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Un balotaje, a todo o nada, en noviembre

Martes, 14 de septiembre de 2021 02:16

Luego de la categórica derrota del kirchnerismo, crece en la ciudadanía la sensación de que la ausencia de un plan de gobierno es una clave de la pésima gestión y de la catástrofe electoral. Probablemente no solo falte un plan. Desde 2003 el kirchnerismo sobreutilizó la bandera de “el proyecto”, aunque quedó en claro que tal proyecto era excesivamente dependiente del liderazgo, primero, de Néstor, y luego de Cristina. Un rasgo distintivo de una “nueva” izquierda latinoamericana, que hoy está en el crepúsculo. En todo caso, ese liderazgo debería corresponder a Alberto Fernández, quien claramente se comporta como un delegado. 
La palabra “proyecto”, de ese modo, se convierte en una nebulosa. No hay proyecto ni plan. Ni liderazgo. El Presidente prometió que ayer comenzarían a gobernar bien para poder dar vuelta el resultado en noviembre, aunque también dijo que van a seguir por el mismo rumbo. Luego de casi dos años de gestión y tras haber aumentado la emisión en seis billones de pesos (seis millones de millones) y con una producción que está por debajo de diciembre de 2019, la fábrica de dinero se agotó, y si siguen exprimiéndola, todo va a ser peor. Es decir, deberían cambiar de rumbo lo antes posible, pero en ese caso tendrán poco tiempo para remontar la debacle.
El kirchnerismo perdió 4,8 millones de votos a nivel nacional. La cifra parece irremontable. Apenas ganó solo en distritos blindados, entre otros, Formosa y Santiago del Estero, paradigmas del modelo clientelar. Retrocedió drásticamente en el conurbano, que es el “teatro de operaciones” de La Cámpora y los “barones”, y cayó en Santa Cruz, la provincia que los K gobiernan desde hace 32 años.
En Salta también perdió 126 mil votos: el 42% de los 299 mil que obtuvo en 2019. Sin embargo, logró el domingo una exigua ventaja y terminó primero en las PASO, a pesar de que Juntos por el Cambio avanzó 32.000 votos desde 2019. 
La explicación puede encontrarse en la dispersión de votos en listas que no tienen posibilidad alguna de alcanzar una banca y que solo contribuyen a distorsionar el resultado. Está claro que los partidos de izquierda no logran muchos votos pero tienen un perfil definido, aunque también se desperdigan en facciones. 
Pero esta norma vale también para los candidatos que simplemente tienen una aspiración personal y consiguen fondos para financiar campañas de corto vuelo. Muchas veces se habla de “voto útil”; un voto no es útil ni inútil: debe ser la opción por un proyecto. 
El kirchnerismo está naufragando por su propia inconsistencia, aunque un tercio de los votantes sigue viendo en él un “proyecto”.
La oposición, hoy vertebrada en Juntos por el Cambio, tiene como desafío por delante configurarse como coalición de Gobierno, evitar las veleidades unipersonales y mostrar un proyecto a largo plazo, con planes escalonados y viables, y con la participación de todas las corrientes. 
En noviembre, ahora sí, estará en juego el futuro del país y de cada provincia. 
En democracia los partidos y los proyectos son instrumentos esenciales; ni unos ni otros abundan en la Argentina. En esta coyuntura, las PASO demuestran que el Congreso tendrá dos grandes bloques: el Frente de Todos y Juntos por el Cambio. Es muy probable que en estos dos meses la crisis económica se profundice, lo mismo que la volatilidad social. Los votos dirigidos a terceros candidatos perjudicarán a una de las dos grandes coaliciones y beneficiarán a la otra. Y el que no vaya a votar, por desinterés, también. Cada ciudadano es dueño de su voto; tras las PASO, el escenario nos pone ante una suerte de balotaje, donde el resultado será a todo o nada.

 
 

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Luego de la categórica derrota del kirchnerismo, crece en la ciudadanía la sensación de que la ausencia de un plan de gobierno es una clave de la pésima gestión y de la catástrofe electoral. Probablemente no solo falte un plan. Desde 2003 el kirchnerismo sobreutilizó la bandera de “el proyecto”, aunque quedó en claro que tal proyecto era excesivamente dependiente del liderazgo, primero, de Néstor, y luego de Cristina. Un rasgo distintivo de una “nueva” izquierda latinoamericana, que hoy está en el crepúsculo. En todo caso, ese liderazgo debería corresponder a Alberto Fernández, quien claramente se comporta como un delegado. 
La palabra “proyecto”, de ese modo, se convierte en una nebulosa. No hay proyecto ni plan. Ni liderazgo. El Presidente prometió que ayer comenzarían a gobernar bien para poder dar vuelta el resultado en noviembre, aunque también dijo que van a seguir por el mismo rumbo. Luego de casi dos años de gestión y tras haber aumentado la emisión en seis billones de pesos (seis millones de millones) y con una producción que está por debajo de diciembre de 2019, la fábrica de dinero se agotó, y si siguen exprimiéndola, todo va a ser peor. Es decir, deberían cambiar de rumbo lo antes posible, pero en ese caso tendrán poco tiempo para remontar la debacle.
El kirchnerismo perdió 4,8 millones de votos a nivel nacional. La cifra parece irremontable. Apenas ganó solo en distritos blindados, entre otros, Formosa y Santiago del Estero, paradigmas del modelo clientelar. Retrocedió drásticamente en el conurbano, que es el “teatro de operaciones” de La Cámpora y los “barones”, y cayó en Santa Cruz, la provincia que los K gobiernan desde hace 32 años.
En Salta también perdió 126 mil votos: el 42% de los 299 mil que obtuvo en 2019. Sin embargo, logró el domingo una exigua ventaja y terminó primero en las PASO, a pesar de que Juntos por el Cambio avanzó 32.000 votos desde 2019. 
La explicación puede encontrarse en la dispersión de votos en listas que no tienen posibilidad alguna de alcanzar una banca y que solo contribuyen a distorsionar el resultado. Está claro que los partidos de izquierda no logran muchos votos pero tienen un perfil definido, aunque también se desperdigan en facciones. 
Pero esta norma vale también para los candidatos que simplemente tienen una aspiración personal y consiguen fondos para financiar campañas de corto vuelo. Muchas veces se habla de “voto útil”; un voto no es útil ni inútil: debe ser la opción por un proyecto. 
El kirchnerismo está naufragando por su propia inconsistencia, aunque un tercio de los votantes sigue viendo en él un “proyecto”.
La oposición, hoy vertebrada en Juntos por el Cambio, tiene como desafío por delante configurarse como coalición de Gobierno, evitar las veleidades unipersonales y mostrar un proyecto a largo plazo, con planes escalonados y viables, y con la participación de todas las corrientes. 
En noviembre, ahora sí, estará en juego el futuro del país y de cada provincia. 
En democracia los partidos y los proyectos son instrumentos esenciales; ni unos ni otros abundan en la Argentina. En esta coyuntura, las PASO demuestran que el Congreso tendrá dos grandes bloques: el Frente de Todos y Juntos por el Cambio. Es muy probable que en estos dos meses la crisis económica se profundice, lo mismo que la volatilidad social. Los votos dirigidos a terceros candidatos perjudicarán a una de las dos grandes coaliciones y beneficiarán a la otra. Y el que no vaya a votar, por desinterés, también. Cada ciudadano es dueño de su voto; tras las PASO, el escenario nos pone ante una suerte de balotaje, donde el resultado será a todo o nada.

 
 

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