenso de China e India; otros lo ven amenazado por una difusión del poder desde los Estados hacia actores no estatales como resultado de cambios en la política, la sociedad y la tecnología.

Dominio norteamericano

El poder es la capacidad de obtener lo que uno quiere a cambio de pago, fuerza o atracción. Pero, contrario a la creencia convencional, China no parece querer apurarse por reemplazar a Estados Unidos como país dominante. Si bien la economía de China ha crecido durante las últimas décadas, aún representa sólo el 61% del tamaño de la economía estadounidense; y su tasa de crecimiento se está desacelerando.

Incluso si China superara a Estados Unidos en tamaño económico dentro de algunas décadas, el poder económico es sólo una parte de la ecuación geopolítica. Según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, Estados Unidos gasta cuatro veces más en su ejército que China, y aunque las capacidades chinas han aumentado en los últimos años, los observadores serios creen que China no podría siquiera excluir a Estados Unidos del Pacífico occidental; menos ejercer una hegemonía militar global.

En cuanto a poder blando -la capacidad de atraer a otros-, un índice reciente publicado por Portland -una importante consultora londinense-, ubica a Estados Unidos en primer lugar y a China en el puesto 28. Además, mientras China intenta alcanzar a Estados Unidos, este último tampoco se quedará quieto. Cuenta con una demografía favorable -en términos relativos-; energía cada vez más barata; y las universidades y empresas tecnológicas más fuertes del mundo.

Además, China aprecia el orden internacional existente más de lo que se cree. Es uno de los cinco países con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y se ha beneficiado de instituciones económicas como la Organización Mundial del Comercio (donde acepta resoluciones de disputas en su contra); o el Fondo Monetario Internacional, donde ha aumentado sus derechos de voto y ocupa un importante cargo de subdirector. China es el segundo mayor financiador de fuerzas de paz de la ONU y ha participado en programas de la ONU relacionados con el ébola y el cambio climático. En general, China no busca derrocar el orden actual, sino que trata de aumentar su influencia dentro de él.

El orden se verá algo diferente a medida que avance el siglo XXI. China, India y otras economías seguirán creciendo, y el peso relativo de Estados Unidos en la economía mundial disminuirá. Pero ningún país parece estar en posición de desplazar a Estados Unidos de su posición dominante.

Desafíos globales

Pero el orden internacional sí queda amenazado por la difusión del poder desde los Estados hacia actores no estatales. La revolución de la información ubicó a una serie de temas transnacionales -la estabilidad financiera, el cambio climático, el terrorismo, las pandemias y la ciberseguridad- en una agenda global; al mismo tiempo que dejó al desnudo la incapacidad de los gobiernos y de las instituciones internacionales para responder a estos desafíos.

La estabilidad financiera internacional es vital para la prosperidad global y se necesita de una cooperación global para garantizarla. El cambio climático y el aumento del nivel del mar afectarán la calidad de vida de muchos países; pero nadie puede solucionar este tema por sí solo. Y, en un mundo donde las fronteras se están volviendo más porosas y donde permea de todo -desde drogas hasta enfermedades infecciosas y terrorismo-, las naciones solas no bastan para abordar estas amenazas y desafíos compartidos. La complejidad aumenta y la política mundial ha dejado de ser dominio exclusivo de los Estados. Los gobiernos seguirán poseyendo algunos recursos; pero su poder y capacidad para actuar por sí solos se está viendo desbordada.

Es un error pensar la globalización sólo como una red de acuerdos comerciales. Incluso si la globalización económica llegara a desacelerarse o economías enteras lograran "desacoplarse"; la tecnología seguirá imponiendo otra globalización social, ecológica, técnica y política que acrecentará esta demanda por respuestas globales a problemas globales. Establecer alianzas; trabajar juntos; readecuar viejas instituciones y crear nuevas instituciones internacionales podría ser el único camino posible. ¿Seremos capaces de entenderlo? Ojalá que sí. Ojalá.

 

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