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"Mi dislexia y yo", el viaje que Santiago del Val Recamán hizo involuntariamente acompañado

Lunes, 18 de enero de 2016 01:30
Santiago del Val Recamán canalizó su trastorno en un diario que atrapó la atención nacional. JAVIER CORBALÁN
La dislexia es como una piel a la que uno estuviera cosido y los esfuerzos por realizarse en diversas actividades, lejos de alejarla, siempre acercan a la persona más a ella. El mundo no comprende esta clase de paradoja. Por ello Santiago del Val escribió "Mi dislexia y yo", un ejercicio que le sirvió de catarsis. Durante sus 52 páginas el lector se topa con extensos periodos de letargo y de disgusto hacia un trastorno que colocó al autor durante su alfabetización primaria a las puertas de un universo de pesadilla. "­Estoy harto de tener siempre dislexia! Estoy llorando porque estoy enojado con la dislexia. Lloro porque esta dislexia me lleva a todos lados", registrarían Santi, el autor, y Mariana, la escritora, el 21 de abril de 2015.
"La idea de escribir un libro me nace de repente porque un día salía de la escuela y mis compañeros se me burlan de la letra. Me dicen que la tengo fea, me dicen "bebé''. Después lo escribí para no sentirme mal, porque sé muchas malas palabras, pero no les digo nada", recuerda Santi. "Vino del colegio y me dijo: "¿Puedo escribir un libro?''. Yo le respondí: "Vos podés hacer lo que quieras. Si querés escribir un libro, podés escribir un libro. Yo escribo y vos me dictás. Es cuestión de esfuerzo y mantenerlo''. Entonces me dijo: "Ya tengo el título: Mi dislexia y yo''", aporta Mariana. Así se unieron en un viaje en que se percibe a Santi en una soledad interior, en la búsqueda de la chispa que lo completara y le permitiera elevarse a un nuevo ser.
Santi.jpg
El cuadro
Según Disfam, una institución sin fines de lucro especializada en dislexia con presencia en España y Latinoamérica, los disléxicos manifiestan de forma característica dificultades para recitar el alfabeto, denominar letras, realizar rimas simples y para analizar o clasificar los sonidos. En el orden de la lectura, aparecen omisiones, sustituciones, distorsiones, inversiones o adicciones, lentitud, vacilaciones, problemas de seguimiento visual y déficit en la comprensión. El trastorno es incompatible con el sistema educativo, debido a que todos los aprendizajes se realizan a través del código escrito. Por ello un equipo interdisciplinario refuerza el aprendizaje del niño y le brinda herramientas constantemente para prevenir secuelas emocionales, desmotivación y fracaso escolar. Santi en varios fragmentos de su diario narra sus sentimientos respecto de sus terapias. "La dislexia hace que mi vida me la pase atrás de esto. Solo quiero vivir sin dislexia, sin Anita, sin Patricia, sin nada... Yo quiero estar con mis hermanos y ser como ellos. No ir allá. Todo me lo arruina, desde los dos años que siento que no puedo estar tranquilo", pone. También surgen huellas de familiares que se adelantan a él, que se anticipan a todas sus dificultades para que el mal momento los encuentre siempre allí, donde Santi hubiese caído, dispuestos a ayudarlo a incorporarse y a demostrar que "la cosa" no tiene importancia. "También fui a ver "La era de Ultron", con mi mamá y mi hermano. Después fuimos al Mac Donalds. Me llevó mi mamá. Esto es lo que me gusta: pasarla bien sin exigencias ni cosas difíciles de hacer. Me relajo...", testimonia para describir la jornada del 1 de mayo.
El Santi de la vida cotidiana no es más ese poeta muchas veces desdichado de su libro. "La dislexia es un problema sobre leer y escribir. El problema es cuando decodificás una letra. Tenés una b y la confundís con una d", describe con dominio y sencillez. También en su diario se nota hacia el final (16 de noviembre) que la sensación de crisis se ha debilitado: "Hace mucho tiempo que no escribo porque no sentía ganas. Porque empecé a aceptar que mi dislexia que no era tan grave. No me debería haber importado tanto tenerla. Ahora sé que es una manera distinta de ver las cosas". Relajado y descansando en un sillón -y en ese exquisito equilibrio entre la ternura y la ironía tan propio de la infancia-, Santi cuenta que le gusta ver películas, jugar a la Play Station, practicar taekwondo. Agrega que quiere descansar. Él ya escribió un libro, porque como en una profecía autocumplida de su diario, aún no lo sabe pero su dislexia lo está llevando a todos lados.
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La dislexia es como una piel a la que uno estuviera cosido y los esfuerzos por realizarse en diversas actividades, lejos de alejarla, siempre acercan a la persona más a ella. El mundo no comprende esta clase de paradoja. Por ello Santiago del Val escribió "Mi dislexia y yo", un ejercicio que le sirvió de catarsis. Durante sus 52 páginas el lector se topa con extensos periodos de letargo y de disgusto hacia un trastorno que colocó al autor durante su alfabetización primaria a las puertas de un universo de pesadilla. "­Estoy harto de tener siempre dislexia! Estoy llorando porque estoy enojado con la dislexia. Lloro porque esta dislexia me lleva a todos lados", registrarían Santi, el autor, y Mariana, la escritora, el 21 de abril de 2015.
"La idea de escribir un libro me nace de repente porque un día salía de la escuela y mis compañeros se me burlan de la letra. Me dicen que la tengo fea, me dicen "bebé''. Después lo escribí para no sentirme mal, porque sé muchas malas palabras, pero no les digo nada", recuerda Santi. "Vino del colegio y me dijo: "¿Puedo escribir un libro?''. Yo le respondí: "Vos podés hacer lo que quieras. Si querés escribir un libro, podés escribir un libro. Yo escribo y vos me dictás. Es cuestión de esfuerzo y mantenerlo''. Entonces me dijo: "Ya tengo el título: Mi dislexia y yo''", aporta Mariana. Así se unieron en un viaje en que se percibe a Santi en una soledad interior, en la búsqueda de la chispa que lo completara y le permitiera elevarse a un nuevo ser.
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El cuadro
Según Disfam, una institución sin fines de lucro especializada en dislexia con presencia en España y Latinoamérica, los disléxicos manifiestan de forma característica dificultades para recitar el alfabeto, denominar letras, realizar rimas simples y para analizar o clasificar los sonidos. En el orden de la lectura, aparecen omisiones, sustituciones, distorsiones, inversiones o adicciones, lentitud, vacilaciones, problemas de seguimiento visual y déficit en la comprensión. El trastorno es incompatible con el sistema educativo, debido a que todos los aprendizajes se realizan a través del código escrito. Por ello un equipo interdisciplinario refuerza el aprendizaje del niño y le brinda herramientas constantemente para prevenir secuelas emocionales, desmotivación y fracaso escolar. Santi en varios fragmentos de su diario narra sus sentimientos respecto de sus terapias. "La dislexia hace que mi vida me la pase atrás de esto. Solo quiero vivir sin dislexia, sin Anita, sin Patricia, sin nada... Yo quiero estar con mis hermanos y ser como ellos. No ir allá. Todo me lo arruina, desde los dos años que siento que no puedo estar tranquilo", pone. También surgen huellas de familiares que se adelantan a él, que se anticipan a todas sus dificultades para que el mal momento los encuentre siempre allí, donde Santi hubiese caído, dispuestos a ayudarlo a incorporarse y a demostrar que "la cosa" no tiene importancia. "También fui a ver "La era de Ultron", con mi mamá y mi hermano. Después fuimos al Mac Donalds. Me llevó mi mamá. Esto es lo que me gusta: pasarla bien sin exigencias ni cosas difíciles de hacer. Me relajo...", testimonia para describir la jornada del 1 de mayo.
El Santi de la vida cotidiana no es más ese poeta muchas veces desdichado de su libro. "La dislexia es un problema sobre leer y escribir. El problema es cuando decodificás una letra. Tenés una b y la confundís con una d", describe con dominio y sencillez. También en su diario se nota hacia el final (16 de noviembre) que la sensación de crisis se ha debilitado: "Hace mucho tiempo que no escribo porque no sentía ganas. Porque empecé a aceptar que mi dislexia que no era tan grave. No me debería haber importado tanto tenerla. Ahora sé que es una manera distinta de ver las cosas". Relajado y descansando en un sillón -y en ese exquisito equilibrio entre la ternura y la ironía tan propio de la infancia-, Santi cuenta que le gusta ver películas, jugar a la Play Station, practicar taekwondo. Agrega que quiere descansar. Él ya escribió un libro, porque como en una profecía autocumplida de su diario, aún no lo sabe pero su dislexia lo está llevando a todos lados.
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