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VIDEO. Armando Cazón habló de todo: Avionetas narcos, el bagayeo, droga e IA y un "Gran Hermano" para Salvador Mazza

El fiscal Armando Cazón, con sede en Tartagal y actuación permanente en la frontera norte, investigó uno de los episodios más reveladores sobre el avance del narcotráfico en Salta.
Jueves, 13 de noviembre de 2025 23:10
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El fiscal Armando Cazón, con sede en Tartagal y actuación permanente en la frontera norte, investigó uno de los episodios más reveladores sobre el avance del narcotráfico en Salta: la narcoavioneta incendiada en Santa Victoria Este en 2023. En esta entrevista en el estudio de El Tribuno, repasa cómo operaba la organización transnacional detrás del caso, los desafíos para investigar en territorios de frontera, la realidad del microtráfico en las comunidades originarias y las necesidades que hay que resolver para bajar el delito. La entrevista completa se puede leer en la web de El Tribuno o verla en la cuenta de YouTube. 

 

Usted estuvo a cargo de la investigación de una narcoavioneta que se incendió en 2023 y dijimos: "Lo llamemos para profundizar y que nos cuente qué pasó con ese hecho". Doctor, ¿cómo le va? Bienvenido a El Tribuno.

 Absolutamente. Esto se da en un contexto de asistencia recíproca y cooperación entre la Procuración General de la Provincia y la Nación en delitos complejos, como el narcotráfico. Nosotros intervenimos primero en esa situación. Fue un día de agosto, 16, 17, 18 más o menos, cerca de las 19 horas, en un lugar muy distante, sin comunicación.

Hubo gente en el lugar que después nos contó que una avioneta importante aterriza, que estaba cargando lo que suponían que era marihuana, ellos venían de Bolivia. Cuando están dando vuelta para elevarse de nuevo, el viento corre un poco la avioneta, pega en un árbol, se rompe una parte del ala y por eso terminan parando. Sacan la identificación de la avioneta, que después supimos por pericias que era una Cessna, y la incendian. Se van, sacan dos mochilas grandes y se van.

 

 Cuando le avisan a usted, ¿qué hace?

 

 En ese momento yo no sabía bien qué había pasado. Mandamos Bomberos, Criminalística y Policía para que actúen. Lo primero que uno piensa es que la avioneta se cayó, que podía haber personas con heridas gravísimas o fallecidos. Actuamos rápidamente y cuando llegaron se encontraron con que no había nadie, la avioneta prácticamente se había quemado totalmente.

Al otro día, a primera hora, mando gente a hacer la investigación detallada y las pericias. Ahí determinan que era una Cessna con alcance de casi 1.800 o 2.000 kilómetros de vuelo de abastecimiento propio. Es decir, podía volar desde Bolivia hasta Buenos Aires sin parar. Una avioneta con alta capacidad tecnológica, no la que estamos acostumbrados a ver. Tenía capacidad de volar a unos 800 metros sobre el nivel del terreno, así que tampoco era simple poder seguirla.

 

¿Qué hace al día siguiente con esa información?

 

Averiguo, me pongo en contacto con mucha gente. Hablo con gente de Bolivia, con la fiscal de Bolivia. Le pido que me comunique con el agente con más alta jerarquía a nivel de narcotráfico allá, que ellos llaman "narcóticos". Me llama, estuvimos hablando como una hora. Me dice que estábamos ante una banda compuesta por bolivianos, brasileños, colombianos, peruanos y eventualmente argentinos. Una banda transnacional muy fuerte, económicamente muy poderosa. Ya habían tenido otros casos en Bolivia, en Santa Cruz y otros lugares, donde también tuvieron problemas con avionetas. Ellos sacan la identificación, el dominio, y después las incendian.

 

O sea, es un modus operandi repetido.

 

Absolutamente. Es para borrar todo tipo de pruebas, para no saber el origen, de dónde viene la aeronave. Eso mismo ocurrió cuando una avioneta en Entre Ríos se cae con una chica que decían que era "la reina": también le estaban sacando la identificación. Estamos hablando de gente fuertemente vinculada al narcotráfico.

 

Cuando empezó la investigación, ¿pudo determinar cuántas personas iban en esa avioneta?

 

De acuerdo a la gente que vio algo en la zona, al principio no sabían de qué se trataba. Lo que pudieron ver es que los que cruzaron la frontera eran dos personas con mochilas grandes, llamativamente grandes. Tenían tonada boliviana, porque preguntaban por dónde podían pasar a Bolivia. Como había cercanía con Paraguay, vemos un factor común: pilotos bolivianos.

 

Lo mismo que se sospecha en la narcoavioneta que aterrizó la semana pasada en Rosario de la Frontera.

Absolutamente. El narcotráfico no es ninguna novedad. Hay un trabajo muy serio de prevención que se está haciendo, pero es insuficiente. Los hechos lo demuestran. El trabajo tiene que ser tierra–aire, sin ninguna duda.

 

Más allá que después el caso pasó a la Justicia Federal por narcotráfico, usted investigó la primera parte. ¿Qué otros datos pudo obtener?

 

A mí lo que más me preocupó fue que la gente de Bolivia me habló de que estaban trabajando con una cocaína más refinada. Cuando me dicen eso, yo pregunto: "¿Por qué más refinada, si ya viene refinada de peruanos o colombianos y la cortan?". Me explican que tienen información, como otros países que trabajan en estas áreas, de que están trabajando con inteligencia artificial. Eso significa que, en vez de llevar 10 kilos, te llevan 1 kilo que representa 10. Se la compacta de tal manera que de 10 producen uno. Ese ejemplo me lo dieron ellos. Yo les dije: "Esto es gravísimo". Si la gente que agarra esa droga no conoce el origen, puede ser mortal. Un gramo trabajado de esta manera no es lo mismo que un gramo normal: es muy peligroso. Eso me sorprendió muchísimo. Evidentemente hay que trabajar con operativos binacionales, que seguramente existen, no es mi función, pero como ciudadano de la zona te digo que hay que prestarle mucha atención.

 

Más allá de que su competencia es provincial y ve el microtráfico, por la zona en la que usted está circula droga y hay narcotráfico. Se sospecha que la droga de la narcoavioneta en Rosario de la Frontera tiene vinculación con un cartel mexicano, el de Sinaloa. ¿Qué conoce del tema y qué diferencia hay con los carteles bolivianos?

 

Lo que se ve hoy lamentablemente es esto: en el triple femicidio, por ejemplo, se habló de una banda de Perú, muy agresiva y violenta. En el caso de ahora se dijo, por distintos medios de Buenos Aires y de acá, que esta droga tenía el tinte de Sinaloa porque era de una marca (Praga/Prada) asociada al cartel de Sinaloa. La gente de Sinaloa trabaja muy fuerte, son muy peligrosos, tienen otra metodología, extremadamente sanguinaria. No es lo que solemos ver acá. Acá se dieron casos de "mexicaneadas", donde uno se queda con la droga de otra banda. Yo participé en casos así, pero los grados de violencia no se parecen en nada a lo que se ve en México. Si eso es cierto, es grave. Una de las características del cartel de Sinaloa es que se afincan donde avanzan y eso implica corromper justicia, fiscales, policía, políticos. Avanzan arrolladoramente por su poder económico. El punto es profundizar la investigación para saber si este grupo que está en Bolivia con la avioneta es parte o no de otro grupo más importante a nivel internacional.

 

Usted está en una zona caliente: tiene asiento en Tartagal, pero trabaja en Salvador Mazza y Rivadavia Banda Norte. ¿Cómo está el microtráfico y la droga en general? Porque es difícil distinguir entre microtráfico y narcotráfico, más allá de las cantidades.

 

Yo siempre digo que la razón de ser del macrotráfico es el microtráfico. Nadie compra 10 kilos para consumirlos. El micro es el gran negocio en el mundo. La venta por puchito multiplica el valor. Lo que pagaron por 100 kilos, cuando lo venden como microtráfico, es como si hubieran comprado 1.000 kilos, una tonelada. La razón de ser es el microtráfico. Por eso hay que trabajar de manera conjunta. Cuando detenemos gente que consume es una cosa, pero cuando hay gente con fines de comercialización, atrás de ellos hay más gente. Es un eslabón que hay que seguir para ver dónde llega. En nuestro caso, la inmensa mayoría de las veces te lleva a Bolivia. Ahí participa la Fiscalía Federal.

Se hacen esfuerzos: Plan Roca, operativos, etc. Eso sirve, contribuye, pero no es suficiente.

 

Hoy el gobernador pidió ley de derribo. ¿Qué opina?

Estoy de acuerdo. Hay pasos previos a derribar: primero hay una alerta que obliga a bajar, si no baja, en un caso extremo se aplica. Hay una progresión. La radarización es clave. Soy un convencido de que la radarización no tiene que ser "por horas". Tiene que ser las 24 horas del día, todo el año. En 2018, en Tartagal, funcionaba por horas. Los primeros que se enteran de eso son los del narcotráfico. Y en ruta, si no tenés escáner, te falta mucho.

 

Más allá de lo represivo, ¿qué pasa con la sociedad?

 

Creo que hay que trabajar muy fuerte con la sociedad. Tiene que haber compromiso de la familia, de la sociedad intermedia, de la política, la justicia, todos. Esto arranca en la familia.

 

¿Cómo ve el consumo de jóvenes en la frontera?

 

Es complejo. Si a la gente no le das salida laboral, no la educás sobre las ventajas y desventajas de entrar en esto, y no ve futuro, lamentablemente el futuro "se lo dan ellos". Te resuelven el presente y el futuro porque tienen poder económico y te solucionan problemas. Si esa gente está trabajando, estudiando, haciendo deporte, con un trabajo fuerte en los municipios, coordinado y de buena fe, creo que con el tiempo se va a atemperar. Eliminarlo es dificilísimo, Estados Unidos no lo pudo hacer. Pero podemos disminuir mucho si hay un compromiso serio.

 

En el caso de comunidades originarias, se hablaba de niños que inhalaban gasolina, que tenían quemaduras. ¿Cómo está eso?

 

Nosotros hicimos reuniones, fuimos con ministros, hicimos trabajos importantes. Hay un problema serio: además de eso, estamos habando de marihuana. Ellos consumen marihuana que viene de Paraguay, sí o sí. Y lamentablemente los planes sociales se usan para comprar droga. Tiene que haber un trabajo fuerte de prevención que hoy no hay, porque hay pocos policías. Estamos hablando de zonas que deben equivaler a siete veces Salta, para ubicar geográficamente. En Santa Victoria, por ejemplo, hay 172 comunidades dispersas; una está a 15 kilómetros de la otra. Tenés una camioneta, caminos de tierra, difícil acceso. Para notificar algo hacés 60 kilómetros y en la comisaría queda una sola persona; mientras tanto pasan otros delitos. Cuando llegás, se enteran y se van. Es una zona dificilísima y además con otra forma de vida, un choque cultural que no está resuelto.

De todas maneras, hay compromiso. Yo hablo con muchos, tienen mi celular las 24 horas, ellos me avisan, yo hablo con la Policía. Les digo: "Vamos a hacer tolerancia cero: el que vende alcohol, intimación y clausura". Buscamos soluciones alternativas para que no vean solo esa salida, porque el mismo padre originario se preocupa y mucho. Cuando hay droga, hay delito, va de la mano.

 

En un territorio tan amplio, ¿cómo está con los recursos?

Son limitadísimos. Cuando tenés problemas de décadas, la única manera de resolverlos es convencerte de que existen y hacer todo lo necesario para superarlos o mejorarlos. Si no los ves, no los querés ver o los querés disimular, ahí viene el problema.

 

 ¿Qué otros delitos están avanzando en la zona?

 

Lo que más se ve es que, al caer la actividad en la frontera, cayó el trabajo del changarín, del bagayero. En muchos casos es un medio de vida. Cuando esa actividad baja, sube el delito. Hay robo, robo de camionetas de un lado y del otro. Todo se vuelve muy complejo.

 

Usted decía que el bagayeo, aunque irregular, hace bajar el delito.

 Absolutamente. Ellos en Bolivia están organizados como una especie de cooperativa. Se visten de una manera, tienen sus carritos, son más de 250. Del lado argentino pasa algo parecido. Con eso tienen un trabajo informal que los saca del delito porque ganan bien. Uno viene con las cosas de Bolivia, ellos las pasan, el bagallero de acá las lleva a distintos lugares. Cuando empezás a controlar como tiene que ser y no hay alternativas, te queda un problema social sin resolver. Hay que regular, ver cómo hacer los controles. Es un trabajo arduo de Gendarmería, Policía Federal, organismos nacionales. Yo hablo siempre con los comandantes, compartimos casos, tenemos competencia conjunta en muchos delitos. Es muy complejo y, cuando no llegan las soluciones, se genera una posible explosión social que hay que evitar.

 

¿Cómo maneja esa tensión social?

 Estoy permanentemente con el celular, hablando con caciques, intendentes, referentes que me consultan por distintos problemas. Por ejemplo, hace dos días quemaron postes de luz, varias comunidades quedaron sin luz. Dentro del reclamo, uno de los referentes era padre de una nena que habían matado y decía que tardaba mucho la solución. Te mezclan varios casos en un solo conflicto. Yo hablé con el intendente y le dije: "Andá, acompañalos, poné los medios para que lleguen y dialoguen con la gente, que conozcan la verdad de cómo va la investigación". Es como tirar un fósforo y se puede incendiar el clima social.

 

P: Muchos dicen: "La Policía y la Fiscalía detienen a alguien y al poco tiempo sale". ¿Comparte esa percepción?

 

Eso se repite mucho. Pero no se conoce el sistema. El fiscal pide la detención, el juez decide. Somos dos engranajes, con funciones distintas pero complementarias. La ley la hacen diputados y senadores. Hay que seguir la información desde el principio hasta el fin: cómo empezó, a quién detuvieron, si hubo condena. Generalmente se ve una parte y después aparecen absoluciones que nadie entiende. Falta información. La Policía es clave. Tiene que hacer prevención. Por eso propuse en Salvador Mazza, hablando con comerciantes, que la única posibilidad de bajar delitos como robo de camioneta y asaltos a mano armada es con cámaras. Muchos me dijeron: "Doctor, ¿cuántas hay que poner? Yo las pago".

Si tenés eso en el microcentro y lugares estratégicos, es la única posibilidad. El intendente tiene que intervenir, la Provincia también, pero se necesita rapidez. En Salvador Mazza, si te roban una camioneta a las 7, a las 7.05 está en Bolivia.

Con cámaras, ves movimientos raros, hablás con Gendarmería, bloqueás salidas. Es la única manera: una unidad coordinada, como un gran hermano mirando lo que pasa.

 

Resulta llamativo que en esa zona caliente no esté operativo un 911 con monitoreo.

Están trabajando, pero yo hablo de un 911 con monitoreo en vivo, no solo llamados. El 911 funciona, pero no es lo mismo que ver todo en tiempo real. Cuando vos ves, sabés qué pasa. Salvador Mazza no tiene ese monitoreo. Si lo tuviera, podrías anticiparte: ves dos en moto, mandás móvil, evitás el robo. Sin prevención, la justicia es el último eslabón. El fiscal llega después. Es difícil investigar cuando el que roba borró pruebas, rompió cámaras, está encapuchado. Si tenés 911 con monitoreo, otra cosa es. En frontera todo pasa en cinco o diez minutos. Si no actuás, cruzan a Bolivia.

 

 Usted mencionó 67 personas desaparecidas que lograron recuperar. ¿Qué factor común hay?

En los dos últimos años y medio tuvimos 67 casos de desaparición y los recuperamos. En general, son conflictos intrafamiliares: gente que se va de la casa por problemas familiares. También influye la historia de vida, la indiferencia que sufren.

La vida es compleja, pero se vuelve más cuando los que tienen responsabilidad no hacen lo que deben. Siempre hay mecanismos de solución, pero hay que ponerse a trabajar.

 

 Se discute mucho sobre penas más duras. ¿Sirve?

En algunos casos sí, pero no hay que sobreactuar. A veces hay actuaciones marketineras. Lo digo como alguien que fue dos veces concejal, legislador, asesor. Ante un caso que sale en los medios, al otro día aparecen legisladores pidiendo cambios penales. Eso me parece una falta de respeto. Yo tengo la cárcel inundada de detenidos. Si ponés penas más duras, va a haber más presos. Menos de 3 años da la posibilidad de estar en libertad; más de 4 años de pena mínima obliga a quedar detenido. Necesitás más cárceles, más personal, más recursos. La solución de fondo es trabajar sobre las causas: trabajo, educación, contención. No solo castigo. Si no, vamos camino a cárceles privadas, porque no hay posibilidad de poner a todos adentro. Hay gente irrecuperable, sí, pero hay otros que ven en la cárcel un lugar donde comer y dormir. A mí me dijeron: "Doctor, estoy mejor adentro que afuera, afuera no tengo nada".

Tenemos de todo. Hay que bajar tensiones, ser más inteligentes en los análisis y pensar soluciones a corto, mediano y largo plazo, no solo cosas del momento para salir en los diarios. Hay países que planifican a 50 años. Si alguna vez logramos eso, sin duda vamos a estar mejor.

 

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