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El Milagro, en historias cotidianas de esperanza

Lunes, 16 de septiembre de 2013 01:48

Hablar de una procesión de cientos de miles de personas es igual a decir que por unas horas, en las calles, convivieron cientos de miles de historias. Unificando todas esas vivencias está el amor por el Señor y la Virgen del Milagro y la fe, que atraviesa y conmueve. Las historias se unifican también bajo los pétalos de rosas, las miles de manos agitando pañuelos y las lágrimas en los rostros de los fieles, al salir las imágenes del santuario mayor.

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Hablar de una procesión de cientos de miles de personas es igual a decir que por unas horas, en las calles, convivieron cientos de miles de historias. Unificando todas esas vivencias está el amor por el Señor y la Virgen del Milagro y la fe, que atraviesa y conmueve. Las historias se unifican también bajo los pétalos de rosas, las miles de manos agitando pañuelos y las lágrimas en los rostros de los fieles, al salir las imágenes del santuario mayor.

El frío, que muchos interpretaron como una bendición luego de tanto peregrinar soportando altas temperaturas, le dio a la jornada tintes grises. Para paliar las inclemencias del clima, familias enteras caminaban abrazadas por las calles transversales a la procesión y los bebés, vestidos de angelitos, más abrigados que de costumbre.

Alegría y emoción en los rostros de los miles de fieles completan la postal de este Milagro, en el que prevaleció movilizante un mensaje alentador de esperanza.

El andar por las calles del centro de la capital salteña encontró a El Tribuno con muchas historias cotidianas de fieles que, una vez más, vivieron El Milagro de cerca. Fueron parte de él, acompañando a la imágenes de los santos patronos.

Las de Natalia, la familia Ramos y Ema, son las historias que elegimos para contar esta celebración en la que se renueva el pacto de fe.

Querer estar cerca

En algunas semanas cumplirá 79 años pero no le importa demasiado. No tiene muchas ganas de celebrar su natalicio. Hace poco tiempo su esposo falleció y ella no ha logrado superar la profunda tristeza que le provocó esa despedida definitiva. La fe sí es para Natalia Bira un motivo de festejo. Por eso ayer trabajó durante la procesión, a modo de agradecimiento y de acompañar desde su lugar a los santos patronos tutelares de Salta.

Natalia hace roscas dulces, turrones, bollos y masas. Toda su vida se dedicó a hacer cosas ricas. Es vendedora ambulante pero hace bastante que no sacaba su carrito a la calle. Hace mucho que no salía a vender porque tiene reuma y artritis y el dolor no le permite estar mucho tiempo parada.

Pero ayer quería estar. Puso su negocio en la esquina de Caseros y 20 de Febrero y vivió desde esa esquina la renovación del pacto de fe. “Estar trabajando hoy es un modo de dar gracias por lo que me ha tocado en la vida y también de pedir que Dios me de salud para los años que me queden por delante”, dice Natalia.

Y no puede contener las lágrimas pero dice que la tristeza desaparece cuando piensa en el amor por el Señor y la Virgen del Milagro. Llora al mirar a su hijo, un hombre adulto que la ayuda a atender a los clientes que, antes de que comience la procesión, hacen una parada para comprar una rosca o un alfajor salteño.

Así celebra El Milagro Natalia. Con agradecimiento y trabajando.

Una década de promesa

Un gaucho y una gauchita. Alrededor, toda la familia. Este año hacen juntos la procesión por décimo año consecutivo y así, cumplen una promesa. La familia Ramos, del barrio Islas Malvinas, tiene una historia conmovedora que, ayer, completó uno de sus capítulos.

Tamara, una nena que el 3 de octubre cumplirá 10 años, nació enferma. Su mamá había tenido un parto difícil y las expectativas de vida no eran las mejores.

Ante la desesperación, hubo una promesa. Cuenta Mario Ramos, el papá, que consistía en hacer juntos la procesión. Los primeros años traían a la nena vestida de angelito. Hasta los 5 años. Al sexto comenzó a participar de este grandioso acto de fe vestida de gauchita, con su papá, también vestido de gaucho.

“Somos muy católicos y estamos muy agradecidos por tanta bendición que nos ha tocado en la vida”, dijo Mario. Su mujer y las otras personas de su familia asienten y sonríen. “Estoy muy contenta de estar sana y estar haciendo la procesión con toda mi familia”, agrega la nena.

Mario nació un 8 de diciembre, en el Día de la Virgen. El interpreta eso como una señal y siente que la fe lo ha atravesado tanto que se ha tatuado a la Virgen del Valle en el pecho.

Ayer, la familia Ramos terminó su promesa. Pero seguirán yendo a la procesión. Celebrar la fe no es un compromiso y lo viven, como tanta gente, con mucha alegría.

El Milagro, más federal

Ema Décima, del barrio 20 de Febrero, estaba parada ayer a pocos metros del palco en el que se esperó la llegada de las imágenes del Señor y la Virgen del Milagro. Cargaba en sus manos un cuadro con la imagen de los santos patronos, conmovida. “El Milagro es algo muy bello que esperamos los fieles siempre y que yo espero ansiosa cada año”, dijo Ema.

Tiene dos hijos que viven en Río Grande, en Tierra del Fuego. Ellos, por esas vueltas que tiene la vida, decidieron mudarse a esa provincia y ella, que los extraña mucho, viaja asiduamente para visitarlos.

Se le quiebra la voz al contar que en ese lugar también se rinde homenaje a los santos patronos tutelares de Salta. “Allá también se hace la novena y la procesión. Ahora mismo deben estar miles de fieles haciéndola”, contó entre lágrimas Ema.

Comentó que en el centro de la ciudad, en Río Grande, hay una casilla en la que se resguardan las imágenes del Señor y la Virgen. Desde allí parten en procesión hasta la casa de Don Bosco que queda a una distancia similar entre el centro de la ciudad de Salta y Cerrillos. Peregrinan hasta ese sitio para celebrar cada Milagro. “Los salteños que están allá hablan esta fiesta con la misma fe y el mismo amor con el que hablamos nosotros, los que estamos acá. Y así es que la fe y la alegría se contagian”, dijo la mujer, quien además comentó que son cada vez más las personas que participan de esta fiesta.

 

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