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¿Diagonal de la historia?

Jueves, 27 de junio de 2019 00:00

La decisión del presidente de la República de abrir la conformación de la coalición que gobierna, que ha adoptado el nombre de Juntos para el Cambio, incorporando sorpresivamente a un político histórico del peronismo, Miguel Ángel Pichetto, puede representar un mero recurso electoral ante la posibilidad de perder la elección, frente al movimiento táctico del kirchnerismo, o quizás estemos ante una determinación cuya relevancia institucional y política, trascienda como un hecho histórico que inicie una forma de hacer política y de gobernar, que renueve la esperanza, largamente aguardada por la ciudadanía responsable, de concretar la apetencia de una república genuinamente democrática, fundada sobre la igualdad y el respeto a la ley y a la opinión ajena, sin autoritarismos ni apóstoles iluminados, que medran a expensas de la proliferación de una pobreza cautiva.

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La decisión del presidente de la República de abrir la conformación de la coalición que gobierna, que ha adoptado el nombre de Juntos para el Cambio, incorporando sorpresivamente a un político histórico del peronismo, Miguel Ángel Pichetto, puede representar un mero recurso electoral ante la posibilidad de perder la elección, frente al movimiento táctico del kirchnerismo, o quizás estemos ante una determinación cuya relevancia institucional y política, trascienda como un hecho histórico que inicie una forma de hacer política y de gobernar, que renueve la esperanza, largamente aguardada por la ciudadanía responsable, de concretar la apetencia de una república genuinamente democrática, fundada sobre la igualdad y el respeto a la ley y a la opinión ajena, sin autoritarismos ni apóstoles iluminados, que medran a expensas de la proliferación de una pobreza cautiva.

Un propósito de acabar con los autoritarismos y los señores feudales, para encauzarnos en la supervivencia de la institucionalidad y la concertación democrática.

Sorpresivo

Al menos una aproximación a la trascendencia de esta acción, tan sorpresiva como imprevisible, debe partir de la apreciación de cada una de las dos iniciativas implicadas, el ofrecimiento y la aceptación, no carentes de audacia y determinación.

En el caso de la decisión de Mauricio Macri de proponer la candidatura a vicepresidente de la Nación, a un jefe político de la oposición peronista, ante todo parece indicar la evolución de un gobernante, al que se le atribuía un desconocimiento y desapego al oficio político, y la condición de puro empresario puesto a administrar la cosa pública, al alumbramiento de un auténtico homo politicus.

Ello por sí solo, implicaría un augurio de impulsar con determinación e idealismo, el objetivo de producir las transformaciones que reclama el país para ocupar un lugar de importancia y desarrollo y que hasta hoy parecía más una quimera, una promesa esperanzadora de Cambiemos que, en opinión de muchos, se fue diluyendo, en una acción de gobierno que no lograba concretar, o al menos dar principio de ejecución a esa esperanza.

Emancipándose de un círculo áulico que lo inducía a encapsular el espacio y la generación de las decisiones, el presidente Macri parece haber entendido que su propósito de encauzar el país en el destino de grandeza con que fue concebido en su doloroso nacimiento, ha de llevarse a cabo ineludiblemente con la participación de otros sectores democráticos, a través de acuerdos y consensos, incluyendo no sólo a los que forman parte de la coalición, a quienes también retaceó hasta ayer una participación que era requerida en especial por un radicalismo postergado, sino a sectores de la oposición con disposición para participar en un debate por una Argentina menos confrontativa, arrancar al país de la parálisis y acabar con la frustración de la República.

Sin duda que la determinación del presidente, de acudir nada menos que a un jefe político de un movimiento que nació con ideales y propósitos de exaltar la igualdad y el amparo a los grupos más desprotegidos del grupo social, pero que en el decurso de su monopolio casi absoluto del poder, se erigió en un régimen absolutista, cuya condición para su subsistencia es la posesión del poder, arrogándose el derecho de impedir cumplir su mandato a cualquier gobierno que no fuera de su signo, constituye una osadía que ha de entenderse fundada, en primer lugar, en un veredicto sobre el mérito del elegido.

Las condiciones de Pichetto, de expresarse ante quienquiera sin embozo, de mantener sus convicciones en cualquier lugar que ocupe, en haber demostrado una lealtad inmutable a ellas y a sus compromisos, a la valentía de haber objetado a la misma presidente, cuando aún esta ejercía el cargo, su capacidad de autocrítica, ha de haber cimentado ese veredicto.

Pero quizá haya sido también determinante, la oportunidad de encontrar a través de él, el camino hacia el reencuentro de los argentinos, que es un anhelo que aguijonea con angustia y exasperación, a una porción importante de la población, para que se concluya con ese lastre de la remanida grieta, el antagonismo entre fracciones políticas que se han vuelto virulentas, el peronismo y el antiperonismo, la fragmentación de las familias, la estéril dicotomía entre democracia y autoritarismo, entre el ánimo de pactar y la veleidosa falta de autocrítica del partido único.

Puestos a evaluar la otra iniciativa, la de la aceptación del ofrecimiento por parte del senador Pichetto, estimando aquellas condiciones personales suyas aludidas más arriba, en especial la autocrítica, y pudiendo aceptarse que sea verosímil la posibilidad de un peronismo republicano, que hasta hoy parecía una contradicción en sí mismo, un oxímoron, que intentó explorarse como una posibilidad en la llamada tercera vía, encarnada en la denominada Alternativa Federal, cabe ilusionarse en que el presidente haya concebido hacer realidad, esa perspectiva de integrar al peronismo a una concepción democrática de gobierno, a través de un líder capaz de producir en ese movimiento el paso hacia la ética de la transformación, en una acción que el mismo Pichetto, al aceptar incorporarse a la fórmula electoral del oficialismo, como candidato a vicepresidente de la Nación, proclamó como "la diagonal de la historia que ha de definir el futuro del país".

No es posible saber aun lo que solo el tiempo podrá develar, en cuanto a la posibilidad de que tamaña metamorfosis pueda ser emprendida y alcanzada por estos dos protagonistas de un momento histórico de la Argentina, en el que parece peligrar la supervivencia de la República democrática con los tres poderes independientes, y su reemplazo por un orden absolutista con el quebranto de las libertades públicas.

Pero cabe al ciudadano común, desvalorizado, mortificado por décadas de esfuerzo y sacrificio sin gratificación, ilusionado y decepcionado por innumerables promesas incumplidas, poder adjudicarse como propia la fantasía de ver un día concretado el sueño de una Argentina de unidad, que pueda vivirse en la vigencia de la ley y el respeto a la opinión ajena, único camino hacia la paz y la prosperidad.

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