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Nora Giménez: la dictadura adentro de la cárcel y las cartas de su hijo como documento

Martes, 24 de marzo de 2015 00:30
Cuando la sacaron de su celda para que viera a una jueza y se cruzó con un espejo en el pasillo, Nora Giménez no pudo reconocerse en la imagen que vio reflejada. La picana, los golpes y el terror habían cambiado su cara en los pocos días que llevaba privada de la libertad. Esa mañana de 1976 tuvo que entregar a su bebé, que había sido raptado junto con ella, para que lo criaran sus familiares. Casi cuatro décadas después, las cartas de su hijo que logró recibir pese a los controles están entre los pocos documentos escritos que le quedaron de los años de dictadura que pasó presa por ser militante de una organización estudiantil.
Nora Giménez vive en Salta hace más de treinta años. Nació en Santiago del Estero pero se había mudado a Chaco después de que empezaron las persecuciones políticas que antecedieron al golpe de Estado del que hoy se cumplen 39 años.
Tenía 18 años y estaba en la calle con su hijo Alberto, de ocho meses, cuando varios hombres armados le vendaron los ojos y la llevaron con el bebé a la Brigada de Investigaciones.
Cuatro días después, las autoridades policiales permitieron que Alberto se fuera con sus abuelas. "Yo solo pedía que no lo trasladaran a la Casa Cuna porque no sabía qué podía pasar con él. El día que tuve que entregarlo para que lo tuvieran mi madre y mi suegra fue una jueza de menores al lugar donde yo estaba privada de la libertad. Cuando iba camino a encontrarme con ella pasé frente a un espejo... No podía creer que era yo", relató a El Tribuno.
Nora estaría incomunicada durante varios meses. De la Brigada de Investigaciones de Chaco la derivaron a la Alcaidía de Resistencia. Luego fue a la cárcel de Devoto en Buenos Aires, donde alojaban a presas políticas de todo el país y, finalmente, al penal de Ezeiza.
A sus parientes cercanos les permitían visitas esporádicas, pero no siempre podían llevar a su hijo. Su marido, Carlos Valladares, estaba exiliado en Perú. Su contacto con Alberto, en gran medida, se mantuvo por las cartas que él empezó a mandarle desde que aprendió a escribir.
Los sobres llegaban abiertos y los textos eran minuciosamente analizados por funcionarios públicos. Recién después de la revisión, y si eran aprobadas, las cartas se entregaban al destinatario con un sello que decía "censurada" y significaba que ya habían sido leídas.
"Mamá... A mí nadie me dicta y escribo lo que quiero"; "Te mando una foto del parque... Vieras cómo se me subían las palomas"; "Hace mucho que no recibo carta tuya"; "No me gustan las tortugas porque son lerdas"; "Estuve enfermo. Me dieron un remedio que era un asco pero no lo escupía para no desperdiciar plata"; "Te mando de nuevo la carta que me de devolvieron"; "Cuando tenga plata te voy a hacer telagramas", son algunos de los fragmentos de los mensajes de Alberto en esos años.

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Una de las cartas que Nora recibió de su hijo en la cárcel con el sello de "censurada", que significaba que ya la habían revisado.

En las líneas que le llegaban a la madre a la cárcel de Devoto, mientras transcurría la dictadura que dejó 30.000 desaparecidos en el país, se perciben las preocupaciones de un chico común y las señales de una época marcada por el control.
Nora Giménez era miembro de la Unión de Estudiantes Secundarios en Santiago del Estero y también estaba vinculada con la Juventud Peronista. Fue condenada a 25 años de prisión por subversión y asociación ilícita en un "consejo de guerra", una especie de juicio sumario que hacían los militares en el que los acusados estaban con los ojos vendados y no tenían derecho a defensa. Recuperó la libertad el 28 de diciembre de 1983, tras el regreso de la democracia, porque se revisaron las resoluciones militares y muchos presos políticos pudieron volver a sus casas.
Cuando salió de la cárcel, su marido, que había sido abogado de un gremio de trabajadores azucareros, había muerto en el exilio; sus compañeros de militancia estaban desaparecidos y su hijo tenía ocho años.
Unos dos años después conoció a su segunda pareja, Rafael Morales, un salteño que había estado entre los presos políticos del penal de Rawson. Con su nuevo esposo se radicó en la provincia, donde tuvo cuatro hijos más.
"A mí me dejaban mandar una carta una vez por mes. A muchas las rechazaban y me las devolvían porque leían algo que, por algún motivo, les parecía sospechoso. Nunca entendías la razón", describe.
"Siempre sentí que iba a salir viva", asegura. En su casa de la avenida Belgrano guarda las hojas que se salvaron de las requisas carcelarias en las que los guardias se podían llevar cualquier cosa que encontraran en la celda.
Víctima de Musa Azar
Entre los torturadores de Nora Giménez estuvo Antonio Musa Azar, el exjefe de Inteligencia de la Policía de Santiago del Estero que actualmente está condenado por delitos de lesa humanidad y por el homicidio de dos mujeres ocurrido en 2003, conocido como el doble crimen de La Dársena.
"Me aplicaba la picana a cara descubierta. Me decía que yo nunca iba a salir en libertad y no lo iba a poder contar. Después lo reconocí en los medios de comunicación", recordó.
Hasta ahora no sabe bien cómo se salvó de ser ejecutada o desaparecer, como muchos de sus compañeros. De acuerdo con lo que pudo reconstruir, iba a ser asesinada junto con otros militantes en la denominada masacre de Margarita Belén, pero aparentemente la salvó una contingencia climática.
El 10 de diciembre de 1976, en Buenos Aires, le dijeron que iban a trasladarla a Chaco junto con su compañera Elsa Quiroz. Pero finalmente no las derivaron porque la niebla impedía los vuelos.
Luego dedujeron que iban a ser víctimas del operativo en el que fusilaron a 22 presos políticos cerca de la localidad chaqueña de Margarita Belén, el 12 de diciembre de 1976.
"Le pregunté a la celadora por qué nos llevaban a Chaco. Me respondió que averiguara menos y rezara más. Para la dictadura la vida no valía nada", contó sobre ese momento.
Ya en Salta, empezó la carrera de Letras y recuperó su participación política. Fue diputada y ministra de Trabajo. Actualmente ocupa el cargo de titular del Renatea (Registro Nacional de Trabajadores y Empleadores Agrarios).
Recordar lo que vivió le resulta emocionalmente complicado, pero cree que la historia se debe contar. "A la noche había sesiones de torturas. Todavía me acuerdo de los gritos. Para que no se escucharan, ponían cumbias o música de bandoneón. Era incomprensible que el Estado, que debía proteger a los ciudadanos, estuviera haciendo todo eso", señaló, cuando se cumplen 39 años del inicio de la dictadura militar cuyos crímenes aún no terminan de juzgarse.












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Cuando la sacaron de su celda para que viera a una jueza y se cruzó con un espejo en el pasillo, Nora Giménez no pudo reconocerse en la imagen que vio reflejada. La picana, los golpes y el terror habían cambiado su cara en los pocos días que llevaba privada de la libertad. Esa mañana de 1976 tuvo que entregar a su bebé, que había sido raptado junto con ella, para que lo criaran sus familiares. Casi cuatro décadas después, las cartas de su hijo que logró recibir pese a los controles están entre los pocos documentos escritos que le quedaron de los años de dictadura que pasó presa por ser militante de una organización estudiantil.
Nora Giménez vive en Salta hace más de treinta años. Nació en Santiago del Estero pero se había mudado a Chaco después de que empezaron las persecuciones políticas que antecedieron al golpe de Estado del que hoy se cumplen 39 años.
Tenía 18 años y estaba en la calle con su hijo Alberto, de ocho meses, cuando varios hombres armados le vendaron los ojos y la llevaron con el bebé a la Brigada de Investigaciones.
Cuatro días después, las autoridades policiales permitieron que Alberto se fuera con sus abuelas. "Yo solo pedía que no lo trasladaran a la Casa Cuna porque no sabía qué podía pasar con él. El día que tuve que entregarlo para que lo tuvieran mi madre y mi suegra fue una jueza de menores al lugar donde yo estaba privada de la libertad. Cuando iba camino a encontrarme con ella pasé frente a un espejo... No podía creer que era yo", relató a El Tribuno.
Nora estaría incomunicada durante varios meses. De la Brigada de Investigaciones de Chaco la derivaron a la Alcaidía de Resistencia. Luego fue a la cárcel de Devoto en Buenos Aires, donde alojaban a presas políticas de todo el país y, finalmente, al penal de Ezeiza.
A sus parientes cercanos les permitían visitas esporádicas, pero no siempre podían llevar a su hijo. Su marido, Carlos Valladares, estaba exiliado en Perú. Su contacto con Alberto, en gran medida, se mantuvo por las cartas que él empezó a mandarle desde que aprendió a escribir.
Los sobres llegaban abiertos y los textos eran minuciosamente analizados por funcionarios públicos. Recién después de la revisión, y si eran aprobadas, las cartas se entregaban al destinatario con un sello que decía "censurada" y significaba que ya habían sido leídas.
"Mamá... A mí nadie me dicta y escribo lo que quiero"; "Te mando una foto del parque... Vieras cómo se me subían las palomas"; "Hace mucho que no recibo carta tuya"; "No me gustan las tortugas porque son lerdas"; "Estuve enfermo. Me dieron un remedio que era un asco pero no lo escupía para no desperdiciar plata"; "Te mando de nuevo la carta que me de devolvieron"; "Cuando tenga plata te voy a hacer telagramas", son algunos de los fragmentos de los mensajes de Alberto en esos años.

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Una de las cartas que Nora recibió de su hijo en la cárcel con el sello de "censurada", que significaba que ya la habían revisado.

En las líneas que le llegaban a la madre a la cárcel de Devoto, mientras transcurría la dictadura que dejó 30.000 desaparecidos en el país, se perciben las preocupaciones de un chico común y las señales de una época marcada por el control.
Nora Giménez era miembro de la Unión de Estudiantes Secundarios en Santiago del Estero y también estaba vinculada con la Juventud Peronista. Fue condenada a 25 años de prisión por subversión y asociación ilícita en un "consejo de guerra", una especie de juicio sumario que hacían los militares en el que los acusados estaban con los ojos vendados y no tenían derecho a defensa. Recuperó la libertad el 28 de diciembre de 1983, tras el regreso de la democracia, porque se revisaron las resoluciones militares y muchos presos políticos pudieron volver a sus casas.
Cuando salió de la cárcel, su marido, que había sido abogado de un gremio de trabajadores azucareros, había muerto en el exilio; sus compañeros de militancia estaban desaparecidos y su hijo tenía ocho años.
Unos dos años después conoció a su segunda pareja, Rafael Morales, un salteño que había estado entre los presos políticos del penal de Rawson. Con su nuevo esposo se radicó en la provincia, donde tuvo cuatro hijos más.
"A mí me dejaban mandar una carta una vez por mes. A muchas las rechazaban y me las devolvían porque leían algo que, por algún motivo, les parecía sospechoso. Nunca entendías la razón", describe.
"Siempre sentí que iba a salir viva", asegura. En su casa de la avenida Belgrano guarda las hojas que se salvaron de las requisas carcelarias en las que los guardias se podían llevar cualquier cosa que encontraran en la celda.
Víctima de Musa Azar
Entre los torturadores de Nora Giménez estuvo Antonio Musa Azar, el exjefe de Inteligencia de la Policía de Santiago del Estero que actualmente está condenado por delitos de lesa humanidad y por el homicidio de dos mujeres ocurrido en 2003, conocido como el doble crimen de La Dársena.
"Me aplicaba la picana a cara descubierta. Me decía que yo nunca iba a salir en libertad y no lo iba a poder contar. Después lo reconocí en los medios de comunicación", recordó.
Hasta ahora no sabe bien cómo se salvó de ser ejecutada o desaparecer, como muchos de sus compañeros. De acuerdo con lo que pudo reconstruir, iba a ser asesinada junto con otros militantes en la denominada masacre de Margarita Belén, pero aparentemente la salvó una contingencia climática.
El 10 de diciembre de 1976, en Buenos Aires, le dijeron que iban a trasladarla a Chaco junto con su compañera Elsa Quiroz. Pero finalmente no las derivaron porque la niebla impedía los vuelos.
Luego dedujeron que iban a ser víctimas del operativo en el que fusilaron a 22 presos políticos cerca de la localidad chaqueña de Margarita Belén, el 12 de diciembre de 1976.
"Le pregunté a la celadora por qué nos llevaban a Chaco. Me respondió que averiguara menos y rezara más. Para la dictadura la vida no valía nada", contó sobre ese momento.
Ya en Salta, empezó la carrera de Letras y recuperó su participación política. Fue diputada y ministra de Trabajo. Actualmente ocupa el cargo de titular del Renatea (Registro Nacional de Trabajadores y Empleadores Agrarios).
Recordar lo que vivió le resulta emocionalmente complicado, pero cree que la historia se debe contar. "A la noche había sesiones de torturas. Todavía me acuerdo de los gritos. Para que no se escucharan, ponían cumbias o música de bandoneón. Era incomprensible que el Estado, que debía proteger a los ciudadanos, estuviera haciendo todo eso", señaló, cuando se cumplen 39 años del inicio de la dictadura militar cuyos crímenes aún no terminan de juzgarse.












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