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La gran obsesión y la impotencia

Viernes, 05 de marzo de 2021 00:00

La vicepresidenta, sentada frente a los jueces, volvió a recurrir a lo que más domina: escenificación de un monólogo. Dialogar le está vedado y eso quedó en evidencia cuando, hace dos años, se refirió a la única entrevista realizada por un periodista normal y hasta inofensivo, Luis Novaresio, y dijo que se había sentido en una sala de torturas.

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La vicepresidenta, sentada frente a los jueces, volvió a recurrir a lo que más domina: escenificación de un monólogo. Dialogar le está vedado y eso quedó en evidencia cuando, hace dos años, se refirió a la única entrevista realizada por un periodista normal y hasta inofensivo, Luis Novaresio, y dijo que se había sentido en una sala de torturas.

Desde la pose de víctima se convierte en acusadora: una acusadora que no admite repreguntas. La condena a Lázaro Báez golpeó fuerte en el Gobierno. Ayer Cristina dijo que los jueces ocupan ahora el lugar de los militares en la dictadura y cumplen la misma función para poner al servicio de las "elites" toda decisión política. ("los mismos intereses", dijo). Comparar a los jueces y a Macri y su gobierno con la dictadura es un disparate trágico: las miles de muertes, desapariciones y torturas de los "70 son incomparables con cualquier democracia. Son formas de frivolizar la historia. De la misma manera, atribuir al poder judicial el triunfo de Macri es, el cierto modo, agraviar a la voluntad ciudadana. Cristina Fernández no es la única que lo hace, pero es la más relevante. Además, es un absurdo: El triunfo de Macri no solo expresó la confianza en una visión de la realidad antagónica al kirchnerismo, sino que en 2015 contó con la inestimable ayuda de la entonces presidenta que impuso como candidato a gobernador bonaerense al peor que podía elegir, Aníbal Fernández. Probablemente, ella misma prefería que ganara Macri y no el zizagueante Daniel Scioli.

Apoltronada en su despacho volvió, por enésima vez, a mostrar su vocación de pasar a la historia como una luchadora revolucionaria inmolada por el poder, una especie de Juana de Arco o la heredera de Eva Duarte.

Tanto ella como Alberto Fernández, el lunes, atacaron con ferocidad a la Justicia. Le atribuyen el rol de acosamiento contra el Poder Ejecutivo y los hacen con argumentos de baja estofa. El presidente, por ejemplo, acusó a los jueces por el incremento perceptible de la violencia de género, cuando debió dirigir su mirada, en ese momento, a sus ministros de la Mujer, Elizabeth Gómez Alcorta, Se Seguridad, Sabina Frederic, y de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, que son los responsables de llegar antes del desastre. La puesta en escena de la víspera se dio por la denuncia por la operación de dólar futuro, que permitió a compradores de divisas recuperar en un par de meses el doble de pesos que entregaban. Como contraataque, Fernández promete denunciar penalmente a Macri por el préstamo del FMI. La cruda realidad es que el centro de la agenda siguen siendo la montaña de procesamientos que aterran a la vicepresidenta. Tenemos un gobierno atado a conflictos elitistas.

Macri recibió un país con una deuda de 330.000 millones de dólares, un déficit fiscal del 7%, un PBI inmovilizado desde que en 2011 se decretara el cepo cambiario; el gasto público había pasado del 24% al 40% del PBI y la economía no mostraba una luz al final del túnel. Macri no resolvió nada. El problema es que un país donde el presidente, desde México, descalifica a la Justicia por un escándalo surgido del propio gobierno, luego promete a la asamblea reformar la Justicia y, de inmediato, querellar a su antecesor, no hace más que describir la fórmula para una "justicia adicta", como la de Nicolás Maduro o Evo Morales. Incluso, cuando cuestionan el poder de los jueces, siendo ambos abogados, prescinden de la naturaleza misma de la Justicia republicana, que debe ser elegida por capacidad académica y jurídica probada. La politización de la Justicia es una "mala praxis" idealizada e ideologizada por Justicia Legítima. Es la pretensión de los teóricos K que justifican la corrupción como instrumento de la democracia. O la grosería del ministro del Interior, Eduardo de Pedro, quien, con una frase que transita entre patoterismo y la pérdida del sentido de la realidad amenazó: "O se transforman (los jueces) o se van de un poder que busca igualdad y justicia". Solo puede interpretarse como "absuelvan a Cristina".

Pero ¿tiene el oficialismo poder y espalda para llegar tan lejos?

 

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