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Milei pisa el freno y se abre al diálogo

Martes, 16 de septiembre de 2025 01:19
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Esta vez, Javier Milei no aceleró en la curva. El discurso de ayer fue moderado, cuidadoso y dirigido a un público general al que, en palabras simples, explicó por qué va a perseverar en sostener el equilibrio fiscal, monetario y cambiario: esta vez, lejos de meter el dedo en las llagas que quedaron a la vista en las elecciones bonaerenses, dejó tendida una mano para poder acordar con los gobernadores la aprobación del presupuesto 2026, al comprometerse en estimular desde el Estado las inversiones privadas en obras públicas y también a ampliar los presupuestos destinados a la salud pública, la discapacidad, las educación y los jubilados.

Por otra parte, pareció buscar un entendimiento con sus exaliados y, en especial con el Congreso, lo que supone restañar heridas infligidas mutuamente.

En su discurso no hubo mesianismo, sino un propósito de crecimiento, más allá de cierta exageración al afirmar que alguna vez la Argentina fue una potencia y que puede llegar a los primeros lugares nuevamente en las próximas décadas.

Javier Milei no se mostró derrotado, aunque el domingo 7 sufrió una fuerte derrota, sino un personaje muy distinto al panelista de palabras grandilocuentes y que parecía regodearse con la imagen de la crueldad.

Fue una disertación leída durante 15 minutos, de la que se desprende una predisposición a reconstruir el golpeado sistema institucional argentino. El texto no parece haber salido de la pluma de alguno de los habituales asesores o contertulios del presidente, el mismo que hizo de la motosierra un emblema.

Un presidente al que le cuesta asimilar que el Estado es un ordenador creado por la sociedad a lo largo de los siglos, y que evolucionó junto con la cultura, la tecnología y los acuerdos internacionales. El Estado argentino, en el Preámbulo de la Constitución Nacional de 1853, tiene el mandato de "constituir la unión nacional, consolidar la paz interior, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad a todos los habitantes del suelo argentino".

No solo a Milei le cuesta asumir este deber. La historia argentina muestra un permanente estado de rebeldía contra el orden institucional. La violencia produjo la caída de dos presidentes, Fernando de la Rúa en 2001 y Eduardo Duhalde en 2003, la impunidad de Amado Boudou, condenado y sostenido por el kirchnerismo como vicepresidente de la Nación, el asesinato del fiscal Nisman, los frustrados esfuerzos por crear un cerco de impunidad para Cristina Kirchner. "Un país al margen de la Ley", como lo describe Carlos Nino.

El impulso exitoso de Milei en los comienzos de su gestión se desdibujó cuando su intolerancia fue in crescendo, al tiempo que el programa económico daba señales de fragilidad, con agravios y falta de consideración hacia los discapacitados, los jubilados y las universidades y, sobre todo, con los escándalos de la criptomoneda $Libra y las denuncias de corrupción de Diego Spagnuolo.

Milei está obligado a recuperar credibilidad y mostrar solidez política. En estos días, la vocación golpista latente en los sectores extremistas de la oposición se puso de manifiesto. Como se dice vulgarmente, "huelen a sangre". El presidente envió un mensaje como el que espera un alto porcentaje de sus votantes de 2023 y que ahora parecen darle la espalda.

La gente común quiere seguridad, quiere trabajo y quiere futuro para sus hijos. No le interesa un país sometido a la guerra entre las Fuerzas del Cielo y la Fuerza Patria. Aspira a vivir en paz, en un país dentro de la ley.

El cambio de discurso de Javier Milei crea un ámbito favorable para el diálogo. El trayecto es difícil y superarlo depende de él y de sus interlocutores.

 

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