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Olga Gerez se despide del oficio de sacar sonrisas con el sabor de los helados

La empleada de comercio se jubila este mes.
Domingo, 15 de diciembre de 2019 00:07

Olga Gerez se jubila este mes y El Tribuno aprovechó para realizarle un merecido homenaje a una trabajadora de toda la vida.

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Olga Gerez se jubila este mes y El Tribuno aprovechó para realizarle un merecido homenaje a una trabajadora de toda la vida.

Desde hace más de 25 años trabaja en la heladería Corona, el tradicional local ubicado en Corrientes y Santa Fe, de la popular Villa Soledad.

“Yo soy la cara de la heladería Corona”, dijo desde detrás del mostrador especial que tiene los tambores con los gustos de helados.

Cuando hay trabajadores nuevos le ponen carteles para saber a dónde está la crema del cielo o la frutilla. Cuando está Olga no hay cartel, se lo sabe de memoria, de toda una vida trabajando para la firma familiar.

Ella entró en 1994 cuando sus primas, que ya trabajan en el local, la llevaron ante los hermanos Juan y Vicente Corona, la primera generación de propietarios de la heladería.

“Yo venía recomendada, así que primero me enseñaron cómo se trabaja con los helados y me hicieron una prueba. A esa la aprobé bien. Pero lo más riguroso acá es la limpieza. Nos están observando siempre ese aspecto. Todo es pulcro aquí. Luego me explicaron cómo se atiende porque una puede ser habilidosa con los helados, pero otra cosa muy importante es atender bien a los clientes. Nosotras trabajamos gracias a ellos por lo que siempre debemos ser amables. Esta firma se caracteriza por tener empleados por mucho tiempo, entonces los clientes ya son como amigos. Sabemos de dónde vienen, qué gustos prefieren, los nombres; todo es muy cordial”, comentó Olga y aclaró: “muchos vienen desde toda la ciudad a comprar, no solo de la zona. Sin dudas que la gran mayoría viene por la crema rusa en primer lugar y luego por el chocolate Bariloche. “Son dos gustos únicos, las estrellas del local. Pero los gustos son como los colores, cada uno tiene su preferido” dijo y tomó una cucharita, abrió el tercer tambor de la segunda fila y levantó una muestra que le hizo probar al cronista. Eso hace siempre Olga, le brinda a su cliente un mimo maternal que no se suele encontrar en los negocios más grandes.

Olga entra a trabajar a las 9 y sale a las 17. Tiene una media hora para preparar el comercio para la llegada de los clientes. A las 9.30 abre al público y las puertas se mantienen abiertas hasta entrada la noche. Olga también ayuda a fabricar el helado, hace las tortas heladas y los pingüinos. Todo sale de sus manos y de las de sus compañeras que trabajan durante el calor. Porque esa es otra característica de heladería: abren desde septiembre a marzo, quizás algún abril.

“Cuando no vengo a la heladería, en los meses del frío yo me dedicaba mucho a cuidar personas, especialmente ancianos o enfermos. Ahora que me jubilo a fin de mes no sé qué voy a hacer”, dijo al borde de las lágrimas.

Olga ya está grande y siente el peso del tiempo en sus pies. No puede estar parada ocho horas como antes con su sonrisa perenne. Entonces viene su hija y la ayuda cuando hace mucho calor y sabe que la clientela no dejará descansar a su madre. Los dueños no se alteran y dejan que la hija apuntale a la madre en el bello oficio de servir helados a la gente. Mientras tanto, el tiempo sigue pasando indefectible y su estadía en el mostrador se está acabando.

“Yo no quiero dejar de trabajar, yo quiero seguir viniendo, pero don Antonio (el dueño) me dice que es tiempo de jubilarme, que siempre puedo venir. Pero eso no es lo mismo que los descansos en los tiempos del frío. Yo de solo saber que no voy a venir a trabajar me pone muy triste porque es malo quedarse en casa sin hacer nada”, dijo Olga y dejó al desconsuelo sentado a la mesa redonda del local.

Historia

Sucede que Olga tiene un récord que ahora puede ser noticia, pero que en los viejos tiempos era moneda común.

Ella comenzó a trabajar a los 10 años.

Su mamá Rosalía Vizgarra y su papá Raimundo tuvieron 11 hijos que los criaron en La Población, para los conocedores pescadores, un paraje ubicado sobre la ruta provincial 29, muy cerca de El Quebrachal, pero departamento Metán. Allí se crió en un ambiente rural, con animales de corral, tareas típicas del campo y un calor que comprime el pecho.

Una prima la llevó a los 10 años a la ciudad de Metán para trabajar en la limpieza de una casa familiar. Lo cuenta con atrapante naturalidad.

A los 15 años, “cuando ya era grande”, esa misma prima la trae a Salta porque una cuñada necesitaba a alguien que le cuide a los hijos. Así fue que se instaló en la zona sur del macrocentro, más conocida como Villa Soledad.

“Ahí yo aprendí que mi trabajo era tratar y cuidar gente. A los poco años ya cuidaba a personas mayores y luego a enfermos. De algún modo, ese trabajo me sirvió para la heladería porque ya sé cómo tratar amablemente a las personas”, dijo son su sonrisa inconmensurable. Si tomamos su relato como testimonial podemos concluir que trabaja desde hace más de 50 años y que no quiere dejar de hacerlo. 

Sin que ella lo pida, todos sabemos que en lo que queda del mes se podrá pasar a probar un helado como una coartada para saludarla y desearle lo mejor para su nueva etapa.

La historia del arresto

Un domingo de carnaval partieron chicas rumbo a las carpas de Cerrillos. 

De pasada la subieron a Olga. Ya tenía 30 años y por esos tiempos se pensaba que ya se quedaba soltera para toda la vida. En “Carioca”, entre zambas, harina y baldazos un mozo la sacó a bailar. Era un chango amigo de un amigo de las amigas que la llevaron.

En el primer arresto doble ya estaba todo dicho. El amigo del amigo se durmió sentado y ese día Ricardo Guanca se convirtió en héroe y tuvo que manejar un Fiat lleno de fiesteros. 

Nunca más se separaron y luego, con el tiempo vinieron sus hijos Lorena y Leonardo, quienes les dieron cuatro nietos.

Breve historia sobre una heladería tradicional

Funciona desde hace 53 años con tres generaciones.

La heladería funciona desde hace 53 años y su historia está para contarse en otra página completa.

Cuando Antonino Corona fallece, sus hijos Juan y Vicente utilizan un dinero que les deja su padre para comprar todo lo necesario para una heladería. Siempre le apuntaron fuerte a lo artesanal. Siempre estuvieron ubicados en el mismo local.

Con el tiempo, Antonio, el hijo de Vicente se hizo cargo del negocio siguiendo la impronta de mantener a los trabajadores y solo hizo más simples y mejoradas las recetas de los mismos gustos de siempre.

Hoy, la tercera generación ya entró en acción y tiene todas las intensiones de seguir mejorando. 

Los hijos de Antonio y Marita, Nicolás y Franco, ya están al frente del negocio, siguen con la calidad y están sumando por ahora detalles como la posibilidad de ir a tomar un buen café. 

En el corto plazo quieren comenzar a fabricar un helado semiindustrial para abrir otras bocas de expendio por la ciudad.

Don Antonio tiene otras dos hijas profesionales, cada una en su vida, pero los mira a los changos y recorre ese camino familiar que tiene como origen un cajón de lustra y es entonces cuando se pone a llorar de alegrías, penas y otras emociones encontradas.

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