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25 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
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“Para enseñar pesas hay que saber de anatomía y fisiología”

Juan Manuel Bonetta Villalón, entrenador nacional en musculación. 
Domingo, 11 de abril de 2021 02:40

Juan Manuel Bonetta Villalón es más conocido y querido como el “Vikingo”. Barba larga, alrededor de un metro ochenta, más de 120 kilos de músculos y hasta parece malo, pero es más bueno que la quinoa.
Todos y todas lo rodean, lo saludan, lo abrazan, lo molestan con bromas, pero también le preguntan y le consultan cómo hacer los mejores ejercicios en el gimnasio.
Es ya un reconocido entrenador nacional en musculación dentro del ambiente de los fierros salteños. Sin embargo, pocos conocen y saben la historia sobre cómo llegó el “Vikingo” a ser un referente en entrenamiento muscular.
Hoy tiene 37 años y vino de Córdoba arrastrado por una salteña, pero ese es un capítulo para más adelante.
Su infancia la pasó en Alta Córdoba, barrio de la capital, junto a su hermano mayor Martín y su hermana menor Gabriela. Sus padres Susana y Martín tenían que soportar su fanatismo por el Instituto Atlético Central Córdoba. Su amor por la Gloria lo llevaban a ponerse hasta calzoncillos de rojo y blanco. Gorras, camisetas oficiales, de entrenamientos, toallones, banderas, banderitas, pantalones, medias, todo de la Gloria; una enfermedad que sólo duró hasta los 16 años.
“Yo ya no me quiero acordar, pero Instituto jugó una final contra Nueva Chicago en 2001, para el ascenso a primera, en el Chateau Carreras (ahora Mario Alberto Kempes). Por supuesto que yo fui a la cancha disfrazado de la Gloria y perdimos. Yo me quería morir, 16 años tenía. Ahí en las tribunas entregué la camiseta, la gorra, la bandera, todo. Desde ese día no vi nunca más fútbol; mi decepción fue más grande que mi fanatismo”, dijo el “Vikingo”.
“Por esos tiempos mi hermano ya practicaba pesas desde hacía un tiempo en un gimnasio de Córdoba que se llama Stylo Gym, que sigue funcionando, y al cual me comenzó a llevar. Yo pesaba 70 kilos, era un palillo que hacía atletismo y básquet. En el gimnasio Martín me presentó a Eduardo Isla, que era el dueño”, recordó. 
Y siguió: “Ahí comencé, como hacen todos los chicos: dándole duro a los fierros. Al tiempo, el gimnasio comenzó a cerrar en las siestas porque iba poca gente y yo el único horario que podía ir era por esas horas. Tenía 17 años y quería terminar el secundario. Entonces Eduardo, en un acto increíble, me prestó las llaves del gimnasio y yo entrenaba a puertas cerradas. Como nada tiene secretos en un gimnasio, pronto otros se enteraron y comenzaron también a ir y yo no era instructor, pero era encargado”.
Cuando termina la escuela media Juan estudia para recibirse de entrenador nacional en musculación. “Yo me animo a esa carrera gracias a Isla. Él fue quien me guió y le estoy muy agradecido”, dijo.

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Juan Manuel Bonetta Villalón es más conocido y querido como el “Vikingo”. Barba larga, alrededor de un metro ochenta, más de 120 kilos de músculos y hasta parece malo, pero es más bueno que la quinoa.
Todos y todas lo rodean, lo saludan, lo abrazan, lo molestan con bromas, pero también le preguntan y le consultan cómo hacer los mejores ejercicios en el gimnasio.
Es ya un reconocido entrenador nacional en musculación dentro del ambiente de los fierros salteños. Sin embargo, pocos conocen y saben la historia sobre cómo llegó el “Vikingo” a ser un referente en entrenamiento muscular.
Hoy tiene 37 años y vino de Córdoba arrastrado por una salteña, pero ese es un capítulo para más adelante.
Su infancia la pasó en Alta Córdoba, barrio de la capital, junto a su hermano mayor Martín y su hermana menor Gabriela. Sus padres Susana y Martín tenían que soportar su fanatismo por el Instituto Atlético Central Córdoba. Su amor por la Gloria lo llevaban a ponerse hasta calzoncillos de rojo y blanco. Gorras, camisetas oficiales, de entrenamientos, toallones, banderas, banderitas, pantalones, medias, todo de la Gloria; una enfermedad que sólo duró hasta los 16 años.
“Yo ya no me quiero acordar, pero Instituto jugó una final contra Nueva Chicago en 2001, para el ascenso a primera, en el Chateau Carreras (ahora Mario Alberto Kempes). Por supuesto que yo fui a la cancha disfrazado de la Gloria y perdimos. Yo me quería morir, 16 años tenía. Ahí en las tribunas entregué la camiseta, la gorra, la bandera, todo. Desde ese día no vi nunca más fútbol; mi decepción fue más grande que mi fanatismo”, dijo el “Vikingo”.
“Por esos tiempos mi hermano ya practicaba pesas desde hacía un tiempo en un gimnasio de Córdoba que se llama Stylo Gym, que sigue funcionando, y al cual me comenzó a llevar. Yo pesaba 70 kilos, era un palillo que hacía atletismo y básquet. En el gimnasio Martín me presentó a Eduardo Isla, que era el dueño”, recordó. 
Y siguió: “Ahí comencé, como hacen todos los chicos: dándole duro a los fierros. Al tiempo, el gimnasio comenzó a cerrar en las siestas porque iba poca gente y yo el único horario que podía ir era por esas horas. Tenía 17 años y quería terminar el secundario. Entonces Eduardo, en un acto increíble, me prestó las llaves del gimnasio y yo entrenaba a puertas cerradas. Como nada tiene secretos en un gimnasio, pronto otros se enteraron y comenzaron también a ir y yo no era instructor, pero era encargado”.
Cuando termina la escuela media Juan estudia para recibirse de entrenador nacional en musculación. “Yo me animo a esa carrera gracias a Isla. Él fue quien me guió y le estoy muy agradecido”, dijo.

Capítulo “lavarropas”

A los 21 años ya trabajaba como instructor y como personal de seguridad. Con trabajo y plata se muda al coqueto barrio de Nueva Córdoba. En esa vida de la noche universitaria y descontrol conoce a una salteña que estudiaba Psicología en la UNC. Cuando ella se recibe pasa un tiempo en La Docta sin conseguir empleo. La psicóloga se viene a visitar a su familia y Juan la acompaña en plan de vacaciones. Ahí el “Vikingo” descubre a sus suegros, pero se enamora más de Salta.
“Yo me quedé alucinado con la ciudad y con su paisaje lleno de cerros. No podía creer que salía a la vereda y veía los cerros y no edificios. Volvimos a Córdoba y quedó picando la idea de volver. Como ella no conseguía nada yo le dije que nos vengamos a vivir a Salta”, dice él. La verdad nunca la sabremos, pero el caso es que deja todos los trabajos en Córdoba y llega en Salta en 2009.

Con experiencia y título comienza a recorrer la ciudad para dejar currículum en los gimnasios que pensaba lo podía emplear. Profesionales con su título específico eran muy difícil de encontrar por esos años en el circuito local y al testimonio a partir de ahora lo brinda Belinda Martínez Renieo, propietaria del Full Center Gym.
“Dos días antes se nos había ido una profesora de pesas. Nosotros siempre quisimos a alguien específico en el sector porque los profesores de educación física saben, pero están en otra; a ellos les gusta el aire libre y no se sienten cómodos en los salones cerrados. Como si fuera por una bendición, Juan apareció con su carpetita. Yo lo miré y me di cuenta automáticamente de que era el indicado, y para colmo tenía el título que queríamos. Le mostré el salón, le dije que venga al otro día y no se fue más. Estamos muy contentos con él por cómo es como profesor, pero sobre todo por cómo es como persona. Es un gran compañero y se prende en todas las actividades extra que organizamos con los socios”, dijo Belinda.
“Hacemos asados, locros, fiestas y carnavales; todo eso además de entrenar y cosechar muchos amigos”, dijo el “Vikingo”, que si bien con el tiempo se separó de la psicóloga, se quedó definitivamente con Salta.

Multifacético

En el Mercado Medieval de Vaqueros. Foto: Archivo.

En medio de todos estos años pasó desde ser seguridad privada y de boliches hasta participar en las ediciones épicas del Mercado Medieval de Vaqueros en donde el “Vikingo” lució con todo su esplendor.
“En Salta muchos me conocen no como Vikingo sino como Unferth y es porque llevo la cultura Ásatrú tatuada en mi piel con las nueve nobles virtudes de los vikingos”, dijo Juan. Las nueve virtudes de esa práctica religiosa son el coraje, la verdad, el honor, la fidelidad, la disciplina, la hospitalidad, la productividad, la confianza y la perseverancia; todas virtudes que realmente las tiene Juan,  el  “Vikingo”.

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