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Galanteos entre los animales

El “amor” se manifiesta en delicadas y curiosas galanterías, en actos de profunda fidelidad y en muestras de sorprendente y exquisita ternura.
Sabado, 17 de abril de 2021 14:38

Hasta los insectos humildes cortejan galantemente al objeto de sus amores y le hacen regalos. De estos galanteos hay ejemplos en todo el reino animal. El gelásimo o el cangrejo violinista agita su pinza de vivo color y baila ante su dama. Muchas arañas machos exteriorizan su amor por medio de complicados valses y difíciles piruetas. El escorpión tiende sus “manos”, toma en ellas sus extremidades más pequeñas de la hembra y, hacia atrás, la lleva a dar un paseo.
Los cantos amorosos no son propiedad exclusiva del hombre. Se extienden hasta ciertos niveles primitivos de la vida animal. Cuando el cangrejo de río está enamorado canta una especie de sorda serenata, frotando las pinzas de sus patas contra el pico de su caparazón. Hasta las langostas, en el júbilo de su periodo amoroso, “castañetean” las pinzas.
En las especies animales más desarrolladas el galanteo es una costumbre más elaborada. No existen relaciones amorosas tan delicadas y deslumbrantes como las de las aves.
El reyesuelo, pájaro muy común en Europa, regala ramitas a su hembra y con frecuencia construye un tosco nido ante la mirada de ella. A medida que construye la casa, ramita tras ramita, vuela una y otra vez junto a su novia y hace vibrar las alas, al tiempo que vuelve la cabeza atrás y deja escapar un trino embelesado.
El pájaro picotero suele hacer sus galanteos con cerezas u otras frutas pequeñas semejantes. Pone una cereza en el pico de la dama, a veces, una segunda y una tercera. Si ella corresponde a su requerimiento, acepta la fruta, pero no la come, la vuelve a poner en el pico del galán. Los dos se posan juntos en una rama y se pasan delicadamente el presente uno al otro.
El tilonorrinco australiano es el ave que hace los regalos amorosos más sorprendentes. Los machos construyen primorosas “cabañas”, que a veces tienen varios palmos de largo y hasta un metro y cuarto de alto, todas atractivamente adornadas con flores y vallas de vivos colores. Allí invita a la hembra elegida. Incluso a veces la pinta de azul, con un jugo que extrae de una mora.
Pero entre los animales no solo se manifiesta el amor intenso que culmina en el apareamiento. En sus vidas, al igual que en la de los humanos, hay también ternura, constancia y fidelidad hasta la muerte.
Cierto día una osa se cayó en la trampa que le había preparado un cazador canadiense. Cuando éste acudió a recoger su presa, el macho se encontraba frente a su compañera. El enorme animal de pelo hirsuto la tenía abrazada.

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Hasta los insectos humildes cortejan galantemente al objeto de sus amores y le hacen regalos. De estos galanteos hay ejemplos en todo el reino animal. El gelásimo o el cangrejo violinista agita su pinza de vivo color y baila ante su dama. Muchas arañas machos exteriorizan su amor por medio de complicados valses y difíciles piruetas. El escorpión tiende sus “manos”, toma en ellas sus extremidades más pequeñas de la hembra y, hacia atrás, la lleva a dar un paseo.
Los cantos amorosos no son propiedad exclusiva del hombre. Se extienden hasta ciertos niveles primitivos de la vida animal. Cuando el cangrejo de río está enamorado canta una especie de sorda serenata, frotando las pinzas de sus patas contra el pico de su caparazón. Hasta las langostas, en el júbilo de su periodo amoroso, “castañetean” las pinzas.
En las especies animales más desarrolladas el galanteo es una costumbre más elaborada. No existen relaciones amorosas tan delicadas y deslumbrantes como las de las aves.
El reyesuelo, pájaro muy común en Europa, regala ramitas a su hembra y con frecuencia construye un tosco nido ante la mirada de ella. A medida que construye la casa, ramita tras ramita, vuela una y otra vez junto a su novia y hace vibrar las alas, al tiempo que vuelve la cabeza atrás y deja escapar un trino embelesado.
El pájaro picotero suele hacer sus galanteos con cerezas u otras frutas pequeñas semejantes. Pone una cereza en el pico de la dama, a veces, una segunda y una tercera. Si ella corresponde a su requerimiento, acepta la fruta, pero no la come, la vuelve a poner en el pico del galán. Los dos se posan juntos en una rama y se pasan delicadamente el presente uno al otro.
El tilonorrinco australiano es el ave que hace los regalos amorosos más sorprendentes. Los machos construyen primorosas “cabañas”, que a veces tienen varios palmos de largo y hasta un metro y cuarto de alto, todas atractivamente adornadas con flores y vallas de vivos colores. Allí invita a la hembra elegida. Incluso a veces la pinta de azul, con un jugo que extrae de una mora.
Pero entre los animales no solo se manifiesta el amor intenso que culmina en el apareamiento. En sus vidas, al igual que en la de los humanos, hay también ternura, constancia y fidelidad hasta la muerte.
Cierto día una osa se cayó en la trampa que le había preparado un cazador canadiense. Cuando éste acudió a recoger su presa, el macho se encontraba frente a su compañera. El enorme animal de pelo hirsuto la tenía abrazada.

Unos caballeros

Lobos y zorros se aparean para toda la vida, y los especialistas en perros saben que la raza canina es capaz de igual fidelidad. En una ocasión una perra bastarda cayó en la hendidura de una roca. Su compañero, también un perro bastardo, llamado Pete, la salvó de morirse de hambre durante los 10 días que tardaron en encontrarla. Para hacerlo, Pete se contentaba con unos bocados en la cena de cada noche, y escapaba con el resto para dejarlo caer en la oscura grieta donde su dama esperaba.
El mundo de los perros está lleno de ejemplos amorosos. Darby y Joan eran una pareja de perros de pastor belgas que soportaron juntos el bombardeo de Londres. Cuando sonaba la sirena, Joan corría chillando a la caja que le servía de cama y se agazapaba medrosamente. Estuviera donde estuviese, Darby volaba a la casa y cubría con su cuerpo el de la temblorosa compañera. Así estaban ambos cuando los hombres del equipo de salvamento desenterraron a la pareja, después que una bomba hizo blanco en la casa. Joan se encontraba ilesa, pues el cuerpo negro y grande de Darby, inmovilizado ahora por la muerte, había interceptado el choque de la explosión.
Hablar de “luna de miel” al referirse a las aves parece una expresión excesivamente romántica. Pero hasta los científicos más serios que se han dedicado al estudio de la garza real están de acuerdo en que esa es la expresión exacta. Cuando las garzas reales o “airones” llegan al estado de Luisiana, en Estados Unidos, desde sus cuarteles de invierno en la América del Sur, la bandada se divide en parejas. Cada pareja escoge un sitio donde hacer el nido y se retira a él. Pero no empieza a criar familia inmediatamente, primero gozan de una especie de luna de miel y es tan apasionada y feliz que cuando el científico inglés Julian Huxley la presenció por primera vez casi no podía creer que aquello fuese costumbre entre esas aves.
Durante varios días las dos garzas están siempre juntas. Pasan horas enteras inmóviles, la hembra posada en una rama un poco más baja que la que ocupa su compañero y con la cabeza apretada contra el costado de éste. De vez en cuando ambos agitan las alas, estiran los largos cuellos y, entre un estallido de amorosos gritos, los entrelazan. El cuello de las garzas reales es tan largo que cada uno da la vuelta completa al del otro.

Luna de miel

Entonces cada uno de ellos toma en el pico las finas plumas del penacho del otro (los famosos airones) y va dando a cada pluma una especie de “beso” que se desliza desde el arranque hasta la punta. La luna de miel dura 4 o 5 días.
En el amor humano hay ingredientes misteriosos, y lo mismo ocurre con el amor entre los animales. Bu-bu era una atractiva y joven chimpancé del parque zoológico de Londres, y las autoridades tenían interés en procurarle un macho. Le presentaron todos los jóvenes chimpancé de que podía disponerse, pero Bu-Bu no les hizo caso. Los directores de la sociedad zoológica ampliaron su busca. Le llevaron pretendientes de parques privados existentes en otras partes de Inglaterra y hasta del extranjero. Pero Bu-Bu los miró a todos con la mayor frialdad. Como último recurso se permitió que el parque zoológico de Bristol enviase un chimpancé de feo aspecto llamado Koko. Este era de edad mediana, barrigudo, de pelo áspero, que se erizaba en la cabeza como un cepillo de cerda. Pero cuando entró en la jaula de Bu-Bu le lanzó una mirada y sus ojos se iluminaron. No pasó mucho rato sin que se abrazasen. Al año siguiente, la radiante Bu-Bu tuvo una robusta cría que fue bautizada con el nombre de Jubileo, el primer chimpancé nacido en Londres de padres cautivos.
 

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